Opinião

Crónica
Master para ser profesor de universidad

Hernandez DiazEn diferentes escritos y artículos, también desde las páginas de Ensino Magazine, hemos mencionado con reiteración la idoneidad, incluso la necesidad, de que los profesores jóvenes que se incorporan a la universidad demuestren haber recibido, o estén dispuestos a hacerlo, una buena formación pedagógica básica en docencia universitaria, como sucede ya por fortuna con los profesores en otros niveles del sistema educativo. La denominada formación pedagógica de actualización y permanente del profesor universitario debe ser siempre posterior, es insuficiente y siempre adolece de buenos fundamentos para quien desea ser docente.
Fue nada menos que Francisco Giner de los Ríos quien dio la alarma sobre las carencias pedagógicas de los profesores universitarios españoles de fines del siglo XIX. Escribió  en 1884, en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, un artículo memorable que tituló "Maestros y catedráticos". En aquel trabajo valoraba con profundo sentido crítico el malestar que se apreciaba en los centros docentes de España, desde la escuela primaria a la universidad,   por las carencias en formación pedagógica que denotaban los profesores de todos los niveles del sistema educativo.
Pero Giner introduce matices en su explicación. Explica que los maestros de primera enseñanza de entonces recibían una débil formación cultural y pedagógica en aquellas Escuelas Normales mal financiadas y con planes de estudios anacrónicos. Sin embargo, como tenían que educar en el día a día a niños y niñas, y se encontraban pedagógicamente insolventes, buscaban soluciones formativas en la prensa pedagógica, en conferencias pedagógicas, en centros de colaboración con otros colegas. Eran conscientes de sus límites y buscaban (y encontraban ) soluciones a los problemas pedagógicos que surgían en su quehacer educativo.
Algo muy diferente ocurre con los catedráticos, nos dice Giner. Los de segunda enseñanza miraban con desprecio la motivación y la actuación pedagógica de los maestros de primaria, porque al fin ellos eran catedráticos, en realidad equivalentes a los de universidad, y pertenecían a otro estatus social y salarial, claro. Este grupo de profesores carecía de todo interés pedagógico, porque ellos sabían y dominaban su materia (matemáticas, lengua española, latín, física, francés, ciencias naturales, la disciplina que fuera), y decían que nadie les tenía que indicar cómo se enseñaba. Ellos explican, cuando lo hacen, y el alumno que pueda seguir su ritmo, muy bien, y el que se quede en la cuneta , pues allá él. Eso de la actuación y la formación pedagógica de los docentes son cuentos, dicen los catedráticos, porque ellos son la autoridad científica en sus aulas. Nada de cantinelas pedagógicas.
Pues de forma mucho más acentuada que con los catedráticos de segunda enseñanza se manifiesta el asunto con los  de universidad, nos insiste Giner, con el profundo desprecio que miran hacia las formas de enseñar una asignatura del plan de estudios de una licenciatura. Nadie les puede dar lecciones de cómo enseñar su disciplina científica, decían aquellos anquilosados catedráticos.
A pesar de tan nefastas actitudes presentes en el colectivo de los catedráticos,   Giner y todos los miembros de la Institución Libre de Enseñanza (Cossío, Labra, Álvarez Buylla, Blanco Suárez, Sela, Barnés, Luzuriaga, A.Pestana y cientos de profesores y colaboradores más)  continuarán reivindicando la necesidad de formar mucho mejor a todos los profesores, desde los de la escuela infantil a los de la universidad. La razón no es otra que parten de la convicción profunda de que la bondad de una institución docente y educativa se sustenta en la calidad de sus profesores, lo bien formados que estén, en la parte científica y en la pedagógica.
La formación de los maestros de primera enseñanza en España ha cambiado de forma muy notable, a mejor, desde aquellas lamentaciones y denuncias de fines del siglo XIX hasta hoy. Nuestras Facultades de Educación, con las excepciones aisladas que se quiera, ofrecen una buena formación a los futuros maestros de infantil y primaria, en un grado de cuatro años, según establece desde 2006 la LOE. Estamos en el buen camino en este apartado.
Los futuros profesores de educación secundaria también reciben una buena formación pedagógica cursando el Máster de Formación de Profesores en Educación Secundaria y Formación Profesional y Escuelas Oficiales de Idiomas, exigido desde la promulgación de la LOE de 2006 para acceder a los cuerpos docentes correspondientes de educación secundaria . Desde la experiencia personal, contrastada con la de otros muchos profesores que impartimos docencia en este máster, se está produciendo un cambio muy notable en las expectativas pedagógicas de los futuros profesores de educación secundaria, quienes asumen que son también, nada menos que educadores, formadores de adolescentes y jóvenes. El sistema educativo español mejorará, con toda seguridad, a medida que se vayan incorporando estas nuevas cohortes de jóvenes profesores a los institutos y centros de educación secundaria. En una generación España va a disponer de una población mucho mejor educada y culta, a través de estos miles de futuros profesores que han cursado o terminan su Máster de Educación Secundaria. Puede ser mejorable el modelo, sin duda, pero de momento funciona con éxito. El sueño de Giner aquí se ha cumplido en buena medida, para la educación secundaria.
La pregunta que lanzamos ahora es hacia las universidades, que gozan de autonomía organizativa en sus programas académicos. ¿Qué ocurre con la formación pedagógica de un profesor joven que llega a la universidad dispuesto a iniciar su carrera docente? NADA. Es lamentable tener que reconocerlo.
Un joven profesor hoy es contratado en la universidad por la vía de la investigación, y desde ahí se le exige ser el first one. Pero no cuenta absolutamente para nada la dimensión docente, por la que al fin es contratado como profesor. Este es un grave drama que las universidades españolas deben atender y resolver. ¿Cómo? Es probable que haya que poner en marcha un Máster específico para Docencia Universitaria, mirando hacia la universidad del futuro, en su oferta y la calidad de sus egresados.
Aquí no soñamos nada, porque disponemos experiencias próximas en buenas y excelentes universidades de Europa y América. En varias de estas universidades al joven profesor se le exige que en un plazo razonable, para ser admitido como profesor de plantilla (u ordinario) debe cursar un máster ad hoc, para ser profesor de esa universidad. Eso es proponer poco a poco docencia de calidad, y en ello varias universidades del Reino Unidos son un ejemplo a seguir.
José Ortega y Gasset escribe en los años 1930 que su estancia formativa en Alemania resultó dispar y a veces contradictoria, excelente y lamentable a un tiempo. Dice que encontraba a cada esquina de los pasillos universitarios a varios premios Nobel, de catedráticos que lo habían recibido por sus aportaciones novedosas en investigación. Pero añade que apenas encontró maestros, es decir, catedráticos que supieran enseñar, gente que sabía mucho de lo suyo pero era incapaz de transmitirlo de forma eficaz y amable a sus alumnos.
Se necesita una buena y sistemática formación pedagógica para los profesores de universidad, un master de docencia universitaria que mejore de forma real y profunda nuestra docencia universitaria. Aquello de "Bolonia" fue un bluff total y engañoso, que nos confundió por momentos a muchos, apostando por un modelo organizativo de tipo taylorista, sin sustancia pedagógica, y sin buena formación pedagógica de los profesores. Hay que buscar otras soluciones a la calidad de la enseñanza quer impartimos en las Facultades de la Universidad.

 
 
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