Opinião

Cartas desde la ilusión

Juan A. Castro PosadaEstamos asisitiendo, últimamente, a ciertos movimientos en el ámbito educativo que promueven el optimismo, a mi manera de ver, en relación con lo que estamos viviendo y lo que, posiblemente, seguiremos viviendo con esperanza de resultados positivos.

Parece que estamos asistiendo a indicios (y ¡ojalá fuese realidad!) de cambio de una manera cada vez más clara y decidida. Esperemos que nadie se quede anclado en las prácticas educativas pasadas y las nuevas perspectivas se vayan afianzando (¡aunque sea poco a poco!) en la comunidad educativa.

Pero hoy quiero poner la atención en algo que me parece imprescindible si queremos que el cambio y la mejora del proceso educativo tenga una base firme sobre la que caminar y no nos vuelva a sumir en el océano de la duda. Me refiero a la relación con los padres de nuestros alumnos.

Desde siempre hemos venido hablando y considerando a los padres como integrantes de la "comunidad educativa". Pero creo que esto ha sido más un deseo que una realidad, o, si quieres que lo exprese de otra forma, obedece más a planteamientos educativos teóricos que a realizaciones prácticas.

Por eso, pienso que es ya el momento de afrontar decididamente el problema de la colaboración de los padres. Para mí es una colaboración no sólo necesaria, sino rigurosamente imprescindible.

No voy a entrar, en este momento, en consideraciones más o menos oportunas al respecto, sobre todo a la vista de lo poco que puede ayudar el complejo tecnológico en el que viven inmersos actualmente nuestros alumnos. Todos los educadores sabemos que estamos luchando actualmente en un campo (el tecnológico) en el que muchos de nuestros alumnos nos superan "con nota". Eso mismo (en muchísimas ocasiones aumentado hasta límites insospechados) sucede con los padres de nuestros alumnos. Nuestros límites a las nuevas tecnologías son relativamente fáciles de controlar en comparación con la problemática que se les plantea a los padres de nuestros alumnos en este sentido.

No es éste, sin embargo, el objetivo de mi reflexión actual, sino la apelación, una vez más, al necesario e imprescindible papel de colaboración de los padres de nuestros alumnos para lograr la sintonía de los objetivos comunes que tanto a ellos como a nosotros nos implican. Estamos en la misma carrera y necesitamos coincidir en todo momento en lo que se refiere a la educación de sus hijos (nuestros alumnos).

Ahora bien, todos sabemos que la actuación de los padres de nuestros alumnos en relación con su proceso educativo institucional (el que nos atañe) no es uniforme, ni siempre se ajusta a los cánones que creemos que deberían regir su manera de colaborar con nosotros. Nos encontramos, en efecto, con padres colaboradores (en el mejor de los casos) y con padres enfrentados a nuestra manera de actuar educativamente (en el peor de los supuestos). Entre ambos extremos se encuentra la mayoría de los padres que "depositan" a sus hijos en el centro educativo con el fin de que seamos nosotros quienes hagamos de ellos "buenas personas" o "buenos ciudadanos".

Cuando pensamos en esto, no podemos evitar sentirnos abrumados en cierta medida.

Es una situación con la que tenemos que lidiar, sin duda. Mi pregunta es siempre la misma: ¿estamos preparados?

Por eso, no te extrañe que acabe mi reflexión de hoy apelando a algo que vengo repitiendo desde hace unos cuantos años: necesitamos formar a los padres, a la vez que formamos a sus hijos y nos formamos a nosotros mismos. Tal vez sea el momento de volver a pensar en la necesidad de la escuela de padres implantada de una manera generalizada en el sistema educativo.

Hasta la próxima, como siempre, ¡salud y felicidad!

 
 
Edição Digital - (Clicar e ler)
 
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