Crónica
Cartas desde la ilusión
Querido
amigo:
Ya estamos inmersos totalmente en
el desarrollo del nuevo curso y centrados en el progreso de
nuestros estudiantes. La tarea se presenta, como siempre,
estimulante y retadora. Así es la tarea educativa.
Esta tensión de progreso y de
desafío de hacer cada vez mejor las cosas nos sigue manteniendo en
nuestra reflexión sobre la Evaluación para el Aprendizaje, como
proceso que se inserta en el curriculum de una manera tan "natural"
como necesaria.
Por eso, hoy te comentaré algo
acerca del quinto principio que debe regir la Evaluación para el
Aprendizaje, siguiendo el hilo de lo que hemos compartido
últimamente, aunque dando un paso más en el sentido de la necesaria
consideración de las características de nuestros alumnos, entre las
que figuran de manera destacada las características
emocionales.
El quinto principio de la EpA dice
así: La Evaluación para el Aprendizaje debería ser sensible y
constructiva porque cualquier evaluación tiene un impacto
emocional.
Empecemos por el final de la
expresión. Creo que los profesores hemos perdido el sentido y la
creencia de que cualquier evaluación tiene un fuerte impacto
emocional. Por principio, todos los seres humanos creemos que,
cuando nos comportamos, lo hacemos de la mejor manera posible que
nos lleve a conseguir nuestros fines. El problema concreto radica
en la "adaptación" del comportamiento a la consecución de los
objetivos propuestos. Evidentemente, hay comportamientos erróneos
que no conducen a las metas perseguidas. Hasta el momento presente,
de manera mayoritaria, los profesores sancionamos esos
comportamientos erróneos bajo el justificante de una necesaria
"evaluación".
Creo que, en más de una ocasión, te
he comentado mi oposición a la sanción como producto único y final
de la evaluación. La razón es sencilla: la evaluación, en sí, no
tendría por qué provocar impactos emocionales fuertes en los
alumnos. Esa evaluación no cargada de fuertes impactos emocionales
se conseguiría si hiciéramos una evaluación de nuestros alumnos
no-sancionadora, sino, más bien, cargada de oportunidades para el
aprendizaje, el desarrollo de las competencias, y, en definitiva,
la mejora como personas y como estudiantes.
Estoy convencido de que, cuando los
profesores se limitan a sancionar los comportamientos y resultados
académicos de sus alumnos, a pesar de que crean que están
evaluando, en realidad están dando a entender que no entienden nada
de lo que es e implica el proceso de la evaluación.
Si no fuera sancionadora y se
integrase realmente en el proceso de enseñanza/aprendizaje durante
el desarrollo normal del curriculum, la evaluación sería un
componente más del aprendizaje ya que contribuiría a alimentar y
mejorar la experiencia de los alumnos tanto de una manera general
(en cuanto al enfoque de todas las disciplinas del curriculum) como
de una manera particular (de manera específica, en relación con los
dominios de conocimientos, aprendizajes y desarrollo de
competencias en cada una de las disciplinas del curriculum). En ese
momento, cuando la evaluación sea un componente más (y principal)
del aprendizaje, el impacto emocional, cuando tenga lugar, tendrá
un sentido más bien positivo, ya que alimentará las expectativas de
éxito, el optimismo y la satisfacción de los alumnos al comprobar
de manera realista sus posibilidades de superar las
dificultades.
Además de la sanción, entendida
erróneamente como evaluación, los profesores solemos cometer otro
error que conviene erradicar de una manera total y definitiva:
hemos acostumbrado a nuestros alumnos a ser evaluados no según el
trabajo realizado, sino según la persona que realiza el trabajo.
Cuando esto se produce, los comentarios, las anotaciones y las
calificaciones de los profesores pueden ser un arma altamente
destructiva de las actitudes de los estudiantes, y, en el fondo, de
su personalidad, generando la famosa "indefensión aprendida" ante
la realidad académica.
Pero, en realidad, lo que nuestros
alumnos necesitan no es un ataque a su personalidad, sino todo lo
contrario: un fortalecimiento de la confianza en sí mismos y una
apuesta por su capacidad para afrontar con éxito cualquier reto que
se les presente ahora o en el futuro. Ése es el secreto de la
motivación auténtica. Si trabajamos para construir las
posibilidades de éxito de nuestros alumnos, estamos haciendo la
mejor labor que, como educadores, podríamos realizar, es decir,
motivar profundamente a nuestros alumnos, lo que equivale a decir
que estamos trabajando para que, desde su fortaleza psicológica,
sean ellos mismos quienes se auto-motiven. En esto radican las
posibilidades de éxito no sólo en su período de formación
académica, sino también, más adelante, en su desarrollo como
profesionales.
Hasta la próxima, como siempre,
salud y felicidad.