Querido amigo:
En mi primera carta de este año, ya
olvidadas las vacaciones de Navidad, quiero hacer contigo una
reflexión que, aunque parezca pesimista, debería interpretarse como
optimista, como un soplo de esperanza.
Seguimos preocupados, la mayoría de
los educadores, por el hecho de que no se producen avances claros y
duraderos en lo que toca a la acción educativa. No sé si calificar
la situación como de "impasse" o como de mero "apoltronamiento" en
la realidad cotidiana que vivimos.
Frente a esta realidad lánguida que
estamos viviendo, aparecen, no obstante, algunos movimientos de
determinados profesores y centros que avalan aquello de que "la
excepción confirma la regla". Hay, en efecto, pequeños movimientos
y algunas realizaciones que rompen la rutina y la languidez que
vivimos la mayoría. El problema es que, a mi juicio, si conocemos
que esto sucede y sucede de una manera puntual promovido por
personas y centros que sí creen en lo que hacen, ¿por qué la
mayoría de los educadores no creemos en el sistema educativo ni
creemos en lo que hacemos día a día?
Tal vez sea ésta la clave: no
creemos en lo que hacemos. Y, dado que no creemos, no asumimos que
podemos conseguir que nuestra acción educadora sea relevante para
todos los alumnos y para la sociedad en que vivimos. Creo que
estamos demasiado "aplastados" por el hecho de que la educación (en
concreto la universitaria, como episodio final del proceso) no
forma los profesionales que busca, desea y requiere la sociedad. Y
eso nos mantiene apartados del reto, del desafío, de la búsqueda de
nuevas formas de actuar educativamente. Sabemos que existen otras
maneras de hacer las cosas, evidentemente, pero no somos capaces de
poner en marcha el cambio. Seguimos apegados al libro de texto, a
las constricciones espacio-temporales, a los exámenes basados en
repetición memorística de aquello que exigimos que nuestros alumnos
"aprendan" (no es cierto que lo aprenden, sino que simplemente lo
memorizan), y, en consecuencia, seguimos promoviendo las jornadas
maratonianas anteriores al día del examen para "estudiar"
(tendríamos que decir memorizar y, sin duda, escasamente
comprender) los contenidos sobre los que vamos a basar nuestros
exámenes; seguimos considerando las asignaturas como
"compartimentos estancos" que los alumnos tienen que "absorber"
memorísticamente sin dar la menor opción a la metodología, al
análisis de las situaciones problemáticas con la consiguiente
búsqueda de soluciones, a la valoración de los mejores recursos
para conseguir unas metas, a la puesta en común y discusión de las
soluciones propuestas por cada grupo de alumnos…
Creo, en definitiva, que es hora ya
de que pasemos a hacer acciones educativas significativas (para
nuestros alumnos, para nosotros como profesores, para el futuro de
nuestros educandos y para la sociedad en general) dejando de lado
definitivamente las acciones repetitivas que nos impiden poner en
marcha nuestra creatividad y nuestra capacidad de demostrar a la
sociedad que realmente somos profesores y educadores que merecemos
la pena.
Una vez más insisto: es cuestión de
actitud. La actitud nos llevará a mirar al futuro con optimismo, a
superar todas nuestras debilidades, a reconocer nuestros errores y
convertir nuestra práctica educativa en un conjunto de fortalezas
que nos permita afrontar la educación de nuestros alumnos como lo
que realmente es: un reto, un gran desafío, del que tenemos (porque
podemos) que salir airosos. No podemos dejarnos amedrentar por las
amenazas que nos hacen sentir "minusválidos" para la práctica
educativa. Necesitamos "revivir" nuestra acción educadora desde la
confianza en nosotros mismos y desde la confianza en que nuestros
alumnos responderán adecuadamente a los retos que les
planteemos.
¿Recuerdas cuando hablábamos de
"matar la escuela"? Sigo pensando que es lo correcto: matar la
escuela y, a la vez, revivir nosotros como educadores, amparándonos
en nuestra actitud, nuestra confianza en nosotros mismos y en
nuestro saber hacer. Somos capaces de ello y, si nos lo proponemos,
nada ni nadie nos lo podrá impedir.
Hasta la próxima, como siempre,
¡salud y felicidad!