crónica salamanca
Universidad y estado del Bienestar en la Europa del Sur
Un ciudadano de a pie de la Europa del
Sur en los últimos cinco años viene percibiendo y sufriendo en
carne propia la disminución de su salario, los efectos de la
terrible plaga del paro que le afecta de lleno o le rodea, la
sensación generalizada de parón social, de riesgo de pérdida de
servicios públicos básicos (o severa disminución de su oferta y
calidad), como la atención social, las pensiones, la educación
pública, la universidad pública, la sanidad para todos de carácter
público. Es decir, los llamados pilares principales del Estado del
Bienestar, que representan una de las señas de identidad de la
Unión Europea, si se compara con otros continentes y modelos
sociales, comienzan a resentirse, a aparecer en peligro, a dudarse
de su continuidad.
En concreto, la universidad
pública, que es el modelo de educación superior de mayor tradición,
peso y representatividad en la Europa del Sur (principalmente
Grecia, Italia, Francia, España y Portugal) está sufriendo un
ataque frontal por parte de los gobiernos conservadores que
gestionan la crisis financiera iniciada en Estados Unidos desde
2007 (así ocurre con los actuales de Italia, España, Portugal,
Grecia).
Nuestras universidades públicas
están siendo sometidas cada día de los últimos años al bloqueo y a
un bombardeo de actuaciones dirigidas a desestabilizar su
funcionamiento y modelo: bloqueo total de las plazas de funcionario
que han de salir a concurso, cierre total a la posibilidad de
contratar nuevos profesores, fomento de las jubilaciones de
funcionarios de más nivel y larga trayectoria, disminución de
salarios y de poder adquisitivo superior al doce por ciento en tres
años, eliminación de la paga extraordinaria, supresión o drástica
disminución de los programas sociales de fomento de la igualdad en
el seno de las universidades, frontal ataque a la investigación
(sobre todo en ciencias sociales y y humanidades) disminuyendo los
capítulos de proyectos de investigación y de partidas asignadas
para nuevos y jóvenes investigadores, paralización total de los
capítulos de inversiones para nuevos edificios o su rehabilitación,
suspensión plena de los puestos y contratos de personal no docente,
disminución de las becas para estudiantes (las de protección,
movilidad interna, Erasmus), incremento de tasas y de coste de
matrícula, supresión de programas de mejora de instrumentos de
investigación como laboratorios, bibliotecas y prácticas, proyectos
en firme para degradar la enseñanza universitaria, para reorganizar
campus, facultades, departamentos, grupos de investigación.
En fin, el listado de barbaridades
y afrentas cometidas ( y las que parecen estar a punto de llegar)
contra las universidades públicas es de tal calibre que puede
considerarse como la más brutal agresión contra la educación
superior de los países europeos antes citados, y en especial
España, en toda su historia contemporánea. Mientras tanto, todo son
felicitaciones y apoyos a las universidades-empresa, a las
universidades confesionales, a las privadas, que se van frotando
las manos todos los días, a costa ciertamente de los derechos
incumplidos y fracasados de miles de ciudadanos que van a ver
incumplidas sus expectativas de promoción social a través de la
universidad pública.
Lo que ocurre con estas políticas
de dura y brutal reconversión capitalista de nuestra universidad es
una parte no pequeña de ese proceso de desmantelamiento del modelo
social representado en Europa por el modelo del estado del
bienestar que ha garantizado en Europa democracia y paz social
después de la segunda guerra mundial, y en España y Portugal
inmediatamente después de las largas dictaduras fascistas que
finalizan en los años setenta del siglo XX.
Ahora, como vamos sintiendo y
lamentando todos los días, comienzan a crecer los estados
permanentes de pobreza entre millones de ciudadanos, pero dentro de
muy poco tiempo, si no es ya, crecen los grados de dependencia
científica e intelectual del exterior de Europa, decae el nivel
cultural medio de la sociedad, se incrementan las respuestas
sociales de desafecto a la democracia y el culto a los líderes
cargados de elementos soteriológicos. Es un panorama desolador,
ciertamente.
Pero ello no debe evitar que
postulemos una defensa numantina de nuestros logros y derechos
adquiridos dentro de las universidades, y sobre todo para el
conjunto de la sociedad, en particular los derechos más perentorios
y básicos. El mundo social que hemos construido y disfrutado no
representa el paraíso, pero sí niveles elevados de dignidad humana
y democracia, donde los derechos quedan salvaguardados. De ahí
emerge la necesidad de su defensa.
Hace unos días la Universidad de
Salamanca, en su sesión de claustro general, aprobó por unanimidad
una declaración institucional en defensa precisamente del Estado
del Bienestar, al tiempo que de todos los proyectos propios
imprescindibles para su avance docente, científico, investigador,
social, y al fin democrático. Es una llamada de atención y una
denuncia explícita frente a tanta agresión que campea impunemente
desde los cuadros de una política de profesionales parlamentarios y
gobernantes completamente desautorizados por la incompetencia y la
corrupción de muchos de ellos. Desde las aulas y laboratorios,
desde las bibliotecas y las palestras, en seminarios y
conferencias, desde la calle cuando sea preciso, no podemos
renunciar a la denuncia, a la defensa pacífica de un modelo de
universidad pública y democrática, para todos, de todos los
sectores sociales, géneros, etnias, idearios y confesiones
políticas y religiosas. O sea, la universidad pública.