Opinião

Crónica
El espacio euro-latinoamericano de educacion superior

Hernandez DiazLa exitosa experiencia universitaria que desde 1985 viven los países de la Unión Europea, a la que también se han adherido otros que conforman Europa, aunque fuera del grupo de los 27, llama la atención de otras regiones geopolíticas de Orienta y de América.
Es evidente que nos referimos al Programa Erasmus, impulsado desde la Unión Europea para favorecer el intercambio de estudiantes y profesores procedentes de diferentes universidades, así como el reconocimiento mutuo de los estudios cursados en universidades distintas a la de procedencia del estudiante. Es sabido que un estudiante procedente de la Universidad de Hannover puede realizar estudios de un curso académico completo en una universidad como la de Salamanca, siempre que exista un pequeño documento previo de acuerdo entre las dos universidades y sus dos respectivas y correspondientes facultades, institutos o centros donde se imparta la docencia de una titulación concreta, sea la que fuere. Esto ha venido funcionando de forma aceptable desde hace ya años, aunque haya sido preciso ir incorporando ajustes progresivos.
El impulso del denominado Espacio Europeo de Educación Superior, desde 2010 en adelante, hacia el fomento de intercambios docentes e investigadores entre miembros de los centenares de universidades y centros de educación superior de los países europeos solo ha hecho que confirmar la idoneidad del Programa Erasmus, que viene de mucho antes que la famosa Declaración de Bolonia, y todo lo que ha conllevado de zozobra para nuestras universidades desde 2010 hasta hoy. Erasmus es una cosa y el Plan Bolonia es otra bien diferente.
El Programa Erasmus, de cierto, ha permitido que circulemos muchos profesores por otras universidades europeas, y no sólo de paseo. Ello ha favorecido una mayor conciencia de pertenencia a un proyecto político y académico supranacional, ha invitado a comprender mejor el significado de Europa y aspirar a una ciudadanía europea, ha favorecido el flujo y el intercambio físico, real y académico de miles de estudiantes de países grandes y pequeños de nuestra fragmentada Europa, y tantos otros beneficios directos e indirectos de esta movilidad universitaria de investigadores, docentes, estudiantes de todas las especialidades.
Es probable que todos aquellos que hemos participado del Programa Erasmus en alguna ocasión tengamos alguna queja, generalmente no sustantiva, que deba ser atendida para mejorar y cambiar lo que sea necesario y susceptible de ello. Pero a nadie he escuchado defender la demolición de un edificio académico y organizativo de la educación superior en Europa que se ha ido construyendo con solidez, aunque no sin dificultades.
Esta experiencia académica y organizativa colectiva llama la atención de otros continentes y espacios geopolíticos, como es el caso de Latinoamérica, que aspira a integrarse en una dirección concreta a este Programa, aunque con la identidad propia que requiere la existencia de diferencias profundas en el modelo de gestión universitaria.
Desde hace ya algunos años diferentes organismos y fundaciones importantes con presencia y proyecto político y científico para Latinoamérica (Secretaria Iberoamericana de Educación, OEI, Fundación EULAC, Coimbra Group, por citar algunos de los más relevantes), junto a responsables de algunos gobiernos de países latinoamericanos vienen postulando la construcción de un Espacio Euro-Latinoamericano de Educación Superior, a partir de la experiencia europea. Es decir, fomentar el intercambio de profesores y estudiantes, y procurar alcanzar un grado elevado de reconocimiento de títulos académicos y sus respectivas estructuras universitarias.
¿Será esto posible dada la diversidad tan grande de instituciones y modelos de universidades existentes en Europa y América Latina? Porque ya no caben solamente programas de intercambio y reconocimiento bilateral entre países y universidades. Hablamos de un macroproyecto académico y universitario de dimensiones realmente extraordinarias, cargado de dificultades de calado muy profundo, que seguramente habrá que ir limando o eliminando, si realmente se quiere avanzar en este camino emprendido, aún con timidez.
Hoy solamente mencionamos una dificultad severa. Nos referimos al número y tipología de las universidades europeas y latinoamericanas. Por ejemplo, el peso tan extraordinario que tienen en América las universidades privadas que se orientan al negocio en sentido estricto, y no como servicio público. Y estamos hablando de un cupo de casi diez mil universidades y centros de educación superior desde Punta Arenas a México Norte. Pero estamos hablando, a la inversa, de un número mucho más reducido de universidades europeas, de claro peso público, con larga tradición, a veces de siglos, y con estatutos que apuestan por la función pública de la universidad, los valores de la democracia y los derechos humanos, y no buscan el objetivo del beneficio económico como prioridad.
¿Será posible construir un edificio de reconocimiento académico común partiendo de supuestos y objetivos tan dispares, y a veces antagónicos, como los que presentan dos cartografías universitarias tan distintas, mayoritariamente públicas o privadas-mercantiles?
Existen otros problemas a resolver en este camino que se desea iniciar, nada fácil desde luego. Hablaremos en otro momento.

 
 
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