Opinião

Crónica salamanca
Elecciones a rector

Hernandez DiazLa elección de Rector en una universidad pública no es un juego de aprendices a políticos que emule a las elecciones  de diputados y senadores, de alcaldes y concejales, aunque haya ciudadanos que observen así desde fuera el proceso electoral de un establecimiento de educación superior, y aunque a veces se adopte la fórmula de elección por representantes en un claustro (que en ocasiones se aproxima a un parlamento).
La elección de Rector en una universidad pública resulta imprescindible en una institución que ha de estar al servicio de los ciudadanos, que es pública, que se financia en buena medida con dinero de todos, que fue creada por decisión de los representantes del pueblo, ya sea éste del Estado Central, o en el Estado Autonómico. Es decir, que la universidad pública  no es una empresa que se organiza y gestiona en función de obtener beneficios y dividendos, para que tenga que ser rentable en estrictos términos económicos. Es obvio que en nuestro mundo de comienzos del siglo XXI en la mayor parte de países existen universidades privadas que buscan dividendos, o sea, que tienen que  ser rentables a socios capitalistas que invirtieron dinero en esa empresa universitaria, como pudieran haber invertido en una  agroalimentaria o de productos informáticos. Tales universidades se rigen por los criterios del mercado, y están en su derecho de actuar así, si fueron admitidas por los poderes públicos porque cumplían los requisitos indispensables de la ley. Y por ello pueden poner y quitar rector a su antojo, claro está.
La elección de Rector en una universidad pública debe ser un ejercicio de pedagogía universitaria. Los valores que una universidad debe transmitir a sus miembros, y ser capaz de construir con ellos,  sean éstos estudiantes, profesores o personal de apoyo a la docencia y a la investigación, son las normas de convivencia consensuadas por quienes gozan del beneficio de la cultura, los criterios democráticos de actuación, la transparencia en la gestión de los bienes públicos, las pautas de conducta ciudadana que han de guiar la vida pública. Por ello los procesos electorales que conducen al nombramiento final de un Rector en la universidad pública deben caracterizarse por la transparencia en los mensajes que se trasladan a la comunidad universitaria, el respeto mutuo entre adversarios, la elegancia del triunfo  o de la derrota final.
La elección de Rector en una universidad pública debe tener presente que los principales actores del día a día son los profesores y estudiantes, por lo que todos ellos deben ser los beneficiarios directos del proyecto de dirección que emprenda  la persona elegida para ejercer de rector. O sea, que congraciarse en exceso con los políticos gobernantes, los empresarios, los sindicatos, las fuerzas externas a la universidad,  en detrimento de quienes deben ser los beneficiarios directos,  resulta muy engañoso y al fin desleal hacia estos sectores. Pero la escucha a quienes viven de cerca  la universidad también es un ejercicio  de recomendable  responsabilidad y sindéresis.
La elección de Rector en una universidad pública debiera alejarse de la feria de vanidades que toda exposición pública representa para un candidato ante un elevado número de posibles electores, a quienes los aspirantes deben convencer racionalmente, pero también tocar sentimientos y movilizar emociones. La sociología electoral sabe interpretar muy bien el grado tan elevado que el mundo de lo intuitivo y emocional ocupa en la persona que ha de depositar un voto secreto. En una universidad pública la honestidad de la persona que se presenta como candidato y del mensaje que transmite debe prevalecer sobre todo aquello que genere confusión, ambivalencia y engaño de promesas que no se puedan cumplir.
La elección de Rector en una universidad pública es decisión colectiva y democrática  sobre la persona y el programa que propone el candidato, pero es también aceptación de los miembros del equipo que acompaña al aspirante en el viaje de gobierno de la universidad durante cuatro años. Por ello casi nunca se trata de una elección sobre personas aisladas, sino sobre equipos y proyectos, que generan inevitables filias y fobias entre los electores de la comunidad universitarias. Ahora bien, la figura del Rector es siempre decisiva para garantizar la armonía y coherencia entre sus colaboradores más próximos. El factor inteligencia emocional es con frecuencia tan determinante como otras formas de inteligencia para emprender un camino de gobierno que suele estar lleno de obstáculos y trampas.
La elección de Rector de una universidad pública es una invitación el ejercicio de la responsabilidad por parte de los electores, pero también de todos aquellos organismos e instituciones del entorno, que deben ver en el establecimiento de educación superior un ámbito de colaboración formativa, más allá de observarlo como un cliente al que exigir y someter. La sociedad civil debe tomar conciencia del servicio que ofrece una universidad pública a la comunidad, con independencia de que reporte beneficios derivados del consumo que genera un establecimiento formado por miles de personas.
La elección de Rector de una universidad pública debe generar esperanza en la mejora de las condiciones docentes y salariales de estudiantes y profesores, en sus condiciones laborales y de estudio, en quienes investigan y difunden la cultura en el entorno próximo o en la comunidad internacional, en el ciudadano de a pie que suele observar con expectativa todo lo que emana de una institución casi siempre respetada como es la universidad.

 
 
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