Aprender y enseñar en la era digital
Evaluar en la nueva era
En
la serie de colaboraciones que venimos realizando para esta
publicación centramos nuestro interés en la temática del binomio
aprender y enseñar. Pero dentro de esa indisoluble dualidad se
esconde la tarea que mejor definen las teorías y las prácticas
pedagógicas de todo docente: el talante con el que hace frente a la
evaluación de los aprendizajes de sus alumnos.
Por ello, nuestra última publicación dedicada a los procesos de
enseñar y aprender en esta época se ha titulado "La Evaluación
en la era digital" (Ed. Síntesis, Madrid). Y ello es porque si
dentro de la cultura escolar -que intentamos remover- existe una
dimensión que revela mejor la existencia de creencias, mitos, ritos
y costumbres que se resisten al cambio, esa dimensión es la
evaluación.
Aunque la evaluación de la enseñanza y el aprendizaje de los
alumnos se ha estudiado siempre, lo cierto es que han variado mucho
a lo largo del tiempo los criterios, las estrategias, los estilos
de los profesores y hasta el propio ámbito de la evaluación. En
estos momentos, por ejemplo, no podemos circunscribir la evaluación
a los alumnos, puesto que en el trabajo de los alumnos influyen
muchos factores ajenos a su capacidad, a su esfuerzo y a su
actitud.
La evaluación ha de estar referida a todos los elementos que
intervienen en la acción educativa. Pero uno de los cambios más
significativos experimentado por la evaluación en los últimos
tiempos se refiere principalmente a la distribución de
responsabilidades relativas a la elaboración y selección de
criterios y procedimientos y a la toma de decisiones subsiguientes
a la misma y, muy especialmente, que deje de ser un instrumento
coactivo en manos del profesor y se convierta en un recurso para
mejorar los aprendizajes.
Desafortunadamente ciertas concepciones y prácticas que
caracterizaron a la escuela del siglo XX aún continúan vigentes,
reforzando una cultura escolar que parece impermeable a las nuevas
propuestas evaluadoras desde un enfoque constructivista, con lo
cual la evaluación se convierte en una especie de dique que impide
la mejora de la escuela.
Es decir, la evaluación tiene que pasar de ser un requisito
burocrático de control a un diálogo para el conocimiento de la
realidad, para que pase a ser uno de los mejores instrumentos de
aprendizaje.
Existe cierta unanimidad respecto de que la evaluación
convencional permite conocer pocas cosas de cómo se produce el
aprendizaje. Y escasas veces sirve para mejorar las formas en que
se produce.
Frente a ella, el tipo de evaluación que vamos a proponer en
sucesivas entregas debería servir para conocer los distintos
talentos de los alumnos individuales y los efectos de las prácticas
escolares que permitan su desarrollo del mejor modo posible.
Florentino Blázquez Entonado
Catedrático de Didáctica Emérito Universidad de Extremadura