Crónica Salamanca
Socavar la universidad pública
En español el verbo "socavar", según el
Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, significa:
"excavar por debajo alguna cosa dejándola en falso". Solo falta
indicar la existencia de intencionalidad en ese acto, que puede
producir el derrumbamiento de un edificio en sentido literal, o de
una institución en sentido figurado, pero no menos real.
Puede existir una acción inconsciente por parte del propietario de
un edificio que inicia una obra sin suficiente garantía técnica, y
al fin la acción de socavar produce el derrumbamiento, pues ha
quedado en el aire, en falso, una parte del mismo, y se produce la
destrucción total o parcial.
Puede organizarse, sin embargo, una acción consciente, de zapa, de
creación de socavones, pensada con malevolencia y perfidia para
destruir una determinada instalación. Así, cuando en el ejército un
grupo de especialistas en preparar socavones en las instalaciones
del pretendido adversario actúa con profesionalismo se les llama
"zapadores". Ellos resultan fundamentales para colocar explosivos
en puentes, vías de comunicación, abriendo vías de escape o
interfiriendo la relación fácil de suministros.
La política universitaria que los neoliberales españoles vienen
articulando desde hace ya unos años hacia acá es decidida y
pérfidamente planificada para ir socavando la universidad pública.
Esa posición de los gobernantes llamados "populares" respecto a las
universidades públicas españolas no tiene nada de casualidad,
sino que es un ejercicio permanente de cinismo y malevolencia en
contra de la universidad pública. Y lo llevan a cabo en todas las
escalas donde tienen influencia o capacidad de gobierno.
Pongamos algunos ejemplos.
Si por una parte se llenan la boca en la comunidad autónoma de
Castilla y León, por ejemplo, diciendo y perjurando que hay que
planificar el mapa de titulaciones universitarias, porque se
repiten en varias universidades, y ello conduce a la eliminación
"consensuada" de alguna de estas titulaciones, a la media vuelta, y
al mismo tiempo, conceden privilegios a universidades privadas que
acaban de romper el cascarón, y les permiten implantar una
titulación que ya se repite por enésima vez. Ello sin considerar
que tienen un manejo descarado y a su antojo de las decisiones de
las llamadas agencias de evaluación y acreditación (merecida y
altamente desacreditadas, por cierto). Increíble, pero cierto. No
solo ocurre en nuestra Comunidad Autónoma, pues para
ratificación de lo dicho remitimos a lo sucedido recientemente con
la Universidad llamada San Jorge en Zaragoza, que es privada.
Otro ejemplo muy reciente de los últimos días tiene que ver con la
formación de los policías españoles, en la Academia General de
Policía de Ávila, dependiente del Ministerio del Interior, pero
hasta ahora con convenio firmado desde hace años con la Universidad
de Salamanca para que sean profesores de la Facultad de Derecho,
principalmente, quienes impartan la docencia oportuna de su
especialidad en aquella Escuela General de Policía. Lo ocurrido
hace muy pocos días es que el Ministro del Interior, señor
Fernández Díaz, miembro reconocido del Opus Dei, sin previo aviso
decide retirar a la Universidad de Salamanca esa responsabilidad
formativa en la Escuela de Policías , que viene desempeñando
con éxito reconocido desde hace más de veinte años, y se la
atribuye a una minúscula institución como la Universidad Católica
de Ávila. Se trata de una decisión completamente personalista,
interesada en lo ideológico, y carente del más mínimo rigor
científico y académico.
No hablemos nada del terrible desmoche que ha representado
esa política "deconstructiva" de la universidad pública española en
los últimos años: reducción a un diez por ciento de la tasa de
reposición de profesores fallecidos o jubilados, prohibición de
contratar en libertad sin pasar el filtro y la aduana establecida
por la administración, eliminación drástica de ayudas para
organizar actividades científicas como congresos y seminarios,
reducción fulminante de las asignaciones a proyectos de
investigación (sobre todo para las humanidades y las ciencias
sociales), parálisis de las inversiones en nuevos edificios
universitarios o rehabilitaciones necesarias de locales, importante
reducción de las becas a estudiantes necesitados, y no queremos
seguir enumerando tristes medidas que denotan una auténtica
barbarie de socavones hacia la universidad pública.
Por todo ello, aparecen ya algunos indicadores estadísticos que,
según los datos de un conocido sindicato de profesores, muestran
que la universidad pública en España ha perdido en los últimos diez
años nada menos que cien mil estudiantes, mientras que las
universidades privadas han incrementado su matrícula en 25.000
estudiantes más.
Son datos y situaciones que a todos nos hacen reflexionar, claro
está. Veremos.