CRÓNICA
Cartas desde la ilusión
Querido amigo:
En mi carta anterior te introduje el
asunto de la distinción entre los "aprendedores" y los
"emprendedores".
Creo que estamos en tiempos de
cambio en la educación, pero de un cambio radical en cuanto al
enfoque. Siempre que hemos realizado cambios en los sistemas
educativos de los diferentes países, nos hemos centrado en cambiar
los programas, la programación, los horarios, las nomenclaturas, …,
hasta, por supuesto, los sistemas de salida de emergencia de las
aulas y del centro. Pero nunca hemos entrado a profundizar en dos
aspectos que, a mí al menos, me parecen fundamentales para el
futuro educativo: la actitud de los profesores, por una parte, y,
por otra, el enfoque educativo. Es evidente que la actitud de los
profesores está cambiando y cambiará, con seguridad, a mejor. Cada
vez son más los profesores que actúan desde el convencimiento de
que tienen que ser los "catalizadores" del progreso de sus alumnos,
y, por tanto, desde la actitud de ayuda, de tutoría, de ejercer de
"coach", en lugar de mantener el estatuto de "responsable último de
la educación" que ha estado vigente y, por desgracia, aún lo está
en muchos centros y en muchas visiones de los equipos educativos.
Mientras este cambio no sea real y universal (es decir, asumido por
todos los profesores), no podrá tener lugar el cambio de
enfoque.
La actitud del profesorado se va
cambiando poco a poco y a ello contribuyen, sin duda, los esfuerzos
de formación continua de los educadores. Ahora bien, habrás
percibido que, por causa de la crisis económica en que vivimos,
estamos sustituyendo los parámetros esenciales de la formación del
profesorado (uno de ellos, tal vez el más importante, sea la
realización de cursos presenciales, en los que los profesores se
forman y reflexionan juntos sobre sus proyectos de futuro y los
problemas que se puedan presentar) por elementos "virtuales" de
cuya eficacia se puede dudar el alta medida. Parece que los
sistemas informáticos siguen apareciendo y ofreciéndose como los
garantes de la resolución de todos nuestros problemas. Si seguimos
con esta convicción y perspectiva, no cabe duda que acabaremos
pagándolo de alguna manera (quizás la más inesperada posible).
A pesar de todo, quiero mostrarme
optimista y creer que esta formación "virtual" va a producir los
mismos efectos que la formación presencial. Si no es así,
difícilmente llegaremos a cambiar el enfoque y pasar del enfoque
actual sobre los "aprendedores", al enfoque futuro sobre los
"emprendedores".
¿Cuál es la esencia del cambio de
enfoque (pasar de "aprendedores" a "emprendedores")?
Te la voy a exponer con un
interesante relato que se titula "Me han enseñado a pensar"
(contado por Ramón García Santos en una de sus publicaciones).
Sir Ernest Rutherford, presidente de
la Sociedad Real Británica y Premio Nobel de Química en 1908,
contaba la siguiente anécdota:
"Hace algún tiempo, recibí la
llamada de un colega. Estaba a punto de poner un cero a un
estudiante por la respuesta que había dado en un problema de
Física, pese a que éste afirmaba con rotundidad que su respuesta
era absolutamente acertada. Profesores y estudiantes acordaron
pedir arbitraje de alguien imparcial, y fui elegido yo.
Leí la pregunta del examen y decía:
«Demuestre cómo es posible determinar la altura de un edificio con
la ayuda de un barómetro».
El estudiante había respondido:
«Lleva el barómetro a la azotea del edificio y átale una cuerda muy
larga. Descuélgalo hasta la base del edificio, marca y mide. La
longitud de la cuerda es igual a la longitud del edificio».
Realmente, el estudiante había
planteado un serio problema con la resolución del ejercicio, porque
había respondido a la pregunta correcta y completamente.
