Opinião

Crónica
Cartas desde la ilusion

Juan A. Castro PosadaQuerido amigo:

Retomando la idea final de mi última carta, en la que prometía volver a reflexionar sobre el control y el esfuerzo personal, creo que estamos en un momento histórico del devenir educativo (aunque debemos reconocer que siempre hemos estado en un momento histórico en este aspecto) que creo que resolveremos positivamente si conseguimos ensamblar los aspectos fundamentales que ha promovido la UNESCO en los tres informes que ha elaborado a lo largo de los últimos cincuenta años: 1) aprender a ser (Informe Faure, en 1972), 2) la educación como tesoro que hay que descubrir (Informe Delors, en 1996), y 3) la necesidad de repensar la educación como bien común global (último informe del citado organismo, de hace unos meses).

Me parecen fundamentales los tres, pero creo que, puestos a valorar, el primero de ellos (aprender a ser) es el que debería sostener nuestro esfuerzo para poder encontrar el tesoro que guarda la educación y conseguir que la acción educativa sea realmente un bien común.

Ahora bien, por regla general, cuando consideramos cualquier problemática en el ámbito educativo siempre estamos pensando en los demás. Por eso, creo que los profesores tendemos a pensar que "aprender a ser" es un objetivo que tienen que conseguir nuestros alumnos. Nos olvidamos, así, de que los primeros que tenemos que aprender a ser somos, precisamente, nosotros, los educadores.

Evidentemente, hay un problema claro en este sentido: cuando hemos obtenido el título o diploma que nos acredita como profesores en el sistema educativo damos por aceptado y "finiquitado" que nosotros ya "somos". Es decir, nuestro título nos otorga la "garantía" de que ya hemos conseguido llegar a la meta de nuestra formación y capacitación como educadores. Por eso, no es de extrañar que perdamos, con excesiva facilidad, la sensación de que necesitamos formarnos continuamente para conseguir "ser" en el día a día.

Sin embargo, reconozco que esta sensación de "ser" es una especie de "amparo" ante la incertidumbre a la que nos enfrentamos cotidianamente. Reconozco, también, que necesitamos alguna certidumbre ante la incertidumbre del futuro que nos espera a nosotros y a nuestros alumnos. Por eso, es normal que nos aferremos a nuestra "capacitación oficial" para promover algo de seguridad a nuestro quehacer y a nuestro espíritu para no perdernos en el "no-saber-qué-hacer". No olvidemos que nuestra profesión es, tal vez, de las más arriesgadas porque no sabemos qué sucederá mañana, dado que estamos manejando el futuro de nuestros alumnos. Nuestra profesión es única en este aspecto, porque todas las demás gozan de cierto grado de previsibilidad. Nosotros, en cambio, estamos tratando siempre con lo imprevisible (yo siempre he definido al ser humano como "la subjetividad", "el cambio continuado", "la imprevisibilidad", entre otras cosas…). No somos albañiles, ni arquitectos, ni fontaneros, ni mecánicos, ni ingenieros… simplemente, somos personas que tratan con personas, o sea, somos "imprevisibilidad en continua interacción con otras imprevisibilidades"…

Por eso, una vez más, desde aquí, sugiero que no podremos repensar la educación ni encontrar su tesoro, ni aprender a ser, si no somos capaces de mantenernos en un proceso de alerta y vigilancia que nos lleve a una formación continuada basada no sólo en el conocimiento de los modos de funcionamiento de los seres humanos, sino también, y fundamentalmente, en el análisis y aprendizaje de nosotros mismos a partir de nuestros pensamientos y actuaciones en relación con la educación de nuestros alumnos, lo que nos llevará a una actitud de alerta ante cualesquiera de las circunstancias con que nos encontramos cada día. Y si esta "filosofía" de la formación es compartida con nuestros colegas, entonces es posible que comencemos a caminar por el buen camino.

Hasta la próxima, como siempre, ¡salud y felicidad!

 
 
Edição Digital - (Clicar e ler)
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