Crónica salamanca
Universidades centenarias
Fue a finales del siglo XII y comienzos
del XIII, en fechas a veces imprecisas, cuando en algunas ciudades
de la Europa cristiana (inicialmente en Bolonia, Salamanca, Oxford
y París), nacen varios Studii , que luego pasarán a
denominarse universitates. Surgen por la confluencia sincrónica en
ese tempus histórico de varias circunstancias: emerge la burguesía
comercial, existe una tradición catedralicia de escuelas de
formación de clérigos, diferentes monasterios y abadías cultivan
los saberes y las ciencias, algunos reinos desean
consolidarse también por la vía de las letras, y existe en el sur
de Europa proximidad e influencia de la tradición islámica de
las madrasas, que es la educación superior del momento para los
musulmanes, más avanzadas que las escuelas cristianas en algunos
campos de la ciencia. Ya avanzado el siglo XIII el mapa
universitario de Europa crece de manera imparable y sólida
(recordemos las universidades de Cambridge, Montepellier, Coimbra,
entre las más nombradas). Y el proceso de creación de universidades
crece y crece en los siglos inmediatos por toda Europa, y mucho
antes de la gran expansión universitaria que se vive desde el siglo
XVI en adelante.
No es esta la ocasión de ofrecer un
artículo de historia de las universidades, sino de contextualizar
históricamente lo que nos interesa proponer. Todo viene a cuento de
la próxima celebración, en pocos meses ya, del VIII
Centenario de la Universidad de Salamanca (1218), una de las cuatro
primeras de la historia como reconoce la historiografía
universitaria mundial.
Este acontecimiento tan singular
para la universidad salmantina, y desde luego para las españolas,
no debe contemplarse como un puro recreo en el anecdotario del
pasado, ni un motivo para la retórica ostentación de ceremoniales y
rituales, aunque no estorba nunca el respaldo institucional del
gobierno y del mismo Rey Felipe VI. Por encima de todo, en nuestra
opinión, la celebración del VIII centenario del nacimiento de
la primera universidad en España debe convertirse en una formidable
oportunidad para la reflexión sobre el futuro de nuestras
universidades, sus misiones, tareas, prioridades y políticas
universitarias a impulsar, en general y en particular, en las
grandes estrategias y en lo cotidiano del quehacer de los centros
de educación superior.
Nos parece que estamos ante una
buena ocasión para proponer un compromiso firmado entre
administraciones y universidades españolas para definir mejor el
papel real que debe desempeñar la universidad en las próximas
décadas (hablar de planificar la política universitaria para un
siglo no deja de ser pretencioso, al ritmo que va ahora la historia
en el mundo).
Como siempre hay que establecer
prioridades en la agenda, y no se puede abarcar todo de un bocado,
de una vez, sugerimos que las prioridades de esa declaración, de
ese documento de referencia, cuyo contenido habrá que concretar
poco después, sean las siguientes.
En primer lugar, la
universidad de nuestro inmediato futuro debe esforzarse por
recuperar y afianzar su dimensión formadora, con trasfondo ético
reconocido, donde el hombre sea de verdad el centro de referencia
de la actividad docente e investigadora de la comunidad
universitaria, profesores, estudiantes y personal de apoyo. Nos
referimos a la paideia universitaria. La llamada universidad
productivista, competitiva, de exclusivismo tecnológico, tecnócrata
y carente de sensibilidad hacia lo humano y lo social, debe ir
dejando paso a una universidad capaz de ofrecer formación y
reflexión para mejorar lo que afecta al hombre individual y a la
sociedad.
En segundo lugar, no se puede negar
la entrada a la producción científica y a su posterior aplicación
tecnológica en la universidad pública, porque siempre ha de estar a
la escucha y al servicio de lo que precisa la sociedad. La
universidad pública no es una empresa, es un servicio que necesita
la sociedad, el mejor de los posibles. Lo que significa que
ha de ser una institución abierta, flexible y democrática, tanto en
sus estructuras organizativas internas como en su proyección al
exterior. De ser una institución formadora de élites, o al servicio
de las minorías dirigentes, ha de pasar a mantener siempre su
apertura a todos los sectores, y abandonar de una vez aquello que
durante tanto tiempo era su signo de distinción y de identidad,
"una inaccesible torre de marfil" para la mayoría de los
ciudadanos.
En tercer lugar, la universidad de
los próximos decenios será de forma inevitable cada vez más
internacional, global, cosmopolita, solidaria, abierta a todos los
sectores de razas, lenguas, paises y continentes. Hay que huir a
gran velocidad de las universidades provincianas, que cada vez son
menos universidades, menos universales. Los actuales medios de
comunicación, las redes digitales y todas las innovaciones
tecnológicas van a facilitar el gran cambio de tareas y funciones
que ha de desempeñar la universidad del futuro inmediato, tal como
hace ya algunos años justificaba Manuel Castells en su conocida
obra "La era de la información".
Finalmente, por ahora, y por
ser fundamental y decisivo el punto de reflexión, consideramos que
la clave del éxito de toda universidad, para formar, enseñar,
producir conocimiento, proyectarse hacia el exterior, ofrecer
innovaciones tecnológicas, servir bien a la sociedad, se
encuentra en la calidad de sus profesores, en su formación
científica y pedagógica. El profesor es el ancla y el gozne de
nuestra institución. Por ello nos parece tan preocupante y
descorazonador el sistema de selección de profesores vigente en
nuestras universidades, que va conduciendo a un modelo irreparable
de malas prácticas docentes y éticas en la denominada comunidad
universitaria, que de sentido común y solidario parece carecer. Es
urgente, muy necesario y premioso que en España se regule mucho
mejor un estatuto del profesor donde su formación humana,
científica y pedagógica queden mucho mejor contempladas y
reguladas, así como los mecanismos de selección de los profesores,
auténtico cáncer que corroe nuestra universidad.
Declaraciones, honores y pompas en los ceremoniales
conmemorativos, sí, pero ante todo compromisos de mejora de
la universidad del futuro próximo, en la celebración de los
memoriales y centenarios universitarios que se avecinan.