CRÓNICA
Cartas desde lá ilusion
Querido amigo:
Abundando un poco más en mis
reflexiones de la carta anterior, creo que uno de los problemas más
complejos y difíciles de resolver en nuestro sistema educativo es
la dicotomía que se ha establecido entre el "ser" y el "hacer".
Si preguntamos a cualquiera de
nuestros colegas educadores, sin duda no habrá nadie que niegue que
está trabajando por el "ser" de sus alumnos. Pero, a mi modo de
ver, la realidad es diferente: por regla general, trabajamos el
"hacer" de nuestros alumnos y la prueba más fehaciente de ello es
que el sistema de evaluación está polarizado exclusivamente en el
"hacer", es decir, en la actividad prioritariamente cognitiva
(aunque hay que reconocer que, actualmente, la carga de actividad
de tipo "práctico" de nuestros alumnos es mucho mayor que la que
nosotros experimentamos cuando éramos alumnos no
universitarios).
Creo que, honestamente, deberíamos
aceptar que nuestro sistema educativo nos ha hecho más proclives a
la dimensión del "hacer" que del "ser". Es nuestra herencia desde
los planteamientos pedagógicos racionalistas de hace varios siglos
(pongamos, desde la Revolución Industrial)... y que no hemos sido
capaces de superar y, por consiguiente, de eliminar.
Por eso, hemos alentado a nuestros
alumnos a estudiar, a aprender, a leer, a escribir, etc., incluso a
hacer prácticas. Tal y como están las cosas, creo que no estamos en
disposición de cambio alguno.
Y creo que el cambio no es posible
hasta que no asumamos que una cosa es la actividad a la que
sometemos a nuestros alumnos (entre otras cosas, para que "no se
aburran" y "no den guerra") y otra es la actitud que deberíamos
fomentar y ayudar a desarrollar por parte de nuestros alumnos.
Dicho de una manera más práctica, no
es lo mismo "estudiar" (o sea, la actividad que consiste en abrir
el libro de texto y tratar de memorizar lo que en él se ofrece para
pasar la evaluación con la mejor calificación posible) que "ser
estudioso" (que refleja una actitud que implica plantearse las
cosas, planificar, buscar soluciones, probar nuevos recursos,
etc.); no es lo mismo la actividad de "aprender" (que, en nuestra
práctica educativa equivale a "retener" los contenidos de las
"explicaciones" de los profesores o de los libros de texto), que la
actitud de "ser aprendiz" (que supone ser capaz de enfrentarse a la
incertidumbre, a la búsqueda constante, a la experimentación y
prueba de estrategias y procedimientos para llegar a conclusiones
adecuadas, etc.); no es lo mismo la actividad de "leer" (lo que
está escrito en el libro de texto, o en el/los libro/s que propogan
la/el profesora/or) que la actitud de "ser lector" (que implica la
búsqueda de aquellas lecturas que más se adecúan a la tarea
prescrita o a los intereses propios de cada persona); no es lo
mismo la actividad de "escribir" (lo que los profesores dictan o lo
que se nos exige en un examen) que la actitud de "ser escritor"
(que desarrolla la capacidad de cada uno para hacerse entender
desde sus planteamientos y sus presupuestos), etc.
Así podríamos seguir desgranando
todas las actividades educativas frente a las actitudes que se
deberían promover en la educación, tales como: no es lo mismo
aprender química o física que comportarse como un químico o un
físico; no es lo mismo aprender literatura que comportarse como un
literato; no es lo mismo aprender matemáticas que comportarse como
un matemático...
En el sistema educativo que vivimos,
lo más fácil es "prescribir" una actividad (al modo de las recetas
médicas que prescriben los facultativos de la salud); lo más
difícil es buscar la manera en que cada uno de nuestros alumnos
desarrolle su sensibilidad personal en relación con aquello que les
interesa y de lo que son capaces.
En definitiva, creo que deberíamos
abandonar la postura maniquea del "hacer vs. ser" y promover en
todo momento el talante de "ser para hacer" y "hacer para ser".
Creo que esto merece una reflexión profunda por parte de los
educadores. Si esto llegase a fructificar, estaríamos, sin duda, a
las puertas del gran cambio, por encima de las exigencias
tecnológicas y de los esnobismos que sin cesar nos abruman.
Hasta la próxima, como siempre,
¡salud y felicidad!