Por otro lado, si se le concedía la
máxima puntuación, podría alterar el promedio de su año de
estudios, obtener una nota más alta y así certificar su alto nivel
en Física; pero la respuesta no confirmaba que el estudiante
tuviera ese nivel.
Sugerí que se le diera al alumno
otra oportunidad. Le concedí seis minutos para que me respondiera
la misma pregunta, pero esta vez con la advertencia de que en la
respuesta debía demostrar sus conocimientos de Física.
Habían pasado 5 minutos y el
estudiante no había escrito nada. Le pregunté si deseaba marcharse,
pero me contestó que tenía muchas respuestas al problema. Su
dificultad era elegir la mejor de todas. Me excusé por
interrumpirle y le rogué que continuara.
En el minuto que le quedaba escribió
la siguiente respuesta: «Coge el barómetro y lánzalo al suelo desde
la azotea del edificio; calcula el tiempo de caída con un
cronómetro; después, se aplica la fórmula altura = 0,5 por A por
T2, y así obtenemos la altura del edificio».
En este punto, le pregunté a mi
colega si el estudiante se podía retirar. Le dio la nota más
alta.
Tras abandonar el despacho, me
reencontré con el estudiante y le pedí que me contara sus otras
respuestas a la pregunta.
- «Bueno, respondió, hay muchas
maneras; por ejemplo, coges el barómetro en un día soleado y mides
la altura del barómetro y la longitud de su sombra. Si medimos a
continuación la longitud de la sombra del edificio y aplicamos una
simple proporción, obtendremos también la altura del edificio».
- «Perfecto, le dije, ¿y de otra
manera?»
- «Sí, contestó, éste es un
procedimiento muy básico para medir un edificio, pero también
sirve. En este método, coges el barómetro y te sitúas en las
escaleras del edificio en la planta baja; según subes las
escaleras, vas marcando la altura del barómetro y cuentas el número
de marcas hasta la azotea; multiplicas al final la altura del
barómetro por el número de marcas que has hecho y ya tienes la
altura; éste es un método muy directo. Por supuesto, si lo que
quiere es un procedimiento más sofisticado, puede atar el barómetro
a una cuerda y moverlo como si fuera un péndulo; si calculamos que
cuando el barómetro está a la altura de la azotea la gravedad es
cero, y si tenemos en cuenta la medida de la aceleración de la
gravedad al descender el barómetro en trayectoria circular al pasar
por la perpendicular del edificio, de la diferencia de estos
valores, y aplicando una sencilla fórmula trigonométrica, podríamos
calcular, sin duda, la altura del edificio. En este mismo estilo de
sistemas, atas el barómetro a una cuerda y lo descuelgas desde la
azotea a la calle; usándolo como un péndulo puedes calcular la
altura midiendo su período de precesión. En fin, concluyó, existen
otras muchas maneras. Probablemente, la mejor sea coger el
barómetro y golpear con él la puerta de la casa del conserje;
cuando abra, decirle: señor conserje, aquí tengo un bonito
barómetro; si usted me dice la altura de este edificio, se lo
regalo». En este momento de la conversación le pregunté si no
conocía la respuesta convencional al problema (la diferencia de
presión marcada por un barómetro en dos lugares diferentes nos
proporciona la diferencia de altura entre ambos lugares).
Evidentemente, dijo que la conocía, pero que durante sus estudios,
sus profesores habían intentado enseñarle a pensar.
El estudiante se llamaba Niels Bohr,
físico danés, premio Nobel de Física en 1922, más conocido por ser
el primero en proponer el modelo de átomo con protones y neutrones
y los electrones que lo rodeaban. Fue, fundamentalmente, un
innovador de la teoría cuántica.
Al margen del personaje, lo
divertido y curioso de la anécdota, lo esencial de esta historia,
es que LE HABÍAN ENSEÑADO A PENSAR...
El próximo mes comentamos algo de
esto.
Como siempre, salud y
felicidad.