CRÓNICA
Cartas desde la ilusión
Querido amigo:
Es altamente saludable recibir
noticias de nuevos avances en el campo de la innovación educativa,
pero no sólo desde el punto de vista de las propuestas teóricas,
sino desde la verificación de la aplicación de propuestas prácticas
de una manera cada vez más decidida. Me da la impresión de que
vamos perdiendo el miedo a la necesidad de mantener el estatu quo
que nos piden las leyes educativas y comenzamos a poner en marcha
las ideas que tenemos a propósito del cambio educativo
necesario.
Comenzamos a recibir noticias de
centros que se deciden a romper con las estructuras antiguas
renunciando a elementos tan fundamentales, según la tradición, como
las aulas, los exámenes y las asignaturas. Esto equivale, desde mi
punto de vista, a contribuir a la "muerte de la escuela" que en
varias ocasiones hemos comentado en nuestras cartas. Si no hay
aulas, si no hay asignaturas y, por tanto, no hay exámenes, quiere
decir que la escuela ha muerto.
Pero lo importante es que no nos
quedamos en eso, en la muerte de la escuela, sino en su
reviviscencia como otra realidad más acorde a los tiempos que
vivimos.
Los alumnos no se agrupan ya por
edades en niveles de coetáneos, sino que se agrupan según
proyectos. Por tanto, ya no hay asignaturas, sino la búsqueda de
recursos necesarios para llevar a cabo los planes establecidos.
Evidentemente, si esto es así, sobran las aulas, que quedan
sustituidas por espacios instrumentales en los que se desenvuelven
las actividades de planificación, investigación y aplicación de
recursos hasta donde sea posible, prolongando estos espacios hacia
el mundo exterior, es decir, hacia la sociedad en la que vivimos,
en la medida en que sea necesario salir de la actividad de
previsión y realizar actividades de materialización de cada uno de
los elementos del proyecto.
También sobran las asignaturas, ya
que lo importante es llegar a responder con éxito a la pregunta
"¿qué necesitamos ahora para conseguir lo que pretendemos?". La
respuesta a esa cuestión acogerá tanto elementos cognoscitivos
(siempre necesarios) como realizaciones prácticas. Todo esto irá
unido con una lógica: la lógica de la consecución de los objetivos
planteados. Eso quiere decir que los alumnos tratarán de decidir
tanto en lo que se refiere a los conocimientos necesarios
(evidentemente, habrá elementos léxicos, matemáticos, físicos,
sociales, artístico-estéticos, etc.), como en lo que toca a los
caminos para poner en práctica todo lo que saben (o lo que
necesitan saber) para llegar a realizar las tareas fijadas con
éxito.
Por supuesto, sobran los exámenes.
La evaluación continua de los pasos que se van dando en función de
los objetivos (o sub-objetivos) conseguidos se impone como
estrategia de avance más que como sanción. Los conocimientos
adquiridos y las prácticas realizadas quedarán incorporados al
sistema cognitivo de los individuos sin tener que recurrir a la
memorización tradicional de contenidos de cualquier tipo. La
certificación definitiva quedará constituida por la experiencia que
cada alumno adquiere en el proceso de desarrollo del proyecto.
Si este tipo de "mentalidad"
educativa se impone, no cabe duda que estaremos haciendo una
contribución magnífica al tan reclamado acercamiento de la
educación a la realidad empresarial (y será desde muy temprano en
el desarrollo de los alumnos, con lo que su formación estará más
abocada al afrontamiento de los problemas de la realidad que al
cumplimiento de objetivos estrictamente "académicos").
Pero tengo la impresión de que esto
no llegará a ser eficaz si no hay "perspectiva de grupo", es decir,
si cada uno de los alumnos (sea cual fuere su edad, sexo o
condición social) no se siente integrado en el grupo, que es el
auténticamente responsable del crecimiento de cada uno y de la
aportación que cada uno pueda (o deba) hacer en cada momento.
Mi impresión y mi deseo es que esto
se irá imponiendo poco a poco a lo largo y ancho de la realidad
educativa de nuestro país. Ojalá no me equivoque.
Hasta la próxima, como siempre,
¡salud y felicidad!