Crónica
El cáncer de la universidad
"Lo importante de la escuela son
sus maestros", nos decía Manuel Bartolomé Cossío a comienzos del
siglo XX, cuando pronunciaba el discurso de inauguración de un
formidable y novedoso edificio escolar en Bilbao, envidia para
otras ciudades españolas de la época. Por tanto, nos indica aquel
brillante pedagogo de la Institución Libre de Enseñanza, conviene
no ser conformistas con los edificios que acogen las escuelas para
aceptar que éstas son buenas o deficientes, pues más allá de los
mejores materiales pedagógicos, instalaciones, bibliotecas, en una
escuela lo más importante son sus maestros. Si éstos están bien
formados y apoyados por las autoridades responsables son capaces de
encontrar las soluciones y respuestas pedagógicas adecuadas a los
problemas que se susciten en el cotidiano escolar, dispongan o no
de medios materiales. Si confluyen ambas circunstancias, mucho
mejor, claro está.
Podemos aplicar una reflexión
paralela a la universidad de nuestro tiempo tomando la referencia
histórica mencionada. Nos encontramos ante una institución docente
e investigadora, la universidad, que se sustenta en los buenos
profesores, docentes e investigadores, aunque precise de las
mejores instalaciones y recursos posibles para alcanzar la
excelencia. En nuestros centros universitarios el profesor es el
eje de la actividad formativa con los estudiantes y agente casi
exclusivo en la producción de conocimiento. Por eso es tan decisiva
una buena selección de los profesores, y por lo mismo es tan
preocupante lo que viene sucediendo en muchos departamentos y áreas
de conocimiento en esta universidad de la segunda década del siglo
XXI. Se advierte una peligrosa enfermedad que corroe desde dentro
la vida y fertilidad de la universidad, un cáncer que crece sin
esperanza de salvación en el interior del organismo universitario.
Este peligroso cáncer se refiere y afecta al proceso de selección
de los profesores en el inicio de la carrera docente. Conviene
extirpar de raíz el cáncer, esta grave enfermedad universitaria,
que nos mina desde el interior de la institución, antes de que sea
demasiado tarde, por irremediable.
El proceso de selección de
profesores ordinarios (catedráticos y titulares), o permanentes
(contratados doctores), parece tener definidas unas reglas de
juego, que suelen respetarse por los participantes en los
concursos, sean éstos los aspirantes o los miembros de las
comisiones evaluadoras. Cuestión diferente es si ese proceso de
selección de docentes viene previamente viciado, y además ha
conducido a la universidad a un inmovilismo casi total (no existe
flujo de nuevas llegadas e intercambios de profesores externos) y a
la consolidación del nepotismo más degenerado y generalizado.
Un profesor joven que mete la
cabeza en la universidad, de la forma que vamos a explicar, con
frecuencia hace toda su carrera en ella en la mayoría de los casos,
con la excepción de cortas y débiles estancias en otras
universidades con colegas que firman casi en blanco lo que se
quiera que firmen para beneficio del profesor que realiza la
estancia. Existen siempre mil maneras de bordear (y anular) el
espíritu y la letra de una propuesta en sí misma válida, que sobre
el papel de la ley y la norma parece aceptable.
En teoría son los jóvenes y
brillantes becarios los que acceden a la condición de ayudantes en
un grupo de investigación o en un departamento, si existieran
plazas disponibles y dotadas, algo que con frecuencia no ocurre.
Pero en la práctica se ha generalizado un sistema pervertido de
entrada a la docencia universitaria, por la vía del llamado
profesor asociado, que es contratado por un sueldo miserable para
cubrir una docencia vacante (por jubilación, enfermedad, embarazo,
o estancia prolongada en el extranjero de un profesor
ordinario).
El sistema de nominación de
urgencia, y de selección de estos profesores/tapón en un
departamento o área de conocimiento roza con frecuencia la
arbitrariedad, para que sea elegido el candidato que goce del
beneplácito del director/a del departamento, apoyado en un soporte
"democrático" de mayorías bien alimentadas en el seno de los
votantes del departamento. Terrible es tener que decirlo, pero con
frecuencia esas mayorías se sustentan y explican desde el silencio
corrupto de grupos de alumnos bien aleccionados y domesticados, año
tras año, a quienes no se sabe qué promesas les hacen algunos
profesores que manejan y reproducen a la perfección este sistema
corrupto de nombrar y elegir sutilmente, o por las bravas, las
comisiones internas del departamento, de las que siempre se
excluyen a los profesores que el grupo dominador considera
disidentes. Cuando este proceso se lleva a cabo una vez, pero
también otras quince veces en los últimos diez años, es obvio que
el departamento está completamente inclinado en una dirección
administrativa y científica, que no suele ser la más productiva y
fecunda, sino la que tiene los votos suficientes para llevar a la
horca a los críticos y a todas las posiciones disidentes de las
"oficiales" y dominadoras por el uso pervertido de la democracia.
Así llevan años y años muchos departamentos universitarios,
funcionando y reinando en la mediocridad científica más
absoluta.
Prevalece así un sistema de gestión
del acceso de los profesores a la universidad muy pervertido, y
poco provechoso y fecundo para la mejoría, para la calidad de la
actividad docente e investigadora. Las autoridades y rectorados
conocen bien este sistema, como lo conocemos todos los usuarios,
perjudicados o beneficiarios del mismo, pero nada hacen por
modificarlo de manera coherente.
¿Caben soluciones a este drama, a
este cáncer real de la universidad española? Sí, pero son
drásticas, y nada fáciles de poner en funcionamiento, porque aquí
se encuentra una de las claves del funcionamiento "democrático",
pero corrompido, del sistema de acceso a la función docente e
investigadora en la universidad. La movilidad real de los
profesores universitarios, la lucha contra el nepotismo en el
sistema de contratación de los docentes, la persecución de la
endogamia universitaria, la corrección y/o eliminación de sistemas
"democráticos" de representación y gobierno que se han pervertido,
son mecanismos que funcionan en otros países de nuestro entorno.
Debiéramos mirar y tomar en consideración algunas de estas
prácticas que en realidad van consiguiendo mejoras reales en la
producción científica y en la calidad de la docencia
universitaria.
Si nos mantenemos expectantes y
pasivos, y conformistas con lo que tenemos a la vista en nuestros
establecimientos universitarios, asistiremos antes o después a la
muerte real de la universidad, por inanición y corruptela, porque
tiene un cáncer que la corroe y aniquila, lenta pero
profundamente.
Carlos III en los finales del siglo
XVIII llevó a cabo una gran reforma en una universidad como la
española de entonces, que estaba corrompida. Ahora es posible y
necesaria otra reforma en el sistema de gobierno y gestión de la
universidad, y sobre todo en la manera de seleccionar a los mejores
profesores, y no a los amiguetes, sumisos y obedientes cumplidores
de órdenes visibles o invisibles procedentes de "manos negras" e
intereses inconfesables que solo hacen que perjudicar a la
universidad pública.