CRÓNICA
Cartas desde la ilusión
Querido amigo:
Hoy quiero compartir contigo unas
reflexiones sobre los principios de la Evaluación para el
Aprendizaje (EpA), siguiendo el hilo de lo que venimos comentando
en las últimas cartas. Son 10 los principios que se indican para
que la EpA sea eficaz y eficiente. Algunos de ellos repiten ideas
que ya hemos comentado o mencionado de pasada en cartas anteriores,
pero, a pesar de eso, siempre es positivo volver a tomar contacto
con ideas que nos pueden servir para mejorar día a día el proceso
de enseñanza/aprendizaje en nuestra aula.
El primer principio podría
enunciarse así: La Evaluación para el Aprendizaje debería
ser parte de la planificación eficaz de la docencia y el
aprendizaje.
Este principio choca contra nuestra
mentalidad y nuestra práctica actual en relación con la evaluación.
Para la mayoría de nosotros, la evaluación es una actuación "a
término" de la unidad didáctica o del trimestre. Es decir,
explicamos, damos ejemplos, construimos modelos, etc., que los
estudiantes tienen que reproducir al final del "período de
evaluación".
Pero ya hemos comentado, en alguna
ocasión, que esta mentalidad y esta práctica tienen que desaparecer
de la actividad educativa. Ahora bien, sólo desaparecerán si quedan
sustituidas por otra mentalidad y otra práctica que se centre en la
consideración de la planificación de la evaluación como un aspecto
nuclear del proceso de enseñanza/aprendizaje.
Si la evaluación se convierte en
aspecto nuclear, es decir, central, fundamental, del proceso de
enseñanza/aprendizaje, entonces los profesores comienzan a
programar sus actividades en torno a este proceso de evaluación,
teniéndolo siempre como referencia a la hora de tomar decisiones
acerca de qué (contenidos) incluir en el proceso
de enseñanza aprendizaje y cómo (estrategias)
desarrollar el proceso de enseñanza/aprendizaje para que resulte
eficaz y eficiente.
En alguna ocasión hemos comentado
que los contenidos del proceso de
enseñanza/aprendizaje tienen que ajustarse a lo que se entiende
como "tarea auténtica", es decir, un conjunto de actividades que
arranca de la vida real, y, por tanto, ese conjunto de actividades
está contextualizado en la vida real, aunque se realice entre las
cuatro paredes del aula. En alguna ocasión anterior comentamos que
era necesario empezar a eliminar la dependencia que actualmente
padecemos en relación con los libros de texto y que había que
comenzar a obtener información directamente de la realidad que
estamos viviendo. De no ser así, no creo que estemos preparando a
nuestros alumnos para vivir en el mundo actual ni que estemos
aportando lo que se merecen para que lleguen a ser profesionales de
éxito en el futuro.
Por lo que respecta a las
estrategias, la actuación de los profesores
debería ser capaz, en primer lugar, de proporcionar oportunidades
para que tanto los alumnos como nosotros mismos obtengamos y
utilicemos toda la información necesaria sobre el progreso de los
alumnos hacia los objetivos del aprendizaje.
En segundo lugar, nuestra actividad
educativa tiene que ser flexible, de tal manera que pueda responder
a las habilidades e ideas iniciales, así como a las ideas
emergentes que vayan apareciendo a lo largo del proceso de
enseñanza/aprendizaje en cada una de las unidades didácticas. Esto
implica tener un sentido cabal de lo que significa la planificación
(en lo que no insisto hoy porque ya hemos comentado hace algunos
meses los aspectos más importantes de la planificación).
En tercer lugar, nuestra actuación
debe incluir estrategias para que los alumnos comprendan los
objetivos que persiguen (sí, los objetivos que ellos persiguen; y,
por tanto, tienen que conocerlos desde el primer momento, y, para
ello, tienen que contribuir a su fijación y aceptarlos como
propios, porque, de lo contrario, todo esto quedaría en una mera
"entelequia") y los criterios que se aplicarán en la evaluación de
su trabajo. En relación con estos criterios, los profesores
deberíamos comenzar a utilizar de manera generalizada lo que se
conoce como "rúbricas" o matrices de valoración, que permitan y
faciliten el proceso evaluador tanto por parte del profesor, como
por parte de los compañeros de los alumnos, como por parte de los
propios alumnos (auto-evaluación), como por parte de cualquier
persona externa (comenzando por los padres de los alumnos, y
continuando por los directivos del centro o cualquier persona que
pueda estar interesada en la valoración del progreso de los
alumnos, etc.).
Finalmente, nuestra actividad debe
incluir un conjunto de estrategias de administración de feedback a
nuestros alumnos, de tal manera que seamos capaces de "andamiar"
adecuadamente su progreso y de hacerles asumir su propio desarrollo
de una manera cada vez más consciente y eficaz.
Como ves, son aspectos realmente
nucleares sobre los que debería girar nuestra actuación educativa.
El problema es que cada uno de ellos requeriría ser desarrollado y
profundizado en un curso entero de formación y entrenamiento del
profesorado. Pero, una vez más, no tenemos espacio en esta ocasión.
Seguiremos comentando estos y otros aspectos el próximo mes.
Hasta entonces, como siempre, salud
y felicidad.