Opinião

Crónica
Cartas desde la ilusión

Juan A. Castro PosadaQuerido amigo:

Permíteme, ante todo, que comience hoy mi carta recordando las últimas líneas de mi misiva anterior, en la que decía: "Es necesario ya un cambio de orientación que nos permita dejar de estar centrados en los contenidos y en los libros de texto para fijarnos y mantener nuestro interés, por encima de todo, en las personas. Pero esto, ¡sin demagogia!".

Ahora bien, el cambio en educación, aunque parezca contradictorio, debe producirse de una manera programada, mediante una planificación adecuada.

Es cierto que una de las características esenciales del cambio es la imprevisibilidad, sobre todo en los sistemas de funcionamiento en los que intervienen las personas humanas. Es evidente que no somos robots ni funcionamos como tales, porque uno de nuestros atributos esenciales, como personas humanas, es nuestra subjetividad y, por consiguiente, nuestra imprevisibilidad. En definitiva, las personas humanas somos cambio.

Pero nuestro problema como educadores es que los sistemas educativos de las personas (que deberían ser sinónimos de "sistemas educativos del cambio") se asientan sobre la seguridad, la previsibilidad, la planificación de las rutinas y el manejo de los miedos irracionales a lo desconocido (confundido con lo imprevisible). Son, como sabemos, sistemas educativos perfectamente "racionales", donde lo menos deseable es que suceda algo imprevisto, porque no se nos ha formado para afrontar las situaciones de aparente "caos".

Así, pues, si queremos "matar" la escuela, como reflexionábamos unas semanas atrás, lo primero que deberíamos hacer es asumir esta institución como "la institución del cambio", en la que el cambio esté institucionalizado. Sé que parece contradictorio, pero creo que es lo que reclama la sociedad. Vivimos en un mundo, creo yo, excesivamente rutinario, marcado por las rutinas que promueven los sistemas macro-económicos globalizados de nuestro planeta. Tan es así, que asistimos de manera rutinaria a problemas y desastres humanitarios en distintos (y sucesivos) países que parecen producirse de manera rutinaria: a la postre, todo está previsto, todo está calculado… y, cuando, por lo que fuere, aparece el fantasma del cambio, la reacción es atroz, en muchas ocasiones.

Si queremos una "institución del cambio", comencemos por programar el cambio, abandonando las estériles programaciones tradicionales de contenidos, actividades, objetivos, etc. El cambio programado tiene que mostrar una dimensión estratégica y una dinámica que responda a un conjunto de estrategias, por encima de los recursos materiales, temporales e, incluso, me atrevería a decir, personales.

Pero, como sabemos, toda estrategia contiene, a su vez, una perspectiva de futuro. Si nos movemos en el mundo de las estrategias educativas, podremos comenzar a pensar que estamos dando respuesta a las auténticas exigencias de futuro de nuestros sistemas educativos.

Otra característica fundamental de la dinámica estratégica es su vinculación con las personas, que son las que toman las decisiones, por encima de la realidad material. La estrategia nace de la persona, se dirige a las personas y trata de conseguir un vínculo cognitivo-emocional entre las personas. La estrategia cristaliza en un comportamiento (o en una serie de comportamientos), pero se enraíza en los aspectos más decisivos de la personalidad humana, como son su sistema cognitivo y su sistema emocional.

Aquí aparece, de nuevo, el problema de siempre, al que, como educadores, hemos tenido mucho miedo: la emocionalidad humana.

La dificultad -reconozcámoslo- es nuestra (in)capacidad de gestionar la emocionalidad. Y, si resulta tan difícil gestionar la propia emocionalidad, ¿cómo conseguiremos gestionar la emocionalidad de un conjunto de alumnos, cuyas características no conocemos y para lo que no estamos preparados?

Estamos ante un auténtico "nudo gordiano" que tenemos que desatar. ¿Seremos capaces de programar/gestionar la emocionalidad (la nuestra propia y la de nuestros alumnos)? ¿Existen posibilidades? Yo creo que sí, aunque tendremos que renunciar, para ello, a nuestros sistemas de seguridad personal (rutinas, rutinas, rutinas…), y a nuestra desconfianza en nosotros mismos y en los demás.

Seguiremos reflexionando sobre esto en próximos contactos.

Hasta la próxima, como siempre, salud y felicidad.

 
 
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