Crónica
Cartas desde la ilusión
Querido
amigo:
En mi carta anterior, acababa
planteando la necesidad de repensar, y, por tanto, reorganizar la
formación continua del profesorado.
Siempre me ha llamado la atención (y te lo he comentando en más de
una ocasión) que las empresas tienen un sistema de formación
continua de sus empleados basado en los requerimientos actuales de
la sociedad y enfocado a dar satisfacción a las nuevas necesidades
que surgen. Sin embargo, en el sistema educativo se ha enfocado
erróneamente, en mi opinión, la necesidad de formación continuada
de los profesores, porque creo que carece del sentido de abordaje
positivo de las necesidades reales de los alumnos.
Es evidente, creo, que la formación continuada de los profesores ha
de ser obligatoria, aunque no impuesta.
He impartido muchos cursos de formación continuada del profesorado
en los que algunos educadores acababan confesando que acudían "por
imposición de la dirección del centro" y, en consecuencia,
totalmente desmotivados. Cuando te encuentras con este tipo de
situaciones, comienzas a preguntarte por el impacto real del curso
que estás impartiendo. A pesar de mi optimismo personal, siempre he
albergado la duda sobre la utilidad de los cursos que he impartido,
sobre todo cuando oyes a los educadores manifestarse en tono de
queja por la imposición de la formación. En esos casos, cualquier
esfuerzo resulta, a mi parecer, inútil.
Por tanto, sigo pensando que en la formación continua del
profesorado hemos cometido el error de mantener un formato
totalmente informativo sobre el tema en cuestión (inteligencia
emocional, desarrollo de competencias, resolución de conflictos en
el aula, potenciación del pensamiento crítico, nuevas metodologías
para el aprendizaje, aplicación de las nuevas tecnologías en el
aula, etc.), sin resolver el tema fundamental de la implicación del
profesorado. Te confieso que, mientras impartía muchas de mis
charlas, conferencias y clases de cursos de formación, me
preguntaba a mí mismo más o menos lo siguiente: ¿servirá para algo
lo que les estoy transmitiendo a estos profesores que, al menos
aparentemente, me escuchan? ¿asumirán los profesores estos aspectos
prácticos para implantarlos en el aula? ¿serán capaces de renunciar
a la "dictadura" del libro de texto? ¿tendrán estos educadores la
confianza en sí mismos necesaria para dar alas a sus propias
propuestas creativas, tras compartirlas y discutirlas con sus
colegas?
Siempre he creído, y seguiré creyendo, que esta última pregunta
encierra todo un programa y una filosofía de base para la
resolución del problema de la formación continua del
profesorado.
En mi vida profesional, siempre he valorado la "auto-didáctica". He
tenido alumnos que me han consultado acerca de su actuación en
relación con el aprendizaje de mis asignaturas basado en su
autodidáctica, y siempre les he animado a "salirse de la rutina" y
emprender el viaje por su propia cuenta, aprendiendo de sus
propuestas personales y de los avatares de sus propias ejecuciones.
Cuando estos alumnos han perseverado en su intento y han mantenido
esa perspectiva, su éxito ha sido rotundo. He llegado a escuchar
frases como ésta: "gracias a ti ha cambiado mi vida". Lo mejor de
todo es que yo prácticamente no intervine, salvo para guiar sus
pasos cuando me solicitaban consejo.
Me gustaría que la actuación de los profesores, en lo que respecta
a su formación continua, se basara precisamente en esto, es decir,
en aceptar el reto de la propia auto-formación, planteando
estrategias de actuación y buscando solución a los problemas que,
de continuo, vayan surgiendo en el aula, siempre tratando de
compartir las experiencias con los colegas que puedan iluminar sus
dudas.
Esto supone adoptar una postura de pro-acción y de retro-acción,
que, a mi juicio, es la base de cualquier aprendizaje.
En efecto, una postura pro-activa lleva a mantener la atención
sobre "lo que pueda suceder", tomando conciencia de los retos que
presenta cada situación educativa. Por tanto, no se dejan las cosas
sujetas al dictado de la "rutina" diaria, ni tampoco se abandonan
al azar de lo que pueda suceder. Evidentemente, no se trata de
dominar y fijar el futuro, sino de estar alerta para "leer" y
reconocer el devenir de las situaciones y reaccionar de la manera
más adecuada en cada momento.
Esa postura pro-activa tiene que estar complementada, en cada
momento, con una perspectiva retro-activa basada en la evaluación
continua de lo sucedido para conseguir valorar el impacto de cada
acción educativa sobre los alumnos y sobre la propia dinámica de la
intervención pedagógica. La evaluación continuada de la
intervención y del impacto (resultados producidos) tiene que ser
algo inherente al quehacer educativo. No se puede actuar "porque
sí", o "porque lo dictan los libros de pedagogía". Esta evaluación
tiene que ser productiva, es decir, tiene que contribuir a mejorar
la postura pro-activa y, por consiguiente, la intencionalidad de la
acción educativa para conseguir los mejores resultados
posibles.
Sé que es fácil teorizar, pero creo que de una buena teoría nacerá
una buena práctica. Las buenas prácticas no surgen de la nada, del
capricho, del "a ver qué hago ahora", etc., sino de una convicción
arraigada en el propio ser del educador.
Se puede intuir, por lo que te he dicho, que volvemos a plantearnos
la dinámica completa de la acción educadora: 1) "saber qué" (la
propia experiencia nos lo dictará y nos lo enriquecerá), 2) "saber
cómo" (la valoración de la práctica educativa nos irá informando
del impacto de nuestra actuación diaria), 3) "saber ser"
(aceptarnos como somos y creer en nuestras posibilidades de cara a
nuestros alumnos y a la mejora de nuestra actuación) y 4) "saber
estar" (compartir con nuestros colegas nuestras inquietudes,
nuestras dudas, nuestros errores -¿por qué no?-, nuestros éxitos...
y solicitar lo mismo de ellos).
Seguiremos.
Hasta la próxima, como siempre,
¡salud y felicidad!