Los Programas Universitarios para Personas Mayores
Nuevos alumnos en las instituciones de enseñanza superior: el alumnado mayor
La
presencia de alumnos mayores en los centros de enseñanza superior
va a tener repercusiones, muchas de las cuales apenas se adivinan
todavía, pero que van a ir más allá de los propios programas de los
que venimos tratando. Estos alumnos llegan a los programas para
mayores con el único afán de ser universitarios y recibir una
formación superior. No hay aspiraciones curriculares, no esperan
una capacitación profesional. Sólo anhelan vivir la universidad.
Esta nueva presencia de alumnos en los campus universitarios van a
suponer, a nuestro juicio, una revitalización del más puro espíritu
universitario.
Las opiniones recogidas en las
distintas reuniones del profesorado son unánimes: se trata de
alumnos muy motivados, participativos y exigentes. Todo lo cual
está siendo un excelente estímulo para el profesorado lo cual puede
animarles a un cambio y una ruptura en la monotonía de los
planteamientos y enfoques docentes.
En nuestros casi 20 años de trabajo
con ellos comprobamos que tanto ellos como ellas son personas con
una fuerza envidiable. Acuden a donde se les requiere y ayudan en
lo que pueden y alcanzan, son personas de un extraordinario
vigor.
Al igual que hemos percibido que
los mayores de hoy son bastante distintos a los de hace 20 años. Y
los estudios recientes dicen claramente que hay una brecha entre
los mayores de antes y los de ahora. En 2001, solo un 30% de los
jubilados tenían estudios secundarios o universitarios; en 2010
eran el 60% en España. Una persona de 60 años, ahora, tiene una
expectativa de vida de otros 25 y más del 60% ven esta etapa vital
como una oportunidad para dedicar su tiempo a lo que desean. Pero
más de la mitad prefieren autogestionar dicho tiempo porque lo que
se les ofrece no les interesa.
Nuestros dos millares de alumnos,
prejubilados unos y jubilados otros, suponen una población muy
importante, tienen mucho conocimiento adquirido y se encuentran en
lo mejor de su vida. Están satisfechos y contentos. También tienen
sus quejas y realizan sus más que fundamentadas críticas. Es una
más de las analogías con la universidad de los jóvenes (de los
jóvenes que entienden la universidad más como contraste y debate
que como pura y dócil transmisión).
Así lo corroboran las instituciones
que lideran las políticas de educación de adultos. Las personas
mayores están asumiendo nuevas funciones y responsabilidades y
tienen nuevas aspiraciones educativas en su calidad de
trabajadores, ciudadanos, trabajadores de la comunidad, padres,
madres y miembros de familia.
Los mayores de hoy son, en
definitiva, más formados, más solventes económicamente, más
autónomos, más longevos y más reivindicadores de sus derechos. Unos
aportan la innovación y el cambio; otros, la experiencia y la
estabilidad. Ambas cosas son necesarias. El protagonismo que la
sociedad les reserve resultará crucial para ellos, pero también
para un país que no puede ni debe prescindir de su talento y
experiencia, advierten sociólogos, demógrafos y economistas.
Ahora lo necesario es un cambio de
mentalidad y de actitudes por parte de la sociedad para que los
mayores participen individual o colectivamente en la vida
económica, social y cultural de su país, en eso que se llama el
bien común, pues una de las tareas que intentamos con mayor esmero
es el modo de utilizar ese conocimiento para ayudar a otros
sectores de la población.
Los alumnos solicitan de las
universidades el reconocimiento oficial que posibilite, tras haber
superado los cursos correspondientes, el acceso a las universidad
reglada, sea o no con algunos otros requisitos. Pudiera sonar a
utopía, pero no pasarán muchas promociones de alumnos para que
esto, aunque sea en términos restringidos, sea una realidad a corto
plazo. Probablemente uno más de los mecanismos de ajuste necesarios
para la universidad del nuevo milenio en el que nos encontramos.
Mientras esto no sea posible, estimulamos su ingreso en las aulas
ordinarias que les interesan.
Su asistencia como alumnos
normales, con exámenes o sin ellos, que eso no es lo importante,
sería un anticipo de lo que debe ser una universidad sin edad.
Así mismo, su inclusión en las
aulas universitarias puede servir de enriquecimiento para los
estudiantes jóvenes de los centros de enseñanza superior, debido al
intercambio y contraste de pareceres y opiniones, con el valor
añadido de la experiencia y perspectiva aportada por la madurez,
que se hará más patente en la medida en que los mayores puedan
incorporarse plenamente a la vida universitaria, órganos de
representación estudiantil, etc.
Es una tarea que creemos exigen
tanto la responsabilidad universitaria como, a la vez, demandan los
nuevos tiempos: atender y desarrollar a la cada vez más numerosa
legión de personas de edad de la sociedad. Y los mayores lo
demandan negándose a sí mismos el papel de meros espectadores
atribuido a los excluidos del mundo del trabajo. Se puede y se debe
optimizar su experiencia, a pesar de que vivimos en un mundo en el
que la consideración de la misma es aún escasa.
Con estos programas universitarios
se pretende proporcionar educación a un mayor abanico de
ciudadanos, "incluyendo a los excluidos y alcanzando a los
inalcanzados", particularmente a los que nunca han tenido
oportunidades educativas universitarias. Los programas intentan ser
generosos y solidarios para hacer crecer a las personas más cultas,
más críticas y más comprometidas.
Florentino Blázquez Entonado
Profesor Emérito. Coordinador del Programa de Mayores de la Universidad de Extremadura