Opinião

Crónica
Cartas desde la ilusión

Juan A. Castro PosadaQuerido amigo:

Durante este primer trimestre del nuevo año continuaremos con los 3 principios fundamentales de la Evaluación para el Aprendizaje que nos restan por comentar. El octavo principio dice así: Los alumnos deberían recibir orientaciones constructivas sobre cómo mejorar.

Lo primero que implicaría el cumplimiento cabal de este principio es lo que Neil Postman indicaba en su momento: "Arrojar por la ventana todos los libros de texto". Sólo así podríamos comenzar a dar importancia a lo que realmente la tiene, que es la persona, y evitaríamos, a la vez, seguir dando importancia a lo que menos la tiene, que son los conocimientos o contenidos de la asignatura.

Ahora bien, dar importancia a la persona, es decir, a cada alumna/o concreta/o, significa colocarla en el centro de nuestra atención como educadores. Creo que, demasiado habitualmente, el centro de nuestra atención como educadores son otras cosas distintas de nuestros alumnos, cosas que "nos preocupan" más por diferentes razones, pero cosas que, a la larga, se constituyen en un conjunto de trabas y obstáculos para poder llevar a cabo nuestra acción educativa como se espera de nosotros.

Este principio implica, como práctica, que aportemos información y orientación a nuestros alumnos para que puedan planificar los próximos pasos o etapas de su aprendizaje. Mi pregunta, desde el realismo de la situación actual, es: ¿Quién hace esto realmente? Concretando más esta pregunta general, he aquí algunas más específicas: ¿Quién identifica las fortalezas de cada uno de sus alumnos y le asesora sobre cómo desarrollarlas?, ¿Quién es claro y constructivo sobre las debilidades que muestran cada uno de nuestros alumnos y, en consecuencia, les ayuda a encontrar el camino para abordar y remover esas debilidades convirtiéndolas, poco a poco, en fortalezas?, ¿Quién proporciona oportunidades reales a cada uno de sus alumnos para que consigan mejorar su trabajo día a día?

Tengo la impresión de que son muy pocos los profesores que asumen el reto que encierran estas preguntas. La razón que encuentro de esta falta de profesorado comprometido con el riesgo es su actitud. Sigo creyendo que el sistema educativo debería reformarse afrontando, sobre todo y ante todo, el cambio de las actitudes del profesorado.

Desde la Educación Primaria hasta la Universidad, sigo convencido de que la mayoría de los profesores mantienen la rutina cotidiana, dejando que los alumnos "evolucionen" según sus posibilidades y, en consecuencia, primando las oportunidades para los mejor dotados y dejando en el carro del olvido a aquellos que, por la causa que fuera, no gozan de los recursos de una amplia dotación intelectual.

Volvemos a constatar, una vez más, que el problema del fracaso escolar no parece estar abocado a su resolución. Y esto me apena, porque, en el fondo, estamos construyendo un futuro escasamente atractivo para nuestros alumnos, dado que el "fantasma" del fracaso sigue atenazándolos y obstaculizando su auténtico desarrollo. Sin embargo, recuerda que, en más de una ocasión, hemos comentado, aquí, que el error y el fracaso no deberían ser objeto de sanción, sino un cauce a nuevas oportunidades de aprendizaje y experiencia para los alumnos.

Reconozco que hoy me he mostrado, más bien, pesimista. Sabes que no es mi talante y que siempre albergo la íntima esperanza de que esto comience a cambiar muy pronto, y lo haga por la vía de lo que realmente merece la pena: el desarrollo auténticamente integral de todos nuestros alumnos.

Por eso, trataré que mi próxima carta aporte un soplo de optimismo…

Hasta la próxima, como siempre, salud y felicidad.

 
 
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