Opinião

Crónica
Universitarios, ¡Idiotas!

Hernandez Diaz

Bolsonaro dixit. Sí, el título de esta columna fue la expresión textual (una más) de quien se precia de ser amigo de Trump y de Netanyahu, dos destacados presidentes del panorama internacional, de USA e Israel, y ambos exponentes del integrismo político de nuestro tiempo, en versión populista, y de una manera concreta de percibir el valor de la ciencia, la cultura y la educación .

<<Universitarios, idiotas!>> fue una de las maleducadas y despectivas respuestas públicas del presidente de Brasil a la huelga masiva de miles de profesores de las universidades públicas de Brasil (las federales, las estaduales y las municipales), respuesta de paro sostenida hace unos días a lo largo y ancho de la gran república brasileña para defender los beneficios de la universidad pública en todas sus manifestaciones y modelos.

Bolsonaro ya lo había anunciado en campaña electoral hace unos meses, y ahora lo ratifica. Este exmilitar, ultraconservador, apoyado por los sectores más rancios de la sociedad y el parlamento brasileño, en particular por la bancada "evangelista" (la de los derechistas <cristianos evangélicos>), defiende con su séquito posiciones prediluvianas en las formas de organizar los valores de una sociedad tan heterogénea como la brasileña, a la que quiere homogénea, y que camine en una sola dirección, la suya y la de sus fieles.

Ese pretendido insulto, grosero e intelectualmente soez, no es el resultado de una casualidad advenida en el político brasileño de manera circunstancial, no. Esa bocanada de mierda lanzada a los profesores representa y cataliza muy bien el desprecio que siente Bolsonaro ( y sus colaboradores próximos, familiares directos incluidos) hacia la cultura, a la educación, a la ciencia, la escuela, la universidad y todas las instituciones donde se fraguan los saberes, y la libertad.

Ese desprecio va dirigido a todas las políticas socioeducativas emprendidas en la etapa de gobierno del presidente Lula da Silva y su continuadora Dilma Rousseff, líderes del PT, cuando mediante políticas de atención socioeducativa se logró acercar más y mejor a 25 millones de niños brasileños a la escuela. Ese grito despectivo y salvaje contra los profesores va dirigido a la presencia en las universidades de indígenas que comienzan a ver reconocidos sus derechos de acceso a la universidad, y que parecen ser de nuevo conculcados. La brutalidad del insulto se orienta hacia las muchas universidades federales creadas en los lugares más recónditos de Brasil desde 2002 en adelante, para favorecer la llegada a los bienes de la cultura superior de negros, indios, mestizos, y todo tipo de sectores populares, con independencia de su raza y religión. Esa malsonante expresión de Bolsonaro trata de ofuscar los avances logrados en la ciencia y la investigación desde las primeras políticas de Fernando Cardoso en pro de la modernización de la universidad brasileña, y del impulso de la investigación científica, como nunca hasta entonces se había planteado. Parece ser que para los intereses de la minoría dirigente y la oligarquía terrateniente del país los avances en la ciencia molestan, perjudican y deben quedar poco a poco desterrados, para lo que es necesario desactivar las fuentes económicas de alimentación de proyectos de investigación, de financiación de congresos científicos, de eliminar becas de apoyo a jóvenes investigadores, así como de ayudas para los viajes e intercambios científicos al extranjero.

Bolsonaro llama idiotas a quienes procuran enseñar libremente a los jóvenes, profesores que ejercen su docencia universitaria sin sometimiento alguno del poder. Este tipo llama idiotas a quienes aceptan en sus aulas la presencia (aun minoritaria) de grupos de jóvenes procedentes de sectores sociales humildes, que han nacido en el seno de una etnia hasta ahora despreciada y desprotegida por el beneficio de la escuela y de la universidad. En fin, llama idiotas a quienes pueden ayudar a desvelar, a beneficio de los ciudadanos, con los instrumentos de la razón, la ciencia y la cultura, los bienes que encierra la educación, y sobre todo el bien supremo de la libertad de pensar.

Todo lo que podemos esperar del pueblo brasileño es que pronto comprenda, de forma mayoritaria, el error en que ha caído con la elección de este personaje para presidente del pais, y sea capaz de elegir a alguien que sea realmente expresión de los intereses democráticos de la población.

Además, a muchos kilómetros de distancia, en nuestro entorno europeo, ese insulto ya comentado retorna con eco y se magnifica también en otros líderes y movimientos "populares" de la extrema derecha, que piensan lo mismo que Trump o Bolsonaro sobre los emigrantes, las etnias diferentes a los blancos, el acceso de los menos favorecidos a la cultura y la educación. Cuando vociferan Salvini en Italia, Le Pen en Francia, Abascal en España, y tantos otros líderes ultraderechistas de Holanda, Hungría, Polonia, o Austria (y no seguimos por no alargar el listado), lo hacen en términos muy parecidos a los utilizados por el actual presidente de Brasil para referirse al valor liberador y de progreso que representa la ciencia y la educación. Para sus intereses funcionan mucho mejor los seguidores que siguen sus proclamas, bostezos o insultos, quienes solo consumen acríticamente, sin formularse preguntas sobre el ser propio y la sociedad que les entorna. También, por supuesto, de quienes defienden la universidad privada, que se frotan las manos por lo que dicen que va a suceder en Europa.

 
 
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