Crónica Salamanca
La financiación de las universidades públicas, en caída libre
Ciertos discursos
oficialistas españoles no se cansan de afirmar , mendazmente, que a
pesar de los recortes de los últimos cinco años, motivados por la
grave crisis financiera y de todo orden que ha afectado a la Europa
del Sur, y en particular a España, se había mantenido el estado del
bienestar, y en concreto la vida normal de las universidades. Lo
que dicen es una filfa, una mentira, por muchas razones, y así lo
vemos a través de numerosos indicadores.
Hoy nos vamos a fijar solamente en
alguno de ellos, que se deriva de la financiación (o mejor, la
disminución alarmante de la misma) de las universidades públicas.
Hace pocos días el sindicato de enseñanza de Comisiones Obreras
(CCOO) hacía público un extenso y detallado informe titulado
"Evolución de los presupuestos de las universidades públicas
(2010-2014)", que ofrece con muchos datos una imagen preocupante
del problema, y de hacia donde se encamina en consecuencia la
universidad pública española.
La información principal se resume
en una disminución notoria de los presupuestos públicos asignados,
pero aceptando la enorme dificultad de concretar datos económicos
uniformes para todas las universidades públicas españolas. Es que
es realmente difícil concretar en un solo modelo de presupuesto
para poder establecer comparaciones.
La financiación de una universidad
pública es generalmente distinta a la de otra universidad, por muy
similar que parezca en número de efectivos, de profesores,
estudiantes y PAS, número de titulaciones, instalaciones,
facultades, institutos universitarios, fundaciones, donaciones
recibidas, recursos propios, mecenazgos, contratos de investigación
obtenidos, contratos firmados con empresas y otras
administraciones, tipología tecnológica de sus ofertas e
instalaciones, grado de internacionalización de sus agentes
académicos y ofertas, Comunidad Autónoma donde se ubique, y otros
factores aún más concretos.
Ahora bien, el referente principal
de la financiación pública lo encontramos en el número de alumnos
matriculados, punto de partida para el cálculo de las asignaciones
recibidas del erario público.
En el curso 2013-14, último del que
se disponen datos definitivos, las universidades públicas acogen a
un total de 1.326.114 estudiantes (1.239.361 de grados y 86.753 de
másteres oficiales), siendo los datos de las universidades privadas
y confesionales de 206.614 estudiantes (173.312 de grado y 33.302
de másteres oficiales).
Considerando esas dimensiones en
cada una de las universidades públicas (profesores, estudiantes,
programas de estudios, personal de administración y servicios,
número y diversidad de las instalaciones) no es difícil
diagnosticar que si se paraliza la contratación de profesores, se
incrementa el número de estudiantes por aula, se eliminan
titulaciones, se disminuye de forma sangrante el número y dotación
de las becas asignadas a los estudiantes, si se acortan las
asignaciones de mantenimiento de edificios e instalaciones, y
otras, se degrada la universidad, declina inevitablemente el
presupuesto de las universidades públicas, y disminuye el número de
alumnos también.
Por poner solamente un ejemplo, en
el curso 2011-12 el número total de estudiantes de las
universidades públicas en España asciende a 1.371.355, pero en el
curso 2013-14 ha disminuido en 45.349 alumnos. Mientras tanto, las
universidades privadas, que en 2011-12 acogen a 201.262 alumnos,
han incrementado su número hasta 206.614 en el curso 2013-14,
solamente en un par de años, con lo que anuncian ya una tendencia
muy clara.
La degradación de las universidades
públicas, al menos en lo que se refiere a presupuestos recibidos,
conlleva poder ofertar menores servicios en número y calidad (por
ejemplo, número de horas de apertura de los edificios, de las
bibliotecas, de vigilancia, de envejecimiento de materiales
didácticos y de investigación, por citar algunos).
Pero si, además, de los datos
globales pasamos a detallar los de cada una de las universidades,
en las diferentes Comunidades Autónomas, podremos advertir la
notable diferencia de coste del precio público de los estudios en
unas y en otras, así como el interés que los diferentes partidos
políticos gobernantes prestan a las universidades públicas. Muy
desigual, por cierto, según colores y según Comunidades Autónomas.
Con ello queda olvidado el principio constitucional básico de que
todos los españoles tienen los mismos derechos, en este caso de
educación.
También habrá que analizar la
composición de las plantillas de profesores, más o menos
envejecidas, más o menos bisoñas e inexpertas. No es un momento
fácil el de las universidades públicas, aun si solo considerásemos
lo relativo a la docencia, que es una de las funciones de la
universidad, pero no la única.
Por ello, en otro momento habremos
de referirnos al coste social que representan estas medidas
coercitivas y degradantes para las universidades públicas, al coste
de oportunidades, a la escasa dotación de la investigación, al
perfil tecnócrata de esa oferta desde los organismos del Estado
central, desde las autonomías y desde los programas europeos.
Veremos.