crónica salamanca
Fetichismos en la Universidad
Los
objetos de culto en muchas sociedades primitivas, los ídolos de las
sociedades precientíficas, los rituales y mitos de todas las
culturas han adoptado diferentes denominaciones para identificar un
concepto o asunto casi inexplicable, y que genera miedo o respeto.
Una de las expresiones más universales es la del fetiche, objeto,
persona o idea merecedora de respeto, miedo y adoración a veces.
Cuando es un fenómeno más generalizado tiende a hablarse de
fetichismo.
Sigmund Freud contribuyó de forma
especial, hace ahora un siglo, a difundir la importancia del
impacto que los fetiches generan en nuestra personalidad, en el
subconsciente principalmente. El psicoanálisis tuvo su época de
gloria, pero más tarde muchas de sus aportaciones, y ésta no es
menor, continúan siendo útiles para la explicación de muchas
conductas de individuos, instituciones y sociedades, en suma para
la psicología de nuestro tiempo.
Aunque pudiera parecer
contradictorio, dentro de los espacios de la razón y la ciencia,
como son los centros de educación superior por antonomasia, existen
en la actual cultura académica universitaria algunos fetiches que a
muchos les parecen incuestionables. De tanto tenerlos encima, y a
cada instante, tales ideas, representaciones, métodos de trabajo o
instrumentos didácticos, se convierten en algo casi "natural" e
intocable de la tarea universitaria, cuando en realidad son una
imposición histórica externa, una creación interesada, propia de
una cultura tecnológica más que discutible, y de un formato
competitivo que lo es aún mucho más, pero que se ha ido colando en
nuestras vidas cotidianas de la educación superior. Son los nuevos
códigos de conducta a los que todo profesor universitario, y a
continuación los alumnos, debemos servir pleitesía, al parecer.
Pongamos algunos ejemplos concretos, para de esa forma reflexionar
constructivamente.
Las TICS, o tecnologías de la
información y la comunicación social, con preferencia el uso de
Internet y elementos complementarios, parecen haberse constituido
para algunos en el único y excluyente nuevo dios de las formas de
enseñanza en la universidad. Y no es ni debe ser así. Nadie va a
negar ahora la importancia y el interés pedagógico que encierran, y
la conveniencia de su utilización, cuando corresponda, y
seguramente con mucha frecuencia. Pero de ahí a pensar en una
especie de monoteísmo excluyente, es decir, en que es la única vía,
hay un enorme trecho.
En las formas de transmitir el
conocimiento, y en los procesos de formación de estudiantes de
educación superior no debe excluirse nada, ni tampoco aceptar algo
de forma dogmática y excluyente. No queremos fetichismos de Power
Point, por ejemplo, que lo único que hacen en ocasiones es ocultar
la debilidad de las formas de expresión y comunicación de quien
interviene en público. O pensar que una determinada plataforma
(moodle, por ejemplo) es el único camino a utilizar. No queremos,
ni deseamos, ni recomendamos nuevos fetiches tecnológicos, aunque
aceptamos con gusto todos los nuevos elementos, las innovaciones
tecnológicas que se adapten a nuestra formar de concebir la
docencia universitaria.
Las competencias. He ahí la palabra
mágica que parece tapar la boca a quien no maneje esa jerga y no
utilice la mecánica taylorista del trabajo docente, siguiendo las
pautas de la mecánica industrial, de sus tiempos y exigencias
productivas. Esa parece resultar ser la gran innovación del llamado
plan Bolonia, si entendiéramos por el mismo su reducción a este
tipo de prácticas aberrantes, desde luego desde el punto de vista
pedagógico más profundo y radical. Los fieles defensores de tales
competencias en la adquisición de aprendizajes (al parecer, ahora
el aprendizaje del alumnos no se comprueba que es real, que sabe ,
si no se traduce en competencias cuantificables, mensurables).
¡Solemne tontería! ¡Y creíamos que habíamos abandonado hace años
las fantasiosas taxonomías de Bloom! La necedad intelectual no
tiene límites, y parece que todos debemos pasar en nuestra docencia
por el cedazo de las competencias. Esperemos que la fiebre dure una
gripe, y cuanto más corta mejor.
Otra cosa diferente es que algunos
docentes deban bajarse de los cielos teóricos, y con frecuencia
desordenados, y no sean capaces de traducir de manera más concreta
qué es lo que un estudiante debe aprender para saber, y sobre todo
para formarse mejor. Porque el reduccionismo formalista al
cumplimiento de algunas exigencias visibles, evidenciables, a veces
nada tiene que ver con el aprendizaje logrado por un alumno. Pero,
al contrario, las exigencias generalistas, vacías e inconcretas de
algunos docentes pueden conducir a la arbitrariedad en la
valoración del aprendizaje, y a veces al incumplimiento de los
mínimos de orden que requiere un proceso de enseñanza y
aprendizaje.
Hay otros muchos asuntos
fetichistas, por ejemplo, la acreditación y lo que genera. Pero de
ello hablaremos en otra ocasión. ¡Sobran muchos y nuevos
fetichismos docentes en la universidad! Y se precisan criterios y
racionalidad en la tarea del profesor, que sigue siendo la clave
del éxito en una institución de educación superior.