Crónica
Cartas desde la ilusión
Querido amigo:
Permíteme, ante todo, que comience
hoy mi carta recordando las últimas líneas de mi misiva anterior,
en la que decía: "Es necesario ya un cambio de orientación que nos
permita dejar de estar centrados en los contenidos y en los libros
de texto para fijarnos y mantener nuestro interés, por encima de
todo, en las personas. Pero esto, ¡sin demagogia!".
Ahora bien, el cambio en educación,
aunque parezca contradictorio, debe producirse de una manera
programada, mediante una planificación adecuada.
Es cierto que una de las
características esenciales del cambio es la imprevisibilidad, sobre
todo en los sistemas de funcionamiento en los que intervienen las
personas humanas. Es evidente que no somos robots ni funcionamos
como tales, porque uno de nuestros atributos esenciales, como
personas humanas, es nuestra subjetividad y, por consiguiente,
nuestra imprevisibilidad. En definitiva, las personas humanas somos
cambio.
Pero nuestro problema como
educadores es que los sistemas educativos de las personas (que
deberían ser sinónimos de "sistemas educativos del cambio") se
asientan sobre la seguridad, la previsibilidad, la planificación de
las rutinas y el manejo de los miedos irracionales a lo desconocido
(confundido con lo imprevisible). Son, como sabemos, sistemas
educativos perfectamente "racionales", donde lo menos deseable es
que suceda algo imprevisto, porque no se nos ha formado para
afrontar las situaciones de aparente "caos".
Así, pues, si queremos "matar" la
escuela, como reflexionábamos unas semanas atrás, lo primero que
deberíamos hacer es asumir esta institución como "la institución
del cambio", en la que el cambio esté institucionalizado. Sé que
parece contradictorio, pero creo que es lo que reclama la sociedad.
Vivimos en un mundo, creo yo, excesivamente rutinario, marcado por
las rutinas que promueven los sistemas macro-económicos
globalizados de nuestro planeta. Tan es así, que asistimos de
manera rutinaria a problemas y desastres humanitarios en distintos
(y sucesivos) países que parecen producirse de manera rutinaria: a
la postre, todo está previsto, todo está calculado… y, cuando, por
lo que fuere, aparece el fantasma del cambio, la reacción es atroz,
en muchas ocasiones.
Si queremos una "institución del
cambio", comencemos por programar el cambio, abandonando las
estériles programaciones tradicionales de contenidos, actividades,
objetivos, etc. El cambio programado tiene que mostrar una
dimensión estratégica y una dinámica que responda a un conjunto de
estrategias, por encima de los recursos materiales, temporales e,
incluso, me atrevería a decir, personales.
Pero, como sabemos, toda estrategia
contiene, a su vez, una perspectiva de futuro. Si nos movemos en el
mundo de las estrategias educativas, podremos comenzar a pensar que
estamos dando respuesta a las auténticas exigencias de futuro de
nuestros sistemas educativos.
Otra característica fundamental de
la dinámica estratégica es su vinculación con las personas, que son
las que toman las decisiones, por encima de la realidad material.
La estrategia nace de la persona, se dirige a las personas y trata
de conseguir un vínculo cognitivo-emocional entre las personas. La
estrategia cristaliza en un comportamiento (o en una serie de
comportamientos), pero se enraíza en los aspectos más decisivos de
la personalidad humana, como son su sistema cognitivo y su sistema
emocional.
Aquí aparece, de nuevo, el problema
de siempre, al que, como educadores, hemos tenido mucho miedo: la
emocionalidad humana.
La dificultad -reconozcámoslo- es
nuestra (in)capacidad de gestionar la emocionalidad. Y, si resulta
tan difícil gestionar la propia emocionalidad, ¿cómo conseguiremos
gestionar la emocionalidad de un conjunto de alumnos, cuyas
características no conocemos y para lo que no estamos
preparados?
Estamos ante un auténtico "nudo
gordiano" que tenemos que desatar. ¿Seremos capaces de
programar/gestionar la emocionalidad (la nuestra propia y la de
nuestros alumnos)? ¿Existen posibilidades? Yo creo que sí, aunque
tendremos que renunciar, para ello, a nuestros sistemas de
seguridad personal (rutinas, rutinas, rutinas…), y a nuestra
desconfianza en nosotros mismos y en los demás.
Seguiremos reflexionando sobre esto
en próximos contactos.
Hasta la próxima, como siempre,
salud y felicidad.