CRÓNICA
Cartas desde la ilusión
Querido amigo:
Tal como te decía en mi carta
anterior, hoy quiero dedicar unas ideas a la tercera decisión del
proceso de Evaluación para el Aprendizaje (EpA), o sea, "cómo
llegar de la mejor manera posible".
Ya sabes que el mero hecho de
"llegar", es decir, conseguir los objetivos, supone un alto nivel
de eficacia. En efecto, somos "eficaces" (tanto en el ámbito
educativo como en cualquier otro dominio) cuando somos capaces de
disponer los medios adecuados para obtener los fines que nos hemos
propuesto.
Ahora bien, a mí, personalmente, me
asalta una duda: ante la complejidad de todo lo que supone el
sistema educativo, ¿será suficiente ser eficaces? ¿bastará con que
los profesores guiemos a nuestros alumnos para que utilicen los
recursos adecuados que les lleven a conseguir los objetivos
marcados? O, por el contrario, ¿será necesario que busquemos un
"valor añadido" a nuestra actuación educativa tratando de llegar a
ser auténticamente eficientes, o sea, a conseguir los mejores
objetivos con los mínimos recursos?
Es evidente que a nadie se le escapa
que la sociedad occidental está en crisis (para comenzar, de tipo
económico, pero subsiguientemente, de tipo social, de valores
humanos, etc.). Ante un problema como el que estamos viviendo,
podemos tomar varias actitudes, entre las que cabe destacar dos: 1)
seguir quejándonos de la crisis y esperar que esto pase, o 2)
aprender de la situación en la que estamos viviendo.
Volviendo a nuestro discurso: no
cabe duda que resulta relativamente fácil ser eficaz, e, incluso,
llegar a ser eficiente, cuando el llamado "estado de bienestar"
provee a todos con superabundancia de recursos (en la educación
esto se ha traducido en sobregasto y superabundancia de materiales
tecnológicos, de subsidios y ayudas a la formación de los
profesores, de becas a los alumnos para asegurar la igualdad de
oportunidades, etc.). Pero el gran problema del "estado de
bienestar" anteriormente creado consiste en que nos ha llevado,
pienso yo, a perder "el norte" y a dejar de controlar el flujo de
los recursos. Hemos incrementado recursos hasta límites
insospechados y ahora nos encontramos con dos consecuencias: 1)
muchos de los recursos han sido claramente infrautilizados y se han
convertido en obsoletos sin apenas llegar a ser utilizados; 2) nos
hemos acostumbrado de tal manera a la superabundancia de recursos
que, cuando ha llegado el momento, como el actual, en que los
recursos comienzan a escasear o se reducen al mínimo, no somos
capaces de encender la "chispa" de la eficiencia. En otras
palabras, hemos tenido tantos "árboles" delante, que nos han
ocultado "el bosque", y hemos creído que todo el bosque era
árboles, perdiendo de vista que en bosque también hay zonas de
vacío (sin árboles), zonas peligrosas, de difícil acceso, etc. En
definitiva, hemos pasado años (incluso décadas) "dormidos en los
laureles" de la confianza (más bien pseudo-confianza) que nos traía
el bienestar y la superabundancia.
Pero, tal como están las cosas, es
el momento de renunciar a esa "siesta" prolongada y volver a
"cargar las baterías" de la creatividad para superar la inercia y
convertirnos no sólo en eficaces, sino en eficientes. Si la crisis
económico-social-político-educativa… nos enseña esto, es decir, nos
enseña que tenemos que estar siempre despiertos, bienvenida sea la
crisis. Ya sabes que en el concepto de crisis se inserta el cambio
y la dinámica del progreso y de apertura al futuro: la crisis es un
momento duro de sufrimiento, pero que tiene que desembocar,
necesariamente, en crecimiento.
Ahora bien, para crecer hoy día, es
necesario crear. Éste es, a mi manera de ver, nuestro nuevo reto:
sacudirnos la pereza y la queja, y comenzar a dar pasos hacia
adelante para crear un nuevo sistema que nos permita llegar a ser
eficientes. Como sabes, la eficiencia consiste en ser eficaces
utilizando de la mejor manera posible los mínimos recursos
disponibles.
En este sentido, conviene que
recordemos la historia del burro que cayó a un pozo. Te la cuento
y, con ella, me despido hasta el próximo mes.
Un día, el burro de una campesina se
cayó en un pozo.
El animal lloró fuertemente por
horas, mientras la campesina trataba de averiguar qué hacer.
Finalmente la campesina decidió que
el animal ya estaba viejo, el pozo estaba seco, y necesitaba ser
tapado de todas formas, y que realmente no valía la pena sacar el
burro.
Invitó a todos sus vecinos para que
vinieran a ayudarla.
Todos cogieron una pala y empezaron
a tirar tierra al pozo. El burro se dio cuenta de lo que estaba
pasando y lloró horriblemente.
Luego, para sorpresa de todos, se
aquietó. Después de unas cuantas paladas de tierra, la campesina
finalmente miró al fondo del pozo y se sorprendió de lo que vio...:
con cada palada de tierra, el burro estaba haciendo algo
increíble... Se sacudía la tierra y daba un paso hacia arriba...;
mientras los vecinos seguían echando tierra encima del animal, él
se sacudía y daba un paso hacia arriba. Bien pronto todo el mundo
vio sorprendido cómo el burro llegó hasta la boca del pozo, pasó
por encima del borde del pozo y salió trotando...
Hasta entonces, como siempre, salud
y felicidad.
Juan A. Castro Posada
juancastrop@gmail.com