Crónica
Cartas desde la ilusión
Querido amigo:
Durante este primer trimestre del
nuevo año continuaremos con los 3 principios fundamentales de la
Evaluación para el Aprendizaje que nos restan por comentar. El
octavo principio dice así: Los alumnos deberían recibir
orientaciones constructivas sobre cómo mejorar.
Lo primero que implicaría el
cumplimiento cabal de este principio es lo que Neil Postman
indicaba en su momento: "Arrojar por la ventana todos los libros de
texto". Sólo así podríamos comenzar a dar importancia a lo que
realmente la tiene, que es la persona, y evitaríamos, a la vez,
seguir dando importancia a lo que menos la tiene, que son los
conocimientos o contenidos de la asignatura.
Ahora bien, dar importancia a la
persona, es decir, a cada alumna/o concreta/o, significa colocarla
en el centro de nuestra atención como educadores. Creo que,
demasiado habitualmente, el centro de nuestra atención como
educadores son otras cosas distintas de nuestros alumnos, cosas que
"nos preocupan" más por diferentes razones, pero cosas que, a la
larga, se constituyen en un conjunto de trabas y obstáculos para
poder llevar a cabo nuestra acción educativa como se espera de
nosotros.
Este principio implica, como
práctica, que aportemos información y orientación a nuestros
alumnos para que puedan planificar los próximos pasos o etapas de
su aprendizaje. Mi pregunta, desde el realismo de la situación
actual, es: ¿Quién hace esto realmente? Concretando más esta
pregunta general, he aquí algunas más específicas: ¿Quién
identifica las fortalezas de cada uno de sus alumnos y le asesora
sobre cómo desarrollarlas?, ¿Quién es claro y constructivo sobre
las debilidades que muestran cada uno de nuestros alumnos y, en
consecuencia, les ayuda a encontrar el camino para abordar y
remover esas debilidades convirtiéndolas, poco a poco, en
fortalezas?, ¿Quién proporciona oportunidades reales a cada uno de
sus alumnos para que consigan mejorar su trabajo día a día?
Tengo la impresión de que son muy
pocos los profesores que asumen el reto que encierran estas
preguntas. La razón que encuentro de esta falta de profesorado
comprometido con el riesgo es su actitud. Sigo creyendo que el
sistema educativo debería reformarse afrontando, sobre todo y ante
todo, el cambio de las actitudes del profesorado.
Desde la Educación Primaria hasta
la Universidad, sigo convencido de que la mayoría de los profesores
mantienen la rutina cotidiana, dejando que los alumnos
"evolucionen" según sus posibilidades y, en consecuencia, primando
las oportunidades para los mejor dotados y dejando en el carro del
olvido a aquellos que, por la causa que fuera, no gozan de los
recursos de una amplia dotación intelectual.
Volvemos a constatar, una vez más,
que el problema del fracaso escolar no parece estar abocado a su
resolución. Y esto me apena, porque, en el fondo, estamos
construyendo un futuro escasamente atractivo para nuestros alumnos,
dado que el "fantasma" del fracaso sigue atenazándolos y
obstaculizando su auténtico desarrollo. Sin embargo, recuerda que,
en más de una ocasión, hemos comentado, aquí, que el error y el
fracaso no deberían ser objeto de sanción, sino un cauce a nuevas
oportunidades de aprendizaje y experiencia para los alumnos.
Reconozco que hoy me he mostrado,
más bien, pesimista. Sabes que no es mi talante y que siempre
albergo la íntima esperanza de que esto comience a cambiar muy
pronto, y lo haga por la vía de lo que realmente merece la pena: el
desarrollo auténticamente integral de todos nuestros alumnos.
Por eso, trataré que mi próxima
carta aporte un soplo de optimismo…
Hasta la próxima, como siempre,
salud y felicidad.