Crónica Salamanca
El voto de los estudiantes
A más de un lector le puede sorprender
alguno de los argumentos que vamos a exponer sobre la participación
de los estudiantes en la vida cotidiana de nuestras universidades
públicas. Más aún cuando quien suscribe este artículo desde hace
varias décadas, siendo primero estudiante y más tarde profesor de
diferentes categorías, ha defendido con convicción la presencia
activa de los estudiantes en la toma de decisiones importantes que
afectan a la universidad, como por ejemplo, elección de rector,
decano, director de Departamento, selección de profesores,
aprobación de un plan de estudios, y otras decisiones sobre todo lo
importante de la vida universitaria que se adoptan en consejos de
gobierno, de facultad, de cualquier órgano de dirección.
Adelantemos que el peso del voto de los estudiantes es del 25% del
conjunto de la comunidad universitaria en cualquier órgano
colegiado desde la reforma universitaria de 1983. ¿Qué es lo que
nos impulsa a cuestionar tal presencia estudiantil, en el formato
actual? ¿Qué es lo que ha cambiado? Son muchas las voces de la
comunidad universitaria que proclaman que este exceso de
representación estudiantil no se corresponde con un ínfimo
porcentaje de participación real en las votaciones por parte de los
estudiantes, tal como sucede en la inmensa mayoría de las
universidades y procesos electorales. Son opiniones que denuncian
que se ha instalado un sistema viciado en muchos departamentos y
facultades, donde un grupo minoritario de estudiantes acude a las
voces y prácticas del clientelismo más burdo instalado en muchas de
estas instancias de poder, pequeño o grande, sobre todo cuando se
trata de repartir migajas desde arriba, de seleccionar un futuro
profesor asociado, por ejemplo. Son ciertos grupos de profesores y
ciertos grupos de estudiantes los que vienen viciando el sistema de
funcionamiento real y libre de los departamentos, y de otros
órganos colegiados de decisión, pero guardando siempre las formas
"democráticas", para no incurrir en falta. El cálculo detallado de
tales procedimientos de representación y tomas de decisión cuasi
corruptas es proverbial, hasta el extremo. Casi parece pulcro,
cuando se está corrompiendo lo más profundo del ser de la
universidad, su libertad real para la ciencia. No es un asunto que
afecte a una universidad en exclusiva, y la nuestra podría
servirnos de ejemplo, sino que es un mal feo, cancerígeno, muy
extendido por todas ellas, con independencia del color político y
orientación ideológica de sus respectivos dirigentes. Estos días se
han celebrado elecciones a rector en la Universidad Complutense de
Madrid, la mayor de las españolas presenciales, con 77.000 alumnos
matriculados. ¿Sabe el lector cuántos de ellos han votado?
Exactamente un 12% del total, que en el cómputo final tiene
capacidad de un 25% del poder de decisión, para inclinar la balanza
en beneficio de cualquiera de los aspirantes. Habría que valorar el
pequeño grupo real de estudiantes que en este caso deciden la
elección de rector, y por ello el esfuerzo y exceso de promesas
(clientelismo) que los candidatos hacen a los estudiantes, con o
sin deseo firme de cumplimiento. Esto se llama simplemente
corrupción del sistema democrático, porque una exigua minoría de
estudiantes, en absoluto representativa, tiene capacidad de toma de
decisiones de un calado muy profundo. No compartimos la idea de
quienes apuestan por eliminar cualquier presencia de los alumnos en
la toma de decisiones universitarias. Suelen ser los mismos que
defienden un modelo gerencial estricto para el gobierno
universitario, donde las decisiones que se adopten nada tengan que
ver con la participación democrática de sus miembros. Pero no es
esta nuestra posición, claro está, porque consideramos que tiene
sentido profundo organizar la vida de los diferentes
establecimientos universitarios con la cooperación activa de todos
sus integrantes, o con una buena representación proporcional. Lo
que sinceramente nos duele es la manipulación interesada que un
grupo muy pequeño, e interesado de alumnos, en alguna ocasión por
motivaciones políticas puntuales, pero casi siempre por otras
razones de orden inconfesable, lleva a cabo mediante una
desmovilización generalizada de la masa estudiantil y una
participación escasísima a la hora de pasar por las urnas. Este mal
tiene remedio. Nos parece sensato que la penalización de una
participación muy baja de los electores se manifieste como no
representativa en democracia, y se invaliden los resultados hasta
alcanzar una presencia digna. Lo demás me parece de vergüenza, y
degrada día a día la universidad pública, que es lo que algunos
desean, es evidente. Otras medidas podrían apuntar a una reducción
de ese elevado porcentaje que tiene asignado el estamento
estudiantil, que fue asignado en otro contexto sociopolítico muy
diferente, viviendo aun de los ecos del famoso mayo francés del 68.
Defendemos una universidad democrática, donde los miembros y
agentes de la comunidad universitaria tomen parte activa, pero con
todas las garantías, sin vicios ni corruptelas.