Opinião

CRÓNICA
Cartas desde la ilusion

Juan A. Castro PosadaQuerido amigo:

Hemos vuelto a comenzar un nuevo curso, y, una vez más, tenemos motivos para celebrarlo con ilusión. ¿Por qué?

Simplemente, porque creo que "algo" se empieza a mover en los sistemas educativos (no sólo en el de nuestro país, sino también en el de otros que, hasta ahora, permanecían como "callados" en el sentido de permanecer anclados en la tradición).

En efecto, empezamos a contemplar que cada vez más centros educativos se apuntan a la idea de "matar la escuela" (¿recuerdas que hace ya algunos años -en concreto desde el año 2012- reflexionábamos sobre la necesidad de "matar la escuela"?).

Esto se refleja en el reconocimiento de que "La escuela está cambiando. El modelo de tarima, pizarra y papel, con los alumnos dispuestos en fila escuchando en silencio lo que dice el profesor, está dando paso a un aula un tanto caótica y llena de cachivaches tecnológicos en la que los críos participan todo el rato. El vídeo, la realidad virtual y los juegos digitales son los nuevos libros de texto y Twitter, la nueva sala de profesores. La clase magistral está siendo reemplazada por el design thinking, la flipped classroom y otros métodos en los que el estudiante aprende a su ritmo". Estas realidades se recogen en el libro de Olga Casanova y Lourdes Bazarra titulado "La escuela ya no es un lugar".

No deja de ser un alivio y de resultar esperanzador que cada vez más educadores se centren en los alumnos, tratando de paliar y eliminar tanto el desinterés como la desmotivación que han abundado en el quehacer educativo de nuestros estudiantes (y, tal vez, en una parte de los profesores, anclados en las rutinas que les dan seguridad frente a la aceptación de lo que "pueda venir" - lo que supone una mente abierta y una amplia dosis de seguridad y confianza en sí mismos-).

También es un alivio y resulta esperanzador que cada vez haya más educadores que tratan de superar el "fracaso que expresa la ineficacia de un sistema basado en la clase magistral y en la repetición de conceptos que no quedan fijados".

Además, resulta esperanzador que comiencen los profesores a promover en sus alumnos habilidades de planificación de proyectos, comportándose ellos como simples "coaches" (¿recuerdas cuando reflexionábamos sobre la necesidad de que los profesores no "arrastrásemos el carro" de nuestros alumnos, sino que nos colocásemos "al lado", acompañando y alentando su esfuerzo?), respetando su capacidad de previsión y proacción en función de su edad, sin tratar de adultizar prematuramente a los estudiantes.

Para todo esto se necesita, evidentemente, la promoción del aprendizaje cooperativo entre los alumnos, donde la discusión de ideas, la participación de todos según sus gustos y aficiones, el reconocimiento de los diferentes puntos de vista y la aceptación de que las razones y razonamientos tienen sus límites y su propia vigencia sin caer en absolutismos absurdos, etc., sean realidades tan cotidianas como sencillas.

Hasta el momento, sin embargo, aparecen dos objeciones que, a mi juicio, deben ser consideradas como importantes: la primera es que todo esto parece que está sucediendo más en la oferta educativa privada que en la pública; y la segunda es que, al parecer (puede ser lamentable, pero también cierto) no se encuentran suficientes profesores que asuman el reto de esta auténtica "revolución educativa" que tiene que acabar imponiéndose pese a quien pese. Como hemos comentado en muchas ocasiones, esto supone en los profesores un cambio de actitud… que supone un trabajo de desarrollo personal día a día.

No podemos renunciar a la ilusión y al optimismo, a la espera de que cada vez más profesores se unan a estas nuevas propuestas y realidades que, a la larga, son las que harán cambiar nuestro sistema educativo.

 
 
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