Crónica
Cartas desde la ilusion
Querido amigo:
Retomando la idea final de mi
última carta, en la que prometía volver a reflexionar sobre el
control y el esfuerzo personal, creo que estamos en un momento
histórico del devenir educativo (aunque debemos reconocer que
siempre hemos estado en un momento histórico en este aspecto) que
creo que resolveremos positivamente si conseguimos ensamblar los
aspectos fundamentales que ha promovido la UNESCO en los tres
informes que ha elaborado a lo largo de los últimos cincuenta años:
1) aprender a ser (Informe Faure, en 1972), 2) la educación como
tesoro que hay que descubrir (Informe Delors, en 1996), y 3) la
necesidad de repensar la educación como bien común global (último
informe del citado organismo, de hace unos meses).
Me parecen fundamentales los tres,
pero creo que, puestos a valorar, el primero de ellos (aprender a
ser) es el que debería sostener nuestro esfuerzo para poder
encontrar el tesoro que guarda la educación y conseguir que la
acción educativa sea realmente un bien común.
Ahora bien, por regla general,
cuando consideramos cualquier problemática en el ámbito educativo
siempre estamos pensando en los demás. Por eso, creo que los
profesores tendemos a pensar que "aprender a ser" es un objetivo
que tienen que conseguir nuestros alumnos. Nos olvidamos, así, de
que los primeros que tenemos que aprender a ser somos,
precisamente, nosotros, los educadores.
Evidentemente, hay un problema
claro en este sentido: cuando hemos obtenido el título o diploma
que nos acredita como profesores en el sistema educativo damos por
aceptado y "finiquitado" que nosotros ya "somos". Es decir, nuestro
título nos otorga la "garantía" de que ya hemos conseguido llegar a
la meta de nuestra formación y capacitación como educadores. Por
eso, no es de extrañar que perdamos, con excesiva facilidad, la
sensación de que necesitamos formarnos continuamente para conseguir
"ser" en el día a día.
Sin embargo, reconozco que esta
sensación de "ser" es una especie de "amparo" ante la incertidumbre
a la que nos enfrentamos cotidianamente. Reconozco, también, que
necesitamos alguna certidumbre ante la incertidumbre del futuro que
nos espera a nosotros y a nuestros alumnos. Por eso, es normal que
nos aferremos a nuestra "capacitación oficial" para promover algo
de seguridad a nuestro quehacer y a nuestro espíritu para no
perdernos en el "no-saber-qué-hacer". No olvidemos que nuestra
profesión es, tal vez, de las más arriesgadas porque no sabemos qué
sucederá mañana, dado que estamos manejando el futuro de nuestros
alumnos. Nuestra profesión es única en este aspecto, porque todas
las demás gozan de cierto grado de previsibilidad. Nosotros, en
cambio, estamos tratando siempre con lo imprevisible (yo siempre he
definido al ser humano como "la subjetividad", "el cambio
continuado", "la imprevisibilidad", entre otras cosas…). No somos
albañiles, ni arquitectos, ni fontaneros, ni mecánicos, ni
ingenieros… simplemente, somos personas que tratan con personas, o
sea, somos "imprevisibilidad en continua interacción con otras
imprevisibilidades"…
Por eso, una vez más, desde aquí,
sugiero que no podremos repensar la educación ni encontrar su
tesoro, ni aprender a ser, si no somos capaces de mantenernos en un
proceso de alerta y vigilancia que nos lleve a una formación
continuada basada no sólo en el conocimiento de los modos de
funcionamiento de los seres humanos, sino también, y
fundamentalmente, en el análisis y aprendizaje de nosotros mismos a
partir de nuestros pensamientos y actuaciones en relación con la
educación de nuestros alumnos, lo que nos llevará a una actitud de
alerta ante cualesquiera de las circunstancias con que nos
encontramos cada día. Y si esta "filosofía" de la formación es
compartida con nuestros colegas, entonces es posible que comencemos
a caminar por el buen camino.
Hasta la próxima, como siempre,
¡salud y felicidad!