Crónica
Universidad, Ministerio de Educación versus ciencia
El reciente cambio de
gobierno en España vuelve a poner sobre la mesa un tema siempre
discutido y problemático para la universidad, como es el de la
organización de la administración del Estado central, y la posición
que dentro del mismo ha de ocupar la institución que se encarga de
la educación superior. Hay ministerios que parecen incuestionables,
mientras que otros bailan al son que marcan los tiempos, o las
culturas políticas y académicas que rezuman los problemas y
demandas de la sociedad, y también los nuevos (o no tanto)
proyectos públicos que se desea diseñar.
Lo cierto es que junto a ministerios clásicos como el de Defensa o
el de Justicia se mueven otros de ciclo más corto en la vida
pública, como es el caso que nos ocupa, el de Educación, y que
afecta de lleno a la universidad como institución, a las 80
universidades españolas, públicas y privadas .
El nuevo presidente del gobierno del PSOE, Pedro Sánchez, ha
decidido junto con su equipo, que en la nueva propuesta
remodelación de la alta administración del Estado, existan dos
ministerios diferentes, uno para Educación y otro para Ciencia. Al
frente de Educación (todo lo que en el sistema educativo no es
estrictamente universidad e investigación) ha situado a la señora
Isabel Celaá, mientras que para Universidad, Ciencia y Tecnología
ha pensado en Pedro Duque, físico y astronauta. Nada de especial
que objetar a ninguno de los dos nuevos ministros como personas
cualificadas para el ejercicio de esas funciones.
La trayectoria administrativa específica de lo relativo a la
Educación en España, en su más elevado grado, tiene su origen
en la creación del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes
en el año 1900. Este modelo se mantiene vigente hasta que el
franquismo lo transforma en Ministerio de Educación Nacional en
1936, y así continúa hasta la reforma de 1970. En esos años finales
del siglo XX España demanda atención sistemática a los asuntos de
la investigación científica, y por primera vez se incluye el
término Ciencia, para referirse a un Ministerio, por lo que desde
1970, y durante años, la denominación oficial es la de Ministerio
de Educación y Ciencia. Había que impulsar una de las facetas de la
universidad, como es la de la investigación y creación de ciencia,
y tal modelo administrativo estaba justificado.
Pero desde comienzos del siglo XXI, primero con gobiernos
conservadores, se ha ido adoptando el criterio de separar Ciencia
del Ministerio de Educación en la alta organización administrativa
del estado.
¿Se trata de una pura distinción nominal? Pues sencillamente
pensamos que no, pues creemos que ello responde a un determinado
concepto de universidad, en el que se busca primar con decisión el
apartado de producción de ciencia, y dejar a un lado lo que se
refiere al interés por la formación de profesionales y ciudadanos
cultos al más elevado nivel. La dimensión formativa de la
universidad queda marginada o desdibujada.
De ahí que nos parezca un error seccionar la debida unidad que ha
de tener un sistema educativo, pues la universidad debe ser
considerada como una institución formativa, y no solo una fábrica o
agencia productora de patentes y proyectos competitivos de
investigación.
Se trata, a nuestro parecer, de una decisión equivocada, que evita
comprender el conjunto del sistema educativo como un todo, y en
especial considera de forma indirecta que la universidad debe
ocuparse poco, o nada, de la función educadora y formativa de sus
integrantes. La universidad, se deduce de tal decisión y propuesta,
¡va a ocuparse de cosas importantes!, como la ciencia, la
investigación, pero no tiene motivación para dedicarse a la
formación de sus miembros, en especial de los estudiantes,
que se ha convertido en un asunto secundario.
Esta decisión administrativa del nuevo gobierno, de crear un
Ministerio específico de Ciencia y Tecnología separado del
Ministerio de Educación, no resulta casual, pensamos
nosotros, pues se inserta de manera plena en la cultura académica
de la mayoría de los profesores universitarios, que buscan
apartarse todo lo que pueden del "odioso" cargo de la docencia (es
frecuente hablar de carga docente entre os profesores), pues dicen
que la atención adecuada sus estudiantes les ocasiona una
significativa pérdida de oportunidades en su producción científica,
en forma de proyectos y artículos de investigación altamente
competitivos. ¡Lamentable obscenidad intelectual, social y
universitaria!
En efecto, es la cultura académica mayoritaria de nuestro tiempo
en las universidades de todo el mundo, el produtivismo
deshumanizado, impuesta desde el canon anglosajón de la
ciencia y de la universidad en las últimas décadas. Pero ello no
significa que debamos acomodarnos acríticamente, sin más, sin
combatir tal modelo de universidad impuesta y ajena a muchas
tradiciones humanistas de raíz europea.
Lo que simplemente no nos gusta es que un gobierno progresista y
de izquierda, o que dice que se va encaminar en esa dirección, haya
adoptado una decisión adinistrativa de tan profundo calado, con
inevitables proyecciones para millones de ciudadanos españoles, que
como poco sea discutible. Deberán explicarlo en algún momento, como
corresponde.
Nuestra universidad merece y requiere un giro, pero no
precisamente desde la onda en que ha sido situada ahora con esta
decisión administrativa tan importante.