Crónica Salamanca
Reformas internas en la universidad
La universidad, en su
condición de institución histórica, está sometida de forma
constante a movimientos de reforma, de cambio, en algunos o en
varios elementos de su organización académica, ya sean los planes
de estudios y elementos curriculares, número y tipo de carreras
impartidas, presencia social fuera de la universidad, proyección
científica de los grupos de investigación, y otras decenas de
circunstancias del cotidiano universitario. Una universidad inmóvil
y estática es un contrasentido, porque no existe un modelo de
universidad metafísicamente permanente. Todo lo contrario, es
institución histórica, mutable.
Por sentido y presencia en una
determinada sociedad, la universidad debe estar abierta a las
necesidades de la sociedad donde se inserta, a los cambios que
puedan solicitarse desde fuera, sin perturbar lo que debe ser algo
sagrado en la institución de educación superior, la autonomía. Por
ello, si es preciso adaptar, modificar, transformar uno o varios
elementos de la organización universitaria, no debemos alarmarnos,
porque hemos de aceptar tales cambios y reformas como algo natural
en el devenir universitario.
Hace ya algo más de cinco años que
desde el Ministerio de Educación de España se difundía un
documento-borrador en el que, entre otras propuestas, se animaba a
las universidades españolas a introducir modificaciones notables en
el número y tipo de Facultades y Departamentos existentes en cada
una de ellas. Siendo tales instancias la base organizativa de
nuestra universidad actual ello suponía un cambio profundo del
modelo de universidad vigente, al menos, desde la reforma
universitaria de 1983, firmada por el entonces Ministro de
Educación, José María Maravall.
Los últimos cinco años han
coincidido, precisamente, con una dura, terrible reducción de
recursos para las universidades públicas españolas por parte de la
administración central, y en buena medida por las autoridades
autonómicas, que ha repercutido en la generación de un gran
malestar entre los universitarios, por lo que ha representado de
reducción en las oportunidades de contratación de profesores,
disminución muy notoria de recursos para investigación, eliminación
de otras formas de apoyo y asistencia social a estudiantes, o la
aparición de penurias muy notorias en infraestructuras.
Tales circunstancias de precariedad
han disuadido a equipos rectorales, y a las administraciones
implicadas, de impulsar aquella reforma que ya hemos mencionado,
referida a la organización de facultades y departamentos, a la
fusión de varios de ellos, para favorecer la disminución de gastos
económicos de gestión, simplificar algunos procesos
administrativos, y también, según algunos proclaman, para llevar a
cabo una reforma estructural de cada universidad, primando el valor
de ciertos ámbitos científicos en detrimento de otros. Desde
entonces, hace cinco años, ya se veía en muchos foros de opinión
que las humanidades y las ciencias sociales iban a llevar las de
perder, en favor de las áreas de la tecnología y las ciencias
experimentales y biosanitarias.
Lo cierto es que en los últimos
meses, tal vez animadas por una ligera mejoría económica, son
varias las universidades, algunas de ellas de grandes dimensiones,
como sucede con la Universidad Complutense de Madrid o la
Universidad de Barcelona, que vienen promoviendo esta reducción y
reorganización de facultades y departamentos, para lograr alcanzar,
según dicen, una universidad más funcional, ágil, barata y menos
burocratizada. Parece que ahora ya no se trata de un movimiento de
cambio que vaya a quedar reducido solamente a universidades
aisladas, sino que estamos ante el inicio de algo mucho más
profundo y estructural que antes o después va a afectar a todas las
universidades públicas de España.
Para nosotros este proceso de
reformas debiera haberse iniciado hace tiempo, y así lo hemos
propuesto en su día en algunos espacios de debate y representación
universitaria. Por encima de los particularismos y reinos de taifas
en que se han convertido algunos departamentos y facultades, debe
prevalecer el interés colectivo, y la racionalidad científica, algo
de lo que se ha adolecido en muchos momentos en la historia
reciente de nuestra universidad española. Así, una vez que se
consulta a las bases de la comunidad universitaria, y se adoptan
decisiones estratégicas, la reforma debe emprenderse sin
vacilaciones, a sabiendas de que nunca se va a poder satisfacer los
egos e intereses de todos, y en particular de algunos acostumbrados
a reinar en su corral, en su chiringuito, por miope que pueda
parecer esta situación en la universidad. Existir tales situaciones
en departamentos y facultades, claro que existen. Por esto, en
muchos casos estas prácticas caciquiles, endogámicas, limitadoras
de la transparencia y la libertad, factores claves de un
funcionamiento democrático en una institución pública, deben ser
eliminadas, y nos parece que esta reforma académica es una
oportunidad. Sea pues bienvenida esta reforma.
Ahora bien, si este proceso va a
representar un movimiento de reconversión de carácter puramente
empresarial, que busque gestionar la universidad como una empresa,
primando la rentabilidad en términos estrictamente económicos,
desde luego que no, no contará con nuestro apoyo. Los derechos de
los profesores deben ser respetados, por ejemplo el de su área de
especialidad para impartir docencia. La presencia de los
estudiantes en los órganos de representación debe ser respetada,
pero cuidando que se apoyen tales representantes elegidos en un
porcentaje de votos que sea presentable en sociedad, en términos
democráticos, a diferencia de lo que sucede hoy en muchos
departamentos y facultades, donde algunos estudiantes salen
sobrerrepresentados, pero con un porcentaje de electores detrás que
no llega ni al cinco por ciento de apoyo en ocasiones. La reforma
ha de cuidar todos estos detalles, y en cada universidad debe
vigilarse el cumplimiento de criterios y la defensa de valores de
racionalidad y democracia, esencia de lo que ha de ser hoy una
universidad pública al servicio de todos.
Algunos colegas aducen que como
nuestra inestabilidad política es ahora muy grande en España este
proceso de reformas ha de esperar hasta a que se alcancen gobiernos
estables. Pero, frente al conocido refrán conservador que decía,
"en tiempos de tormenta no deben hacerse mudanzas", atribuido al
mundo jesuítico, nosotros apostamos por una actitud de cambio
permanente en la universidad, que vaya construyendo respuestas
acordes a lo que demanda la sociedad de nuestro tiempo, por
provisionales que puedan parecernos.