Crónica
Cartas desde la ilusión
Querido
amigo:
Hace unos días leí una entrevista
de prensa a uno de los considerados como mejores profesores de
Matemáticas de España. Entre las declaraciones que hizo, me llamó
la atención su propuesta de promover la escucha en los estudiantes.
El periodista reclamaba su opinión sobre la necesidad del esfuerzo,
a lo que este profesor contestó de manera negativa, incidiendo en
que más importante que el esfuerzo de los estudiantes es promover
su capacidad de escucha.
Si aceptamos y compartimos la
opinión de este profesor, queda claro, entonces, que compartimos la
necesidad de un cambio en la actitud del profesor que promueva una
modificación de su rol. Esto es algo que hemos comentado y
reflexionado varias veces a lo largo de nuestra historia de
correspondencia. Aunque parezca repetitivo, esto nos lleva a
reflexionar, una vez más, sobre la necesidad de que la/el
profesora/or se sitúe en una posición de "acompañamiento" de los
alumnos.
En nuestra experiencia resalta la
evidencia de nuestra "charlatanería" con nuestros alumnos. Es
decir, hablamos nosotros más que lo que dejamos hablar a nuestros
alumnos, a los que pedimos (casi) constantemente que nos escuchen.
Con esta práctica, lo que generamos en es una incapacidad de
escuchar. Nuestros alumnos se acostumbran, desde muy pequeños, a
guardar silencio para "escuchar" a la/al profesora/or, y, si
conseguimos esto, nos llenamos de orgullo. Pero la realidad es muy
distinta y muy distante: nuestros alumnos acaban oyéndonos, pero no
escuchándonos… Se habitúan a "una charla más", a "una explicación
más" y, a la larga, acaban por no entender nada, cuando nosotros
nos hemos preocupado con ahínco en la preparación de la explicación
para que nuestros alumnos nos entiendan…
Permíteme que te cuente una
anécdota de mi experiencia educativa. Tenía yo mis 13 añitos y
estaba estudiando 3º de Bachillerato en aquellos tiempos (los años
60 del siglo pasado). Recuerdo que mi profesor de Matemáticas
disponía de unas tizas de colores (¡cosa difícil de lograr en aquel
entonces!) y tenía una rara habilidad para impregnar unas cuerdas
que manejaba entre los dedos y a las que dotaba de los colores
correspondientes en cada momento. Mi experiencia fue que, después
de explicar con todo detalle y color la lección correspondiente
(creo que en aquel momento se trataba de un problema de geometría,
que podría ser el de Tales o del de Pitágoras… ¡no recuerdo!), se
giró hacia nosotros, los alumnos, que habíamos estado silenciosos
presenciando la sesión de explicación que nos había expuesto, y
preguntó, como era habitual: ¿alguna pregunta? ¿alguien quiere que
aclare algo de lo explicado? La respuesta fue un silencio total sin
que nadie abriese la boca para cuestionar o dudar sobre lo
explicado. Yo recuerdo que estaba más o menos situado en el centro
de la clase y, como el resto de los alumnos, había permanecido
callado y sin preguntar nada al profesor. Pero dentro de mí se
generó una "duda": "¿qué había dicho durante toda la sesión?".
En aquel momento es evidente que yo
oí lo que el profesor había dicho, pero no había escuchado nada
(creo que lo mismo sucedió al resto de mis compañeros).
La anécdota no tiene más valor que
apuntar al hecho de que los alumnos oyen a sus profesores, pero no
sabemos hasta qué punto escuchan. De hecho, cuando, después de una
explicación, se les pide algún trabajo práctico relacionado o
consecuente con lo dicho, la incapacidad de los alumnos para poner
en marcha las iniciativas propuesta se hace suficientemente
evidente (esto me ha sucedido incluso en mis clases en la
Universidad...).
Creo que, de todo esto, tenemos
suficiente experiencia todos los profesores.
Por eso, creo que es necesario
insistir, una vez más, en que los profesores no somos "voceros" o
"charlatanes" o, en el mejor de los casos, "explicadores". Por el
contrario, deberíamos cambiar nuestra actitud y nuestra actuación y
comenzar a actuar como "proponentes".
Cuando una/un profesora/or hace una
propuesta a sus alumnos, éstos se movilizan por sí solos si la ven
interesante e inteligente, a la vez que retadora.
Por eso, creo que los profesores,
más que explicadores, deberíamos ser "retadores" de la inteligencia
y del buen hacer de nuestros alumnos.
Creo que nuestros alumnos llegan a
hartarse de memorizar, y agradecen cualquier propuesta que sea
capaz de activar, por sí misma, sus recursos. Si esto es así, no es
necesario apelar al esfuerzo, ya que los estudiantes se ponen al
trabajo por sí mismos, pues el reto les motiva de una manera más
bien "natural".
La pena es que los profesores no
acabamos de optar por proponer, en lugar de explicar. Tal vez la
causa sea nuestra profunda desconfianza de nuestros alumnos… y de
nosotros mismos.
Hasta la próxima, como siempre,
¡salud y felicidad!