Opinião

Crónica de Salamanca
Universidad de la Experiencia

Hernandez DiazLo que comentamos era impensable hace una generación, y desde luego un sueño en toda la historia precedente. Hablamos de la presencia de personas mayores en las aulas universitarias, de hombres y mujeres ya jubilados que se matriculan y siguen un programa formativo específico, pensado para ellos, con plan de estudios, actividades complementarias, horarios, profesores universitarios.
La participación aislada de algún jubilado, o persona de más de 55 años, matriculada en una carrera determinada de régimen regular, era hasta nuestros días un hecho puntual y raro, pero se producía. Era exótico ver convivir en un curso de Historia del Arte, por ejemplo, a un señor de 60 años con jóvenes en su mayoría de 20 años. Hoy no lo es tanto, y se sigue produciendo. No es un fenómeno masivo, pero es cada vez más habitual observar que personas ya jubiladas se matriculan en una licenciatura de hebreo, historia o filología hispánica, empresariales o derecho, por citar sólo alguna de las situaciones que conocemos.
Es más, la ley contempla en España programas de acceso a la universidad para mayores de 25 años, para mayores de 45 años, con pruebas diferenciadas, y donde el factor experiencia laboral comienza a ser reconocido con un valor añadido de carácter formativo. Por lo tanto, comienza a ser cada vez más habitual encontrar en las aulas universitarias a personas de cierta edad compartiendo esfuerzos y estudio con otros compañeros mucho más jóvenes.
Este fenómeno, que es universal, es consecuencia de varios factores, que ahora no explicamos con calma. Pero uno de ellos, sin duda, viene con el cambio tan profundo que se produce en las concepciones sobre la posibilidad de aprender a lo largo de la vida (long life learning). Hace un par de generaciones era frecuente leer manuales de Pedagogía (que se conservan en las bibliotecas) donde se defendía que el proceso educativo prácticamente concluía hacia los 20 años, o que se reducía a los años de infancia y juventud. Hoy sabemos bien que las neuronas se renuevan, y que podemos aprender siempre que dispongamos de capacidad biológica para ello, y se den las condiciones sociales y pedagógicas oportunas.
Pero nos referimos ahora más en concreto a las Universidades de la Experiencia, que se ha convertido en nuestras sociedades avanzadas en uno de los fenómenos educativos más destacados de nuestro tiempo, y en todo el mundo. Es cierto que con variantes, y no con una sola modalidad de universidad de la experiencia.
Entre nosotros ha nacido en la última década del siglo XX, y ha alcanzado a día de hoy un espectacular dinamismo. La gran mayoría de nuestras universidades cuenta con un programa de "Universidad de la experiencia", y se ha convertido en un referente de las personas de más de 55 años (algunos han llegado a participar con 90 años).
Además de la explicación de tipo pedagógico que mencionamos antes, hay que contemplar aquí el hecho colectivo de la jubilación de las personas en muy buenas condiciones físicas, o con calidad de vida, y a la numerosa presencia de hombres y mujeres en edad longeva. Hay que referirse a jubilaciones masivas, incluso prejubilaciones, a un fuerte peso demográfico de este sector, a intereses políticos en atender convenientemente a estas personas por razones evidentes. Es decir, se ha producido la confluencia de diferentes circunstancias que han facilitado la aparición y continuidad de programas educativos de atención a personas mayores, con cierta salud y disponibilidad de tiempo libre, y desde luego ganas de aprender y relacionarse.
¿Qué buscan y encuentran las personas mayores en un programa como el de la Universidad de la Experiencia? Muchos tratan de mejorar su nivel cultural medio, puesto que no tuvieron la oportunidad de disfrutar del beneficio de una formación reglada prolongada cuando eran niños o jóvenes. Muchos desean mantener vivas sus neuronas y continuar aprendiendo, mantenerse intelectualmente activos. Otros desean también socializarse, encontrar o cultivar nuevas relaciones a través de la cultura y las aulas, salir de casa, participar en actividades complementarias. La gama de situaciones es amplia, y existen razones para todos los gustos, todas ellas legítimas.
Estamos hablando de miles de personas que en toda España vienen participando en programas de educación de personas mayores que cada universidad organiza, si bien todas cuentan con pautas pedagógicas y organizativas que se aproximan. Hablamos de decenas de sedes de universidades de la experiencia (solamente en la Universidad de Salamanca recordamos las de Avila, Arévalo, Zamora, Benavente, Toro, Béjar, Ciudad Rodrigo y Salamanca), que funcionan coordinadas, y que a su vez lo hacen con otras universidades de la región.
Además del apoyo académico que proporciona cada universidad (profesores, gestión académica y locales de celebración), este programa suele ser apoyado económicamente por los gobiernos de las Comunidades Autónomas. La razón no es otra que la rentabilidad social y política que obtienen, además del indudable interés ciudadano y educativo que puede suscitar el que se puedan dedicar fondos públicos a personas de todo tipo y condición social mayores de 55 años. Para ello cuentan con el apoyo y el soporte técnico de las universidades.
Podemos preguntarnos si se trata de un fenómeno aislado y específico de España, para responder de inmediato que no, que forma parte de ese contexto pedagógico y social propio de las sociedades más desarrolladas de todo el mundo.
Lo evidente es que las universidades han dejado de ser instituciones que sólo acogen a jóvenes, al menos en su dimensión docente. Los mayores van y vienen por los pasillos de las facultades , o son reconocidos con derechos sociales y culturales de tercera generación.

 
 
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