Opinião

Crónica
Cartas desde la ilusión

Juan A. Castro PosadaQuerido amigo:

Este año, como en otras ocasiones, volvemos a plantearnos (replantearnos) en el colegio el papel de los padres y su colaboración con el centro.

Por eso, estamos preparando, como comunidad de aprendizaje, un primer encuentro con los padres de nuestros alumnos. La finalidad es hacerles reflexionar, al menos durante unos minutos, acerca de su papel en cuanto a la educación de sus hijos y a la colaboración con el centro.

El asunto es de vital importancia en los momentos en que estamos viviendo. Estamos constatando que muchos padres están sufriendo un "despiste" bastante considerable en relación con la educación de sus hijos. En efecto, muchos padres quieren conseguir algo legítimo: "ser amiga/o de mi hija/o". Pero este objetivo queda desenfocado porque les lleva a renunciar a poner límites a sus hijos "para no perder su afecto y su cariño". El resultado de esta actitud es su renuncia a la autoridad paterna, confiando, a la larga, que los aspectos disciplinarios queden a merced de la educación de su hija/o en el centro educativo y a cargo de sus profesoras y profesores.

Es ésta la actitud básica de abandono de sus deberes como padres y primeros educadores de sus hijos. Pero lo peor es que complementan esta actitud con otra, asimismo perniciosa: la defensa de sus hijos ante la autoridad de los educadores. De tal manera que, cuando sus hijos entran en conflicto con sus profesores, olvidan su abandono de sus deberes de educadores principales y, en lugar de defender la autoridad de los profesores, en la que delegan los aspectos disciplinarios, se enfrentan a ellos, defendiendo a sus hijos por encima de todo.

Una de las causas de esta situación (entre otras, que iremos comentando a lo largo de los próximos meses) es la ausencia de los padres en el hogar. Es cierto que, en muchas ocasiones, esta ausencia se debe a la situación socio-económica y cultural que estamos viviendo, pero esta situación no debería justificar el abandono.

Por eso, vamos a comenzar nuestros encuentros con los padres de nuestros alumnos, a los que pretendemos integrar como auténticos miembros de nuestra comunidad de aprendizaje, ofreciéndoles una historia que les haga reflexionar sobre las necesidades de acompañamiento y presencia que tienen sus hijos. He aquí la historia, que se titula "Papá, ¿cuánto ganas?":

• Papá, ¿cuánto ganas por hora? - con voz tímida y ojos de admiración, un pequeño recibía así a su padre al término de su trabajo.

• El padre dirigió un gesto severo al niño y repuso:

• Mira hijo, esos informes ni tu madre los conoce. No me molestes; ¡estoy cansado!

• Pero papá- insistió - dime por favor, ¿cuánto ganas por hora?

La reacción del padre fue menos severa. Sólo contestó: 50 euros la hora.

- Papá, ¿me podrías prestar 25 euros? - preguntó el pequeño.

El padre, lleno de cólera y tratando con brusquedad al niño, dijo:

- ¡Así que ésa era la razón de saber lo que gano! ¡Vete a dormir y no me molestes, muchacho aprovechado!

• Había caído la noche. El padre meditó sobre lo sucedido y se sintió culpable. Tal vez su hijo quería comprar algo. Para descargar su conciencia dolida, se asomó al cuarto de su hijo. Con voz baja preguntó al pequeño:

• ¿Duermes, hijo?

- Dime papá - respondió el niño entre sueños.

• Aquí tienes el dinero que me pediste - dijo el padre.

• Gracias, papá - contestó el pequeño.

• Y metiendo su mano bajo la almohada, sacó unos billetes.

• ¡Ahora ya completé, papá! Tengo 50 euros. ¿Podrías venderme una hora de tu tiempo?

En este relato aparecen algunos elementos interesantes que nos pueden permitir montar nuestro primer taller con los padres sobre "La realidad actual de la dedicación de los padres a la educación de sus hijos: problemas, dificultades, obstáculos… y soluciones".

Acabo de leer un artículo de prensa que se titula así: "No puedes castigar a mi hijo: tiene derechos humanos". Se trata de la respuesta de un padre a los profesores de su hijo, de 11 años, quien había acudido a clase con el pelo lleno de mechas rubias, recogido en una cola de caballo y con un diamante como pendiente. Evidentemente, los profesores no le permitieron acceder al centro por carecer de la apariencia adecuada…

Este hecho anecdótico puede parecer trivial, pero también puede encerrar una actitud de los padres que no ponen límites a sus hijos porque creen que dejarles hacer lo que quieran va a ser positivo para su desarrollo. Esta equivocación está, por desgracia, excesivamente extendida, y nuestro deber, como educadores de los niños, es restablecer el "orden" mental y moral de los padres que piensen de esta manera.

Éste será nuestro primer paso. Un segundo taller se centrará en otra historia titulada "mi hijo y el periódico" que te contaré el próximo día.

Como siempre, salud y felicidad.

 
 
Edição Digital - (Clicar e ler)
 
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