Crónica
Universidad, ¿presencial o por pantalla?
La terrible pandemia del coronavirus-19
trae del brazo muchas consecuencias indeseadas, además de las más
graves de todas que son la enfermedad y la muerte de muchas
personas. La parálisis de movimientos y el distanciamiento social
generan pérdida de oportunidades económicas y de relación social,
que padecen de forma dramática los sectores menos favorecidos, sin
duda. La pandemia viene interpelando al conjunto del sistema
social, todas sus estructuras sanitarias, sociales, educativas,
además de la jurídicas y, claro, las económicas.
Desde luego la universidad se ha
visto casi paralizada desde la perspectiva física y visible (desde
hace meses apenas abren las facultades y centros de investigación),
y se ha tenido que adaptar como ha podido, con buena voluntad de
todos sus integrantes y uso de medios digitales, para intentar
salvar el curso de los estudiantes y el día a día de la gestión. El
resultado ha sido desigual, y a muchos nos deja un mal sabor de
boca, con independencia del esfuerzo y celo que la mayoría hemos
puesto en atender a nuestros alumnos y cumplir con los mínimos
administrativos. Una cosa es cubrir el expediente y otra bien
diferente es hacer las cosas con normalidad. Acreditar el curso a
los alumnos lo hacemos por la vía digital, pero hacer universidad
en sentido pleno, en absoluto, porque no es posible.
Aceptada la realidad y su
evidencia viene una segunda parte. Es la que representan los
discursos más o menos altisonantes que afirman con rotundidad que
esta modalidad no presencial de hacer universidad "ha venido para
quedarse". ¿Qué quiere decir esta expresión referida a la
universidad? ¿Significa que ese "quedarse" sustituye el encuentro
directo entre docentes y estudiantes, entre estudiantes entre sí,
entre profesores e iguales? ¿Esto significa, como han dicho algunos
altavoces de posiciones ideológicas contrarias a la universidad
pública, que sobran profesores porque todo se puede enseñar por
pantalla, por ordenador, por medios digitales? ¿Esto supone que la
inversión que se solicita para la educación superior debe reducirse
a la dotación de grandes medios digitales y tecnológicos? ¿Hacia
dónde vamos, qué entendemos por universidad? La pandemia ha
suscitado debates sobre el controvertido asunto universitario y nos
brinda la oportunidad e invitación a pensar con alguna calma,
qué es la universidad y qué puede y debe ser.
Pensar el problema que ahora se
suscita nos obliga a retomar algunas de las misiones de la
universidad, en el ayer y en el presente. Además de investigar y
producir conocimiento, la universidad tiene como misión principal
la de formar (no solo enseñar) a los jóvenes para el desempeño de
diferentes funciones sociales en sus respectivas profesiones, y
tiene también la misión de proyectar la cultura y el conocimiento
en todos los sectores de la sociedad.
La función docente, la dimensión
socrática e interpelante del profesor podría verse anulada o muy
limitada en una versión digital de uso exclusivo. La enseñanza, en
todos los niveles y ciclos del sistema universitario también,
necesita encuentro, proximidad dialógica (a veces sin palabras, o
con pocas) , cercanía y aprendizaje entre iguales (alumno/as y
alumno/as,) entre estudiantes y docentes, entre colegas de
diferentes ramas y especialidades, y por supuesto de la propia. El
aprendizaje de cualquier disciplina es dialógico y de proximidad,
en buena parte mediación de grupo, y en gran medida fruto de
conversaciones de pasillos y lugares físicos de encuentro dentro y
fuera del aula, y claro que sí en la acción tutorial. También en la
cafetería, sin duda, aunque a algunos decanos esto les pueda
molestar, como me consta.
Hace ya mucho que la docencia
universitaria no puede reducirse al monólogo del profesor que dicta
conferencias o apuntes. Ya no aprendemos como en los tiempos de
Fray Luis de León, como muestra físicamente el excepcional aula
dedicada a él en el Estudio Salmantino, y que por fortuna se
conserva intacta desde el siglo XVI. Hace ya tiempo que nos
servimos de otros elementos de apoyo, muchos de ellos tecnológicos,
para la enseñanza universitaria, y hace ya mucho que hemos roto los
moldes estrictos de la lección medieval. Pero hacer hoy una hoguera
con toda la trayectoria didáctica universitaria y sustituirla por
las bravas por un modelo unidireccional y exclusivo de didáctica
digital y por pantalla nos preocupa por todo lo que representa de
deseo de desmantelamiento del ser de la universidad.
Servirnos de medios tecnológicos
para completar o integrar una planificación docente equilibrada es
lo deseable, y es lo que ya miles de profesores hacemos en nuestro
quehacer docente cotidiano. Por tanto, el que ahora se diga que
estos medios digitales "vienen ahora para quedarse" (y sustituir
todo lo anterior en la universidad) no tiene una lectura didáctica,
porque ya están incorporados en nuestras aulas universitarias. Lo
que nos quiere trasladar ese sibilino discurso es que han venido
para sustituir al profesor y todo el modelo organizativo físico de
las universidades públicas.
Este es el discurso de algunas
llamadas universidades de despacho que se lo montan con un ejército
de jóvenes titulados, expertos en el manejo de ordenadores y
pantallas, mal pagados y explotados en tareas digitales infinitas,
que cobran elevadas matrículas a quienes se aproximan a sus garras
expoliadoras, acreditan títulos que tienen valor donde se lo
conceden, poseen el respaldo oficial de determinados poderes
políticos y empresariales, y organizan una red de negocios con
beneficios muy pingües.
Para legitimarse, es el discurso
que en estos difíciles tiempos propagan por todas partes los
voceros de un modelo empresarial de universidad como negocio. Por
esto dicen que es preciso neutralizar y deslegitimar a la
universidad pública y presencial por cara, lenta, "antigua", poco
versátil y novedosa, funcionarial, burocrática, inoperante. Por
ello desean que la llamada universidad digital, la de las ondas y
por pantalla, venga a sustituir a la universidad presencial, a
quedarse y a eliminar todo un proyecto histórico de institución
que, cierto es que tiene debilidades, pero ha demostrado, y lo
sigue haciendo, que cumple una función social, profesional,
científica imprescindible e insustituible.
Medios tecnológicos y digitales
en la universidad sí, siempre que sean precisos y deseables dentro
de la programación docente, y por tanto complementarios. Defender
que la universidad es una pantalla a distancia, simplemente no, por
lo ya dicho. Conviene ser asertivos de vez en cuando.