Opinião

CRÓNICA
Cartas desde la ilusión

Juan A. Castro PosadaQuerido amigo:

En mi carta anterior te introduje el asunto de la distinción entre los "aprendedores" y los "emprendedores".

Creo que estamos en tiempos de cambio en la educación, pero de un cambio radical en cuanto al enfoque. Siempre que hemos realizado cambios en los sistemas educativos de los diferentes países, nos hemos centrado en cambiar los programas, la programación, los horarios, las nomenclaturas, …, hasta, por supuesto, los sistemas de salida de emergencia de las aulas y del centro. Pero nunca hemos entrado a profundizar en dos aspectos que, a mí al menos, me parecen fundamentales para el futuro educativo: la actitud de los profesores, por una parte, y, por otra, el enfoque educativo. Es evidente que la actitud de los profesores está cambiando y cambiará, con seguridad, a mejor. Cada vez son más los profesores que actúan desde el convencimiento de que tienen que ser los "catalizadores" del progreso de sus alumnos, y, por tanto, desde la actitud de ayuda, de tutoría, de ejercer de "coach", en lugar de mantener el estatuto de "responsable último de la educación" que ha estado vigente y, por desgracia, aún lo está en muchos centros y en muchas visiones de los equipos educativos. Mientras este cambio no sea real y universal (es decir, asumido por todos los profesores), no podrá tener lugar el cambio de enfoque.

La actitud del profesorado se va cambiando poco a poco y a ello contribuyen, sin duda, los esfuerzos de formación continua de los educadores. Ahora bien, habrás percibido que, por causa de la crisis económica en que vivimos, estamos sustituyendo los parámetros esenciales de la formación del profesorado (uno de ellos, tal vez el más importante, sea la realización de cursos presenciales, en los que los profesores se forman y reflexionan juntos sobre sus proyectos de futuro y los problemas que se puedan presentar) por elementos "virtuales" de cuya eficacia se puede dudar el alta medida. Parece que los sistemas informáticos siguen apareciendo y ofreciéndose como los garantes de la resolución de todos nuestros problemas. Si seguimos con esta convicción y perspectiva, no cabe duda que acabaremos pagándolo de alguna manera (quizás la más inesperada posible).

A pesar de todo, quiero mostrarme optimista y creer que esta formación "virtual" va a producir los mismos efectos que la formación presencial. Si no es así, difícilmente llegaremos a cambiar el enfoque y pasar del enfoque actual sobre los "aprendedores", al enfoque futuro sobre los "emprendedores".

¿Cuál es la esencia del cambio de enfoque (pasar de "aprendedores" a "emprendedores")?

Te la voy a exponer con un interesante relato que se titula "Me han enseñado a pensar" (contado por Ramón García Santos en una de sus publicaciones).

Sir Ernest Rutherford, presidente de la Sociedad Real Británica y Premio Nobel de Química en 1908, contaba la siguiente anécdota:

"Hace algún tiempo, recibí la llamada de un colega. Estaba a punto de poner un cero a un estudiante por la respuesta que había dado en un problema de Física, pese a que éste afirmaba con rotundidad que su respuesta era absolutamente acertada. Profesores y estudiantes acordaron pedir arbitraje de alguien imparcial, y fui elegido yo.

Leí la pregunta del examen y decía: «Demuestre cómo es posible determinar la altura de un edificio con la ayuda de un barómetro».

El estudiante había respondido: «Lleva el barómetro a la azotea del edificio y átale una cuerda muy larga. Descuélgalo hasta la base del edificio, marca y mide. La longitud de la cuerda es igual a la longitud del edificio».

Realmente, el estudiante había planteado un serio problema con la resolución del ejercicio, porque había respondido a la pregunta correcta y completamente.

Por otro lado, si se le concedía la máxima puntuación, podría alterar el promedio de su año de estudios, obtener una nota más alta y así certificar su alto nivel en Física; pero la respuesta no confirmaba que el estudiante tuviera ese nivel.

Sugerí que se le diera al alumno otra oportunidad. Le concedí seis minutos para que me respondiera la misma pregunta, pero esta vez con la advertencia de que en la respuesta debía demostrar sus conocimientos de Física.

Habían pasado 5 minutos y el estudiante no había escrito nada. Le pregunté si deseaba marcharse, pero me contestó que tenía muchas respuestas al problema. Su dificultad era elegir la mejor de todas. Me excusé por interrumpirle y le rogué que continuara.

En el minuto que le quedaba escribió la siguiente respuesta: «Coge el barómetro y lánzalo al suelo desde la azotea del edificio; calcula el tiempo de caída con un cronómetro; después, se aplica la fórmula altura = 0,5 por A por T2, y así obtenemos la altura del edificio».

En este punto, le pregunté a mi colega si el estudiante se podía retirar. Le dio la nota más alta.

Tras abandonar el despacho, me reencontré con el estudiante y le pedí que me contara sus otras respuestas a la pregunta.

- «Bueno, respondió, hay muchas maneras; por ejemplo, coges el barómetro en un día soleado y mides la altura del barómetro y la longitud de su sombra. Si medimos a continuación la longitud de la sombra del edificio y aplicamos una simple proporción, obtendremos también la altura del edificio».

- «Perfecto, le dije, ¿y de otra manera?»

- «Sí, contestó, éste es un procedimiento muy básico para medir un edificio, pero también sirve. En este método, coges el barómetro y te sitúas en las escaleras del edificio en la planta baja; según subes las escaleras, vas marcando la altura del barómetro y cuentas el número de marcas hasta la azotea; multiplicas al final la altura del barómetro por el número de marcas que has hecho y ya tienes la altura; éste es un método muy directo. Por supuesto, si lo que quiere es un procedimiento más sofisticado, puede atar el barómetro a una cuerda y moverlo como si fuera un péndulo; si calculamos que cuando el barómetro está a la altura de la azotea la gravedad es cero, y si tenemos en cuenta la medida de la aceleración de la gravedad al descender el barómetro en trayectoria circular al pasar por la perpendicular del edificio, de la diferencia de estos valores, y aplicando una sencilla fórmula trigonométrica, podríamos calcular, sin duda, la altura del edificio. En este mismo estilo de sistemas, atas el barómetro a una cuerda y lo descuelgas desde la azotea a la calle; usándolo como un péndulo puedes calcular la altura midiendo su período de precesión. En fin, concluyó, existen otras muchas maneras. Probablemente, la mejor sea coger el barómetro y golpear con él la puerta de la casa del conserje; cuando abra, decirle: señor conserje, aquí tengo un bonito barómetro; si usted me dice la altura de este edificio, se lo regalo». En este momento de la conversación le pregunté si no conocía la respuesta convencional al problema (la diferencia de presión marcada por un barómetro en dos lugares diferentes nos proporciona la diferencia de altura entre ambos lugares). Evidentemente, dijo que la conocía, pero que durante sus estudios, sus profesores habían intentado enseñarle a pensar.

El estudiante se llamaba Niels Bohr, físico danés, premio Nobel de Física en 1922, más conocido por ser el primero en proponer el modelo de átomo con protones y neutrones y los electrones que lo rodeaban. Fue, fundamentalmente, un innovador de la teoría cuántica.

Al margen del personaje, lo divertido y curioso de la anécdota, lo esencial de esta historia, es que LE HABÍAN ENSEÑADO A PENSAR...

El próximo mes comentamos algo de esto.

Como siempre, salud y felicidad.

 
 
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