Crónica
El mercadeo de los másters
El mundo es lo
suficientemente pequeño, y ahora está tan bien comunicado, que las
prácticas sociales y las académicas corren y vuelan, se mimetizan y
trasladan de un continente a otro con inusitada rapidez.
Decimos esto a propósito del
fenómeno periodístico, universitario, y por supuesto político, que
en los últimos tiempos se viene produciendo como consecuencia de
las prácticas corruptas de falseamiento de firmas, exenciones de
exámenes y cumplimiento de criterios de evaluación, al fin de
compraventa en metálico o en especie (léase favores de todas las
clases) de títulos de máster de destacados políticos en activo, que
tendrán, con seguridad consecuencias desagradables para algunos de
ellos, o muchos.
Desde que comienza a hablarse de la
reorganización de la estructura de los estudios universitarios en
España (con retraso respecto a los sucedido en Portugal, y otros
países de Europa y América) ya a fines del siglo XX, y de forma
explícita desde 2007, con la publicación del Decreto de
implantación de los estudios de postgrado (máster y doctorado), se
vive una efervescente dinámica de desarraigo frente al modelo
precedente que consistía en licenciatura y doctorado, para España y
otros países europeos. Había que imponer la moda, y la norma, del
modelo anglosajón norteamericano, consistente en un llamado grado
universitario, de mínima extensión de tres años y dudosa calidad
formativa, al que había que añadir más tarde una Maestría (así se
dice en América Latina), un Mestrado (terminología para Brasil y
Portugal), un Máster en suma, de uno o generalmente de dos años de
duración.
Los principales países de América
Latina, con pequeñas variantes y excepciones, con ritmos diferentes
en su implantación, desde los años 1980 fueron transformando su
estructura universitaria tradicional, que era la europea (francesa,
alemana, española, portuguesa, y más), muy parecida entre sí (si
exceptuamos Reino Unido y algunos países nórdicos), y fueron
aplicando estructuras de procedencia USA. Entre ellas la Maestría,
o el Máster, con una orientación de decidida discriminación
económica e intelectual, y pensado para los menos.
De tal manera era así, que algunos
hijos de familias pudientes españolas, quienes podían estudiar en
los USA, venían al cabo de pocos años con un máster en su bolsillo,
con capacidad para exhibir distinción social casi siempre, y en
algunos casos con el respaldo de una buena formación económica y
financiera, origen principal del fenómeno de los máster, en
especial de los MBA. Conviene advertir que en los USA funcionan
algo más de cinco mil centros de educación superior, con capacidad
de expedir títulos de máster. Algunos de estos diplomas proceden de
las mejores universidades del mundo, y no es preciso citar a casi
ninguna (Harvard, Stanford, Indiana y otras cincuenta más). Pero
conviene advertir que en el inmenso océano norteamericano de
universidades y titulaciones, públicas y sobre todo privadas, se
advierte un magma infinito de mercadeo de diplomas y de títulos,
muy difícil de discriminar en su calidad y veracidad , hasta que no
llega la hora de hacerlo a fondo en procesos de selección de
expedientes académicos.
Quien escribe, lo dice por experiencia y con conocimiento de causa
al recibir muchos
diplomas y certificaciones de diferentes procedencias al cabo de un
año académico.
Se nos ha tratado de convencer, hasta el aburrimiento, de que el
máster es una figura académica y administrativa de acreditación más
acorde con la demanda del mercado, más flexible, de quita y pon, y
que representa la sintonía con el mundo anglosajón más
desarrollado. Seguramente habrá de todo, pero no se debe magnificar
(tampoco denigrar a la ligera) por sistema.
Pero lo cierto es que esta cultura
académica de lo inmediato, de lo novedoso y moderno, en España ha
calado en el mundo comercial de la empresa, y ha llegado también a
las universidades, y en particular a las privadas, aunque también a
algunas públicas que se han venido a considerar como el cortijo
particular de una corriente ideológica, de un partido político, o
de una organización religiosa concreta. Y de esa manera, en el
cortijo, en la casa de cada uno, parece que se tiene derecho a
quitar y poner títulos, diplomas y personas, sin dar cuentas a
nadie, incluso a las de soporte económico público. Algunas
universidades se han convertido, así, en la parcela particular de
grupos de influencia en la vida pública española, apropiándose para
beneficio particular lo que es de pertenencia y servicio
público.
Esta reforma ha coincidido en España con la implantación del
llamado modelo de Bolonia, pero es solamente un aspecto del mismo,
pues en algunos países europeos de mayor influencia inglesa en su
sistema universitario el modelo ya es estaba implantado antes de lo
que luego vino a representar el acuerdo marco que adoptó el nombre
de la universitaria ciudad italiana.
Tales casos de corrupción en el mercadeo y apropiación indebida de
títulos de máster representan una invitación a estar alerta, a no
aceptar de forma acrítica cualquier comentario o documento, sino a
la obligación del contraste documental y su veracidad, sobre todo
si la presumible legitimidad de lo acreditado conlleva
repercusiones económicas y jurídicas de largo alcance, y con
efectos negativos subsidiarios para otros.
El valor y el prestigio de un máster, que a veces se presenta con
osadía y sin escrúpulos en círculos políticos, económicos o de
profesiones muy expuestas a la opinión pública, debe siempre ser
tomado con cautela académica y profesional. El ejemplo de lo
sucedido en la Universidad Juan Carlos I de Madrid en las últimas
semanas debe servirnos de llamada de atención para nuestra
actuación en la actividad universitaria y en los comentarios de
café, y en la vida política también.