Opinião

crónica salamanca
Magna charta universitatum

Hernandez DiazDos procesos paralelos y una confluencia.
Uno es el que representa la conmemoración de los 800 años de vida de la Universidad de Salamanca, desde su creación en 1218, celebración que en los últimos meses viene siendo aplaudida, jugosa, fecunda y a veces merecidamente ostentosa, sobre todo al compararse con las numerosas universidades púberes que se arrogan protagonismos poco merecidos y menos convincentes. La nómina de actos, conciertos, reuniones científicas, encuentros de rectores de todo el mundo, exposiciones históricas y artísticas, grandes congresos internacionales, y otros eventos, llenaría por sí sola una extensa memoria, que debería quedar para la historia de la universidad española y desde luego para la propia de Salamanca.
El proceso número dos tiene una lectura muy diferente, pues nos obliga de nuevo a llamar la atención desde este espacio de reflexión universitaria sobre la grave segregación que vive la universidad en el mundo, y desde luego en España y Portugal, en lo que se refiere a las HUMANIDADES y su progresiva eliminación de la vida cotidiana de nuestras universidades. Da la impresión que lo que afecta de forma directa a lo genuino del hombre, a las ciencias humanas y sociales en el quehacer universitario va siendo sustituido por el glamour de lo exitoso y la utilidad funcionalista, por la imposición exclusivista de los métodos y conceptualización de las ciencias experimentales y sus necesarias transferencias, las técnicas y aplicaciones. El nuevo canon de vida científica para el universitario de nuestro tiempo ya no es el saber, o los saberes que interesan a las personas, sino las patentes, el número de transferencias técnicas alcanzadas y publicitadas en voraz competición con otros colegas sometidos al mismo dictamen. Es el imperio de la cultura anglosajona dominante que borra del mapa las preguntas de fondo sobre el hombre, porque lo que esa cultura académica busca en su producción científica son resultados, propuestas e innovaciones aplicativas, lo más novedosos y competitivos posibles.
Es posible la confluencia de mencionados procesos. Cabe la resistencia, al menos alguna iniciativa de esa clase, y bien significativa, para mostrar al mundo que no todo es uniforme, ni es como quieren los poderosos, quienes dominan los códigos de la ciencia y la universidad de nuestro tiempo, quienes establecen las reglas de juego y obligan a todos los participantes a someterse al uniformismo y los intereses que a ellos les benefician : publicaciones en inglés son las que valen, métodos de las ciencias experimentales para todo tipo de evaluaciones, revistas científicas controladas de forma perversa y vergonzosa por empresas privadas -como sucede con Scopus, Elsevier y otras-, sistema cuantificador y numérico de selección de profesores, olvido descarado de la formación y la docencia en favor de la denominada "producción" científica de los agentes universitarios, búsqueda acelerada de un modelo de gobernanza que convierta la universidad pública en una empresa ( hay que olvidarse del servicio público como algo muy antiguo, dicen), y tantas expresiones más.
Caben alternativas y reorientación de este deterioro indudable. De ahí la enorme importancia de la declaración que lleva el nombre de "Magna Charta Universitatum", aprobada, firmada y publicitada en el paraninfo de la Universidad de Salamanca hace pocas semanas, en el contexto de celebraciones de nuestro vibrante VIII Centenario.
El documento ha sido elaborado por una comisión redactora, de la que tuvimos el honor de participar, que ha sido encargada por varios decanos de las facultades de ciencias sociales y humanidades (desde Filología como promotor inicial), que se leyó y firmó públicamente con el objeto de invitar a intelectuales y personalidades de todo el mundo a que respalden y firmen su apoyo a la defensa de las humanidades en nuestras universidades, en las de todo el mundo.
El documento, esta Carta Magna de las Humanidades, es razonablemente extenso, pero muy enjundioso, y nos invita a desmenuzarlo en diferentes espacios y momentos, lo que no nos es posible hacer en una sola columna.
Desde el preámbulo, y con la autoridad que reclama una institución ocho veces centenaria, se afirma que la Carta trata de alertar a la sociedad próxima, y a todo el mundo, por el carácter de universalidad de la institución, de los graves síntomas que padecen nuestras universidades despreciando de forme continuada y creciente todo lo que se relaciona con las artes, las humanidades y las ciencias que han adoptado a los hombres como su ámbito de estudio: : la antropología, las artes, el derecho, la economía, la ética, la filosofía, la física, la geografía, la gramática, la historia, las lenguas clásicas y modernas, la lógica, la literatura, la matemática, la medicina, la música, la pedagogía, la poesía, la política, la psicología, la retórica, el teatro, la teología y la traducción. Además, junto con esos conocimientos se ha posibilitado la adquisición de aptitudes para contribuir a la construcción de sociedades más igualitarias, más justas y más libres.
Se reivindica en el texto la aportación sustancial que las humanidades representan en la convivencia universal, en la armonía social, como muestran las aportaciones de cualificados representantes de la rica historia de la universidad salmantina, desde Francisco de Vitoria a Unamuno, desde Juan de la Cruz a María de Maeztu, por mencionar solo algunos entre miles de significados profesores, estudiantes y estudiosos que han pasado por las aulas del estudio salmantino, dejando una profunda huella humanista desde hace siglos y hasta nuestros días.
El documento expone los principios fundamentales en que se sustenta y las propuestas de acción que sugiere, cuestiones que hemos de abordar en otro momento, por exclusivas razones de espacio disponible.

 
 
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