Opinião

Crónica
Cartas desde la ilusión

Juan A. Castro PosadaQuerido amigo:

Ya estamos inmersos totalmente en el desarrollo del nuevo curso y centrados en el progreso de nuestros estudiantes. La tarea se presenta, como siempre, estimulante y retadora. Así es la tarea educativa.

Esta tensión de progreso y de desafío de hacer cada vez mejor las cosas nos sigue manteniendo en nuestra reflexión sobre la Evaluación para el Aprendizaje, como proceso que se inserta en el curriculum de una manera tan "natural" como necesaria.

Por eso, hoy te comentaré algo acerca del quinto principio que debe regir la Evaluación para el Aprendizaje, siguiendo el hilo de lo que hemos compartido últimamente, aunque dando un paso más en el sentido de la necesaria consideración de las características de nuestros alumnos, entre las que figuran de manera destacada las características emocionales.

El quinto principio de la EpA dice así: La Evaluación para el Aprendizaje debería ser sensible y constructiva porque cualquier evaluación tiene un impacto emocional.

Empecemos por el final de la expresión. Creo que los profesores hemos perdido el sentido y la creencia de que cualquier evaluación tiene un fuerte impacto emocional. Por principio, todos los seres humanos creemos que, cuando nos comportamos, lo hacemos de la mejor manera posible que nos lleve a conseguir nuestros fines. El problema concreto radica en la "adaptación" del comportamiento a la consecución de los objetivos propuestos. Evidentemente, hay comportamientos erróneos que no conducen a las metas perseguidas. Hasta el momento presente, de manera mayoritaria, los profesores sancionamos esos comportamientos erróneos bajo el justificante de una necesaria "evaluación".

Creo que, en más de una ocasión, te he comentado mi oposición a la sanción como producto único y final de la evaluación. La razón es sencilla: la evaluación, en sí, no tendría por qué provocar impactos emocionales fuertes en los alumnos. Esa evaluación no cargada de fuertes impactos emocionales se conseguiría si hiciéramos una evaluación de nuestros alumnos no-sancionadora, sino, más bien, cargada de oportunidades para el aprendizaje, el desarrollo de las competencias, y, en definitiva, la mejora como personas y como estudiantes.

Estoy convencido de que, cuando los profesores se limitan a sancionar los comportamientos y resultados académicos de sus alumnos, a pesar de que crean que están evaluando, en realidad están dando a entender que no entienden nada de lo que es e implica el proceso de la evaluación.

Si no fuera sancionadora y se integrase realmente en el proceso de enseñanza/aprendizaje durante el desarrollo normal del curriculum, la evaluación sería un componente más del aprendizaje ya que contribuiría a alimentar y mejorar la experiencia de los alumnos tanto de una manera general (en cuanto al enfoque de todas las disciplinas del curriculum) como de una manera particular (de manera específica, en relación con los dominios de conocimientos, aprendizajes y desarrollo de competencias en cada una de las disciplinas del curriculum). En ese momento, cuando la evaluación sea un componente más (y principal) del aprendizaje, el impacto emocional, cuando tenga lugar, tendrá un sentido más bien positivo, ya que alimentará las expectativas de éxito, el optimismo y la satisfacción de los alumnos al comprobar de manera realista sus posibilidades de superar las dificultades.

Además de la sanción, entendida erróneamente como evaluación, los profesores solemos cometer otro error que conviene erradicar de una manera total y definitiva: hemos acostumbrado a nuestros alumnos a ser evaluados no según el trabajo realizado, sino según la persona que realiza el trabajo. Cuando esto se produce, los comentarios, las anotaciones y las calificaciones de los profesores pueden ser un arma altamente destructiva de las actitudes de los estudiantes, y, en el fondo, de su personalidad, generando la famosa "indefensión aprendida" ante la realidad académica.

Pero, en realidad, lo que nuestros alumnos necesitan no es un ataque a su personalidad, sino todo lo contrario: un fortalecimiento de la confianza en sí mismos y una apuesta por su capacidad para afrontar con éxito cualquier reto que se les presente ahora o en el futuro. Ése es el secreto de la motivación auténtica. Si trabajamos para construir las posibilidades de éxito de nuestros alumnos, estamos haciendo la mejor labor que, como educadores, podríamos realizar, es decir, motivar profundamente a nuestros alumnos, lo que equivale a decir que estamos trabajando para que, desde su fortaleza psicológica, sean ellos mismos quienes se auto-motiven. En esto radican las posibilidades de éxito no sólo en su período de formación académica, sino también, más adelante, en su desarrollo como profesionales.

Hasta la próxima, como siempre, salud y felicidad.

 
 
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