CRÓNICA
Cartas desde la ilusión
Querido amigo:
Como sabes, tras estas últimas
semanas de cierta "agitación" con motivo de la aprobación de la
nueva ley de educación, al final podemos decir que, en nuestro
país, disponemos de un "nuevo" marco regulador de nuestra actividad
educadora con nuestros alumnos (la nueva ley de educación
"LOMCE").
He colocado el adjetivo "nuevo"
entre comillas a propósito, porque me da la impresión de que poco
nuevo se añade o se ha añadido en cada cambio de ley de educación.
Es algo que se repite a lo largo de la historia de los cambios en
el sistema educativo durante las últimas décadas.
Sea como fuere, haya novedad o no,
lo que me preocupa (y creo que preocupa a la mayoría de los
educadores, por no decir a todos) es que no se aborden los
problemas fundamentales que supondrían un auténtico cambio. Añadir
o quitar asignaturas, añadir horas a determinadas disciplinas
(matemáticas y lengua, sobre todo) no va a resolver el problema,
créeme. Ni siquiera resolverá el problema el hecho de disponer de
más tiempo en las aulas, o disponerlo de manera continuada, o
establecerlo como jornada partida… Creo, además, que ni siquiera la
separación por géneros en el centro (aulas de sólo niños y aulas de
sólo niñas) conducirá a la resolución del problema. Lo cierto que
seguimos siendo víctimas de las modas (actualmente está de moda,
como sabes, la separación por géneros, con la polémica que eso ha
suscitado y suscitará) y de determinadas preocupaciones centradas
en la cantidad (más tiempo de clases, menos alumnos por aula, más
profesores en cada centro, más recursos tecnológicos, etc.) que en
la calidad.
Hace unos días leí un artículo de
prensa que mostraba que en Finlandia tienen 200 horas al año menos
de tiempo en el aula que nuestros alumnos, y están 60 puntos por
encima de nuestro país en el informe PISA. Esto indica que no
estamos acertando en la solución de nuestros problemas.
En más de una ocasión, recuerdo
haberte comentado que nuestro sistema educativo tiene que pasar de
la preocupación por la cantidad a la preocupación por la calidad, y
que, como te comentaba hace algunos meses, tiene que pasar de la
necesidad a la oportunidad.
Creo que, a pesar de todos los
certificados de calidad (EFQM, norma ISO, etc.) logrados por la
mayoría de los centros educativos a lo largo de estos últimos años,
la realidad es que la "dinámica de la calidad" no ha penetrado en
las actitudes y el quehacer de los educadores, y se ha quedado en
lo más superficial, es decir, en esas programaciones que se
solicitaban para conseguir el certificado de calidad, sin más. Las
programaciones han supuesto siempre una "declaración de
intenciones" que, por regla general, no ha tenido su proyección
práctica en el quehacer diario. Si hubiese tenido esa proyección
"otro gallo nos cantaría".
Sigo pensando que, hasta que no se
cambie el sistema de formación de los futuros profesores,
seguiremos "dando palos al aire". Me refiero, intencionalmente, al
sistema de formación, y no a los contenidos, pues tendemos a
entender que cualquier cambio en la formación del profesorado ha de
afectar única y exclusivamente a los contenidos que se imparten en
las Facultades. Es lo que ha sucedido, en concreto (y lo que
explica su fracaso), con el nuevo Máster en Formación del
Profesorado que comenzaron a impartir las Universidades desde hace
unos pocos años en sustitución del famoso curso para obtener el
Certificado de Aptitud Pedagógica (C.A.P.). A mi manera de
entender, las Universidades han caído en el mismo defecto de
siempre, convirtiendo el cambio que se hacía necesario en una mera
continuidad de la realidad, ya que seguían "los mismos perros con
distintos collares".
Si a esto añadimos que los
profesores se sienten mal pagados, a la vez que se sienten
escasamente reconocidos en su labor por la sociedad, y que cada vez
se incrementa la violencia de los alumnos contra ellos (como han
reconocido últimamente el "defensor del profesor" y algunos
sindicatos de la enseñanza), no es de extrañar que la solución
profunda de nuestros problemas se antoje más bien lejana y, de
seguir así, con escasas probabilidades de éxito.
Por eso, una vez más, sigo pensando
en la necesidad de "matar la escuela", como te comenté hace ya
algunos meses. Pero ya sabemos las reticencias que esta idea
suscita, sobre todo por parte de los que están anclados en su
sistema de seguridades.
Perdona este toque de pesimismo
final, pero, en realidad, no se trata de pesimismo sino de un deseo
de que, en algún momento, esto comience a cambiar auténticamente de
alguna manera.
Hasta la próxima, como siempre, salud y felicidad.