Crónica Salamanca
Formación de Élites y Educación Superior
Desde los tiempos más
remotos de la historia hasta el presente , todas las sociedades y
grupos humanos más o menos organizados han dispuesto de minorías
dirigentes, de sectores selectos de personas cualificadas en el
desempeño de una o varias funciones, siempre necesarias para la
vida colectiva. A veces para contribuir al dominio político,
militar, religioso o intelectual sobre los hombres y mujeres que la
componen, y en ocasiones también para impulsar los beneficios que
necesita el grupo, la clase social, o el interés general.
Al lector no se le descubre nada
nuevo si constatamos la existencia de sectores hegemónicos en las
antiguas civilizaciones, en las sociedades estamentales o en las
que rige la división social y lucha de clases, como las nuestras.
Ni tampoco es original recordar que en todas ellas los grupos
minoritarios dominantes, con todos sus matices y extensiones en
diferentes élites, tratan de reproducirse, de mantener el "statu
quo", y de formar a los futuros componentes que han de ir
engrosando , reponiendo y mejorando la composición de las minorías
dirigentes en una o varias de las muchas expresiones de los
sectores hegemónicos.
En Occidente esta función rectora
de la formación de los grupos dirigentes estaba encomendada primero
a la Iglesia y sus instituciones de selección y promoción
eclesiásticas, y más tarde a las universidades, ya desde la Edad
Media hasta las revoluciones burguesas de fines del XVIII y décadas
posteriores en el XIX. Más adelante se va a ir produciendo una
lenta, pero constante secularización, y entonces los saberes, las
ciencias como elementos identificadores del prestigio social y de
las competencias técnicas necesarias van a erigirse en los
referentes y depositarios de la cultura dominante y la selección
social.
Conviene advertir que si en las
fases más lejanas de la historia la concentración de competencias,
saberes y poderes del grupo hegemónico quedaba muy ceñida a un
elenco selecto de personas que formaban la élite dirigente, en la
etapa más próxima a nosotros se viene produciendo una creciente
diversificación y una cierta diversificación de los grupos de
élite. En las sociedades modernas se habla con naturalidad de
élites al referirse al deporte, a la canción, a la literatura, a la
banca, al partido político de turno, al sindicato, a las iglesias y
confesiones religiosas, al arte, al ejército, al periodismo, a la
economía, a la moda, a un sector productivo concreto, a la policía,
a una interminable lista de funciones, capítulos, actividades
propias de las sociedades más avanzadas.
En nuestras sociedades modernas
aceptamos que se produzca una creciente diversidad y pluralidad de
grupos de élite, con movilidad, con significados estratégicos
distintos, y por ello con polisemia, y también con sistemas de
reclutamiento y formación cada vez más diversificados, móviles,
heterogéneos. De ahí que debamos ser muy dúctiles y flexibles para
comprender que hoy, y más aún en el futuro, no existan unas únicas
instituciones, únicos caminos, únicos métodos de formación y
selección de las cada vez más numerosas y diversificadas que son
solicitadas como consecuencia de la acelerada movilidad social.
Si las sociedades son cada vez más
diversas y cultas, la diferenciación de vías de formación,
selección y promoción para el ejercicio de funciones o la
adquisición de saberes y habilidades de elevado rango social,
económico, político o cultural forzosamente ha de conducir a
modelos institucionales y programas de educación superior
igualmente diferenciados y competitivos.
Este nuevo orden social y formativo
nos lleva a preguntarnos por la función tradicional que han venido
desempeñando instituciones tan clásicas y reguladas como las
universidades, a pesar de la diferenciación que ya existe entre
ellas. Hoy es creciente, y preocupante, la interrogación sobre la
posición formadora que ocupa la universidad en el reclutamiento y
formación de los grupos dirigentes, de aquellos que puedan resultar
determinantes para el avance de una determinada sociedad.
Es decir, las misiones clásicas
atribuidas a la universidad (transmisión del conocimiento,
investigación y producción del mismo, y extensión a la sociedad,
junto a la formación integral y humanística de las personas que
vayan a ocupar una posición directiva) hoy parecen verse
parcialmente cuestionadas. Ante todo porque la universidad ejerce
en menor medida , día a día, la exclusiva de esas tareas
formativas, o las nuevas que va demandando el flujo emergente de
nuevas situaciones de nuestro mundo aceleradamente cambiante.
De estas cuestiones, pero referidas a las sociedades de América
Latina, Portugal y España, se ocupará, desde una lectura histórica,
el X Congreso de Historia de la Educación Latinoamericana, que se
celebra en Salamanca los primeros días del próximo mes de
julio.