Crónica
Cartas desde la ilusión
Querido amigo:
Ante todo, ya has visto que he
vuelto a comentarte algo sobre lo que mi mente está continuamente
"en estado de alerta": el problema de la (des)motivación de los
profesores. La razón de esta repetición es mi constatación diaria
del desánimo del profesorado en los centros educativos. Parece que
los educadores deberíamos estar siempre en guerra contra algo o
alguien que se nos antoja intangible y que provoca la continuación
de la lucha sin saber ni cómo, ni por qué, ni a dónde vamos a
acabar… Reconocerás conmigo que los profesores necesitamos,
precisamente, lo contrario: tranquilidad, serenidad, estado de
ánimo equilibrado, ambiente de trabajo relajado… para poder
conseguir aquello que creemos que nuestros alumnos tienen que
llegar a alcanzar: su nivel de competencia más alto posible.
La justificación de esta necesidad
de los profesores es muy simple: la comunidad de aprendizaje nos
llevará a conseguir avances significativos en la adaptación de la
enseñanza a los alumnos, terminada más rápidamente que en los
centros educativos tradicionales.
Como puedes ver, el reto es doble:
por una parte, tenemos que adaptar nuestra enseñanza a los alumnos,
y, por otra, tenemos que conseguir que los "programas" finalicen
con más éxito y más pronto que en los centros educativos
tradicionales.
El primero de los retos, es decir,
la adaptación del proceso de enseñanza/aprendizaje a nuestros
alumnos, supone un cambio radical de actitud. No podemos seguir
dependiendo de los libros de texto, ni de la metodología del
"profesor como transmisor de conocimientos", ni de los exámenes de
lápiz y papel al final del período de evaluación, ni del trabajo
exclusivamente individualizado de los alumnos, ni del
establecimiento de normas disciplinarias ligadas a la sanción, ni
del aislamiento de los profesores en su actuación educativa, ni de
la hetero-motivación como motor único de la actividad de los
alumnos… Es necesario, e imprescindible, un cambio radical que dé
un vuelco a todo lo anterior y nos lleve a un enfoque auténtico y
real sobre el desarrollo de las competencias de nuestros
alumnos.
Ahora bien, mi pregunta, en este
momento, es, asimismo, muy sencilla: "¿Somos y nos sentimos los
profesores competentes para promover auténtica y realmente las
competencias de nuestros alumnos? Esta pregunta sencilla implica,
al menos, otras más que la explicitan y pueden guiar nuestra
reflexión: ¿Estamos preparados para ello? ¿Necesitamos más
formación, o necesitamos una formación "distinta"?
No voy a responder a estas
preguntas, pero mi impresión al respecto es, más bien, pesimista, y
acompañada de un agravante: no se ven "movimientos" en favor del
cambio educativo en nuestra sociedad. Por eso sigo pensando que si
no cambiamos a las personas, difícilmente conseguiremos hacer algo
por el sistema educativo de nuestro país. Las leyes no cambian al
mundo; son las personas las que cambian al mundo. Ésa es mi
convicción y te invito a que reflexiones serenamente sobre ello.
Para ayudarte, te ofrezco este pequeño relato de Gabriel García
Márquez que te escribo a continuación. Creo que es muy instructivo
y nos puede hacer pensar.
Un científico, que vivía preocupado
con los problemas del mundo, estaba resuelto a encontrar los medios
para aminorarlos. Pasaba días en su laboratorio en busca de
respuestas para sus dudas.
Cierto día, su hijo de 7 años
invadió su santuario decidido a ayudarlo a trabajar. El científico,
nervioso por la interrupción, le pidió al niño que fuese a jugar a
otro lado. Viendo que era imposible sacarlo, el padre pensó en algo
que pudiese darle con el objetivo de distraer su atención. De
repente se encontró con una revista, en donde había un mapa con el
mundo, justo lo que precisaba. Con unas tijeras recortó el mapa en
varios pedazos y junto con un rollo de cinta se lo entregó a su
hijo diciendo: como te gustan los puzzles, te voy a dar el mundo
todo roto para que lo repares sin ayuda de nadie.
Entonces calculó que al pequeño le
llevaría 10 días componer el mapa, pero no fue así. Pasadas algunas
horas, escuchó la voz del niño que lo llamaba calmadamente.
- Papá, papá, ya hice todo, conseguí
terminarlo.
Al principio el padre no creyó en el
niño. Pensó que sería imposible que, a su edad hubiera conseguido
recomponer un mapa que jamás había visto antes. Desconfiado, el
científico levantó la vista de sus anotaciones con la certeza de
que vería el trabajo digno de un niño. Para su sorpresa, el mapa
estaba completo. Todos los trozos habían sido colocados en sus
debidos lugares.
¿Cómo era posible? ¿Cómo el niño
había sido capaz?
De esta manera, el padre preguntó
con asombro a su hijo:
- Hijito, tú no sabías cómo era el
mundo, ¿cómo lo lograste?
- Papá, respondió el niño; yo no
sabía cómo era el mundo, pero cuando sacaste el mapa de la revista
para recortarlo, vi que del otro lado estaba la figura de un
hombre. Así que di vuelta los recortes y comencé a recomponer al
hombre, que sí sabía cómo era. "Cuando conseguí arreglar al hombre,
di vuelta la hoja y vi que había arreglado al mundo".
Como siempre, salud y felicidad.