Opinião

Crónica
Cartas desde la ilusión

Juan A. Castro PosadaQuerido amigo:

Hace unos días leí una entrevista de prensa a uno de los considerados como mejores profesores de Matemáticas de España. Entre las declaraciones que hizo, me llamó la atención su propuesta de promover la escucha en los estudiantes. El periodista reclamaba su opinión sobre la necesidad del esfuerzo, a lo que este profesor contestó de manera negativa, incidiendo en que más importante que el esfuerzo de los estudiantes es promover su capacidad de escucha.

Si aceptamos y compartimos la opinión de este profesor, queda claro, entonces, que compartimos la necesidad de un cambio en la actitud del profesor que promueva una modificación de su rol. Esto es algo que hemos comentado y reflexionado varias veces a lo largo de nuestra historia de correspondencia. Aunque parezca repetitivo, esto nos lleva a reflexionar, una vez más, sobre la necesidad de que la/el profesora/or se sitúe en una posición de "acompañamiento" de los alumnos.

En nuestra experiencia resalta la evidencia de nuestra "charlatanería" con nuestros alumnos. Es decir, hablamos nosotros más que lo que dejamos hablar a nuestros alumnos, a los que pedimos (casi) constantemente que nos escuchen. Con esta práctica, lo que generamos en es una incapacidad de escuchar. Nuestros alumnos se acostumbran, desde muy pequeños, a guardar silencio para "escuchar" a la/al profesora/or, y, si conseguimos esto, nos llenamos de orgullo. Pero la realidad es muy distinta y muy distante: nuestros alumnos acaban oyéndonos, pero no escuchándonos… Se habitúan a "una charla más", a "una explicación más" y, a la larga, acaban por no entender nada, cuando nosotros nos hemos preocupado con ahínco en la preparación de la explicación para que nuestros alumnos nos entiendan…

Permíteme que te cuente una anécdota de mi experiencia educativa. Tenía yo mis 13 añitos y estaba estudiando 3º de Bachillerato en aquellos tiempos (los años 60 del siglo pasado). Recuerdo que mi profesor de Matemáticas disponía de unas tizas de colores (¡cosa difícil de lograr en aquel entonces!) y tenía una rara habilidad para impregnar unas cuerdas que manejaba entre los dedos y a las que dotaba de los colores correspondientes en cada momento. Mi experiencia fue que, después de explicar con todo detalle y color la lección correspondiente (creo que en aquel momento se trataba de un problema de geometría, que podría ser el de Tales o del de Pitágoras… ¡no recuerdo!), se giró hacia nosotros, los alumnos, que habíamos estado silenciosos presenciando la sesión de explicación que nos había expuesto, y preguntó, como era habitual: ¿alguna pregunta? ¿alguien quiere que aclare algo de lo explicado? La respuesta fue un silencio total sin que nadie abriese la boca para cuestionar o dudar sobre lo explicado. Yo recuerdo que estaba más o menos situado en el centro de la clase y, como el resto de los alumnos, había permanecido callado y sin preguntar nada al profesor. Pero dentro de mí se generó una "duda": "¿qué había dicho durante toda la sesión?".

En aquel momento es evidente que yo oí lo que el profesor había dicho, pero no había escuchado nada (creo que lo mismo sucedió al resto de mis compañeros).

La anécdota no tiene más valor que apuntar al hecho de que los alumnos oyen a sus profesores, pero no sabemos hasta qué punto escuchan. De hecho, cuando, después de una explicación, se les pide algún trabajo práctico relacionado o consecuente con lo dicho, la incapacidad de los alumnos para poner en marcha las iniciativas propuesta se hace suficientemente evidente (esto me ha sucedido incluso en mis clases en la Universidad...).

Creo que, de todo esto, tenemos suficiente experiencia todos los profesores.

Por eso, creo que es necesario insistir, una vez más, en que los profesores no somos "voceros" o "charlatanes" o, en el mejor de los casos, "explicadores". Por el contrario, deberíamos cambiar nuestra actitud y nuestra actuación y comenzar a actuar como "proponentes".

Cuando una/un profesora/or hace una propuesta a sus alumnos, éstos se movilizan por sí solos si la ven interesante e inteligente, a la vez que retadora.

Por eso, creo que los profesores, más que explicadores, deberíamos ser "retadores" de la inteligencia y del buen hacer de nuestros alumnos.

Creo que nuestros alumnos llegan a hartarse de memorizar, y agradecen cualquier propuesta que sea capaz de activar, por sí misma, sus recursos. Si esto es así, no es necesario apelar al esfuerzo, ya que los estudiantes se ponen al trabajo por sí mismos, pues el reto les motiva de una manera más bien "natural".

La pena es que los profesores no acabamos de optar por proponer, en lugar de explicar. Tal vez la causa sea nuestra profunda desconfianza de nuestros alumnos… y de nosotros mismos.

Hasta la próxima, como siempre, ¡salud y felicidad!

 
 
Edição Digital - (Clicar e ler)
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