Cronica Salamanca
Universidad y sostenibilidad
Hace unos días se celebraba en el Centro de
Estudios Brasileños de la Universidad de Salamanca un sugerente
"Seminario Brasil-España, Desarrollo y Sostenibilidad. Retos y
perspectivas", en el que participaron diferentes especialistas en
el tema. Tuve el honor y placer de intervenir en la mesa redonda
sobre "Etica y educación como instrumento de desarrollo y
sostenibilidad", intercambiar puntos de vista con colegas de ambos
países, y aprender muchas cosas juntos. Creo que las conclusiones
del seminario resultaron muy provechosas para la reflexión y el
avance teórico y de intercambio de experiencias en el ámbito del
medio ambiente natural y humano y la responsabilidad que tiene
atribuida la universidad en el mismo.
Uno de los conceptos más debatidos
entre los participantes fue precisamente el de sostenibilidad
(sustentabilidad en el código lingüístico portugués), tan novedoso
y esperanzador hace dos décadas, pero hoy tan manoseado e
instrumentalizado por los intereses del gran capital. Precisamente
algunas de las grandes empresas relacionadas con sectores como la
energía, el transporte, la construcción, usan y abusan del término
sostenible, y lo aplican a todo tipo de campañas de promoción de
sus intereses, que al fin no tienen nada de sensibilidad hacia la
sostenibilidad. Del mundo sostenible es fácil derivar a materiales
sostenibles, a automóviles y productos que colaboran en hacer una
vida más sostenible, pero sin dejar de promocionar el consumo
acelerado de objetos y servicios de dudosa necesidad, como es nodal
en todo modelo de producción capitalista (producir barato-vender
caro-objetos y servicios de rápido deterioro y originado por
necesidades de consumo artificialmente suscitadas).
Personalmente me parece más profundo
y útil , conceptualmente, dejar a un lado el discurso de la
sostenibilidad, y caminar hacia la conciencia de límite en las
necesidades de los hombres, tal como hace ya varios siglos
proponían los estóicos del mundo grecolatino. Esta nos parece una
línea muy fecunda de reflexión y actuación para nuestros días, sin
duda alguna, como defiende entre otros Popkewitch. Hemos de
aprender a saber vivir con equilibrio, en armonía personal, con los
demás y con la naturaleza, con relativa austeridad. Hay que
acostumbrarnos a saber prescindir de modas y necesidades
artificiales, creadas fuera de nuestros intereses reales y
profundos de personas.
Esto no es fácil de defender y
concretar, porque si defendemos estas propuestas de vida y
pensamiento, nos movemos en contra de la tendencia dominante que no
es otra que la del ultraconsumismo, propia del neocapitalismo voraz
y extendido por todas partes, en cualquier lugar del mundo, hasta
en los más impensables. No podemos defender un crecimiento
indiscriminado, sin límite, que esquilme la naturaleza física y
haga inhabitable nuestro planeta. Pero sí podemos optar por un
avance equilibrado, por un desarrollo armónico de los hombres, en
sus diferentes modelos de sociedad. Sólo así será viable el planeta
Tierra, en la parte relativa a la naturaleza y a la sociedad.
Es indudable que a ser más austeros
y equilibrados los hombres sólo aprenden por medio de los valores y
las pautas que se les traslada desde alguna o varias de las
instituciones y procesos de educación en que participan. Y este se
ha convertido en uno de los grandes retos de nuestro tiempo, en el
inicio de este siglo XXI. Es nada más, ni nada menos, que la
educación hacia una ética ecológica.
Cabe preguntarse si la universidad,
las muchas universidades que ya existen diseminadas por toda la
cartografía mundial, tienen algo que decir y hacer en este tan
polémico y sensible asunto de la educación hacia un mundo más
armonioso, y si se quiere sostenible.
Pues claro que sí. Desde luego que
ya han ido apareciendo y consolidándose en muchas universidades
organismos y oficinas llamadas "verdes", responsables de fomentar
prácticas de consumo más razonable entre los miembros de la
comunidad universitaria, en energía, materiales de desecho,
reciclaje de papel y otros residuos peligrosos. Estas oficinas
verdes impulsan prácticas de sensibilización ecológica entre
profesores, investigadores, estudiantes y personal de
administración y servicios; desarrollan estudios de campo y
campañas de apoyo a causas ecológicas; preparan y desarrollan
proyectos de investigación puntuales y prácticos; vigilan el
cumplimiento adecuado de las normas vigentes en materia de medio
ambiente, en todo aquello que roza o afecta a la universidad. En
fin, todo un laudable programa de acciones benéficas en pro del
respeto a los intereses saludables y de la convivencia armónica de
los universitarios con el medio ambiente natural y humano.
Hay también otros aspectos, no menos
importantes, pero a veces no tan visibles, que deben ser
contemplados en una correcta presencia de la institución
universitaria en todo lo que denominamos estudios medioambientales.
En primer lugar, debe no recluir ni reducir el asunto del medio
ambiente a un problema químico, o sólo propio de las ciencias
experimentales. Si no somos capaces de que la comunidad
universitaria alcance a comprender la dimensión política, social y
humanística del problema no habremos avanzado nada. En segundo
lugar, hay que proponer en serio y desarrollar programas de
ambientalización curricular, denominación tal vez poco afortunada
que es preciso explicar más a fondo, y que nos obliga a dejarlo
para otro momento.
La universidad debe significarse,
desde su responsabilidad formativa e investigadora, por una apuesta
permanente en la defensa del paradigma ecológico, de un mundo más
equilibrado y armonioso, menos competitivo y consumista, más
respetuoso con el medio ambiente natural y humano.
José Maria Hernández Díaz
Universidad de Salamanca