Opinião

CRÓNICA
Cartas desde la ilusión

Juan A. Castro PosadaQuerido amigo:

Hoy quiero compartir contigo unas reflexiones sobre los principios de la Evaluación para el Aprendizaje (EpA), siguiendo el hilo de lo que venimos comentando en las últimas cartas. Son 10 los principios que se indican para que la EpA sea eficaz y eficiente. Algunos de ellos repiten ideas que ya hemos comentado o mencionado de pasada en cartas anteriores, pero, a pesar de eso, siempre es positivo volver a tomar contacto con ideas que nos pueden servir para mejorar día a día el proceso de enseñanza/aprendizaje en nuestra aula.

El primer principio podría enunciarse así: La Evaluación para el Aprendizaje debería ser parte de la planificación eficaz de la docencia y el aprendizaje.

Este principio choca contra nuestra mentalidad y nuestra práctica actual en relación con la evaluación. Para la mayoría de nosotros, la evaluación es una actuación "a término" de la unidad didáctica o del trimestre. Es decir, explicamos, damos ejemplos, construimos modelos, etc., que los estudiantes tienen que reproducir al final del "período de evaluación".

Pero ya hemos comentado, en alguna ocasión, que esta mentalidad y esta práctica tienen que desaparecer de la actividad educativa. Ahora bien, sólo desaparecerán si quedan sustituidas por otra mentalidad y otra práctica que se centre en la consideración de la planificación de la evaluación como un aspecto nuclear del proceso de enseñanza/aprendizaje.

Si la evaluación se convierte en aspecto nuclear, es decir, central, fundamental, del proceso de enseñanza/aprendizaje, entonces los profesores comienzan a programar sus actividades en torno a este proceso de evaluación, teniéndolo siempre como referencia a la hora de tomar decisiones acerca de qué (contenidos) incluir en el proceso de enseñanza aprendizaje y cómo (estrategias) desarrollar el proceso de enseñanza/aprendizaje para que resulte eficaz y eficiente.

En alguna ocasión hemos comentado que los contenidos del proceso de enseñanza/aprendizaje tienen que ajustarse a lo que se entiende como "tarea auténtica", es decir, un conjunto de actividades que arranca de la vida real, y, por tanto, ese conjunto de actividades está contextualizado en la vida real, aunque se realice entre las cuatro paredes del aula. En alguna ocasión anterior comentamos que era necesario empezar a eliminar la dependencia que actualmente padecemos en relación con los libros de texto y que había que comenzar a obtener información directamente de la realidad que estamos viviendo. De no ser así, no creo que estemos preparando a nuestros alumnos para vivir en el mundo actual ni que estemos aportando lo que se merecen para que lleguen a ser profesionales de éxito en el futuro.

Por lo que respecta a las estrategias, la actuación de los profesores debería ser capaz, en primer lugar, de proporcionar oportunidades para que tanto los alumnos como nosotros mismos obtengamos y utilicemos toda la información necesaria sobre el progreso de los alumnos hacia los objetivos del aprendizaje.

En segundo lugar, nuestra actividad educativa tiene que ser flexible, de tal manera que pueda responder a las habilidades e ideas iniciales, así como a las ideas emergentes que vayan apareciendo a lo largo del proceso de enseñanza/aprendizaje en cada una de las unidades didácticas. Esto implica tener un sentido cabal de lo que significa la planificación (en lo que no insisto hoy porque ya hemos comentado hace algunos meses los aspectos más importantes de la planificación).

En tercer lugar, nuestra actuación debe incluir estrategias para que los alumnos comprendan los objetivos que persiguen (sí, los objetivos que ellos persiguen; y, por tanto, tienen que conocerlos desde el primer momento, y, para ello, tienen que contribuir a su fijación y aceptarlos como propios, porque, de lo contrario, todo esto quedaría en una mera "entelequia") y los criterios que se aplicarán en la evaluación de su trabajo. En relación con estos criterios, los profesores deberíamos comenzar a utilizar de manera generalizada lo que se conoce como "rúbricas" o matrices de valoración, que permitan y faciliten el proceso evaluador tanto por parte del profesor, como por parte de los compañeros de los alumnos, como por parte de los propios alumnos (auto-evaluación), como por parte de cualquier persona externa (comenzando por los padres de los alumnos, y continuando por los directivos del centro o cualquier persona que pueda estar interesada en la valoración del progreso de los alumnos, etc.).

Finalmente, nuestra actividad debe incluir un conjunto de estrategias de administración de feedback a nuestros alumnos, de tal manera que seamos capaces de "andamiar" adecuadamente su progreso y de hacerles asumir su propio desarrollo de una manera cada vez más consciente y eficaz.

Como ves, son aspectos realmente nucleares sobre los que debería girar nuestra actuación educativa. El problema es que cada uno de ellos requeriría ser desarrollado y profundizado en un curso entero de formación y entrenamiento del profesorado. Pero, una vez más, no tenemos espacio en esta ocasión. Seguiremos comentando estos y otros aspectos el próximo mes.

Hasta entonces, como siempre, salud y felicidad.

 
 
Edição Digital - (Clicar e ler)
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