Crónica salamanca
El profesor universitario funcionario
El
concepto de "liberal" es polisémico entre nosotros, tiene varios
significados, al menos dos muy importantes cuando lo aplicamos a la
política, y en especial a la política de la educación. Nos
referimos al de procedencia francesa por una parte, y por otra al
propio del mundo anglosajón. Ambos significados de "liberal" en
realidad son antagónicos, significan exactamente lo contrario.
El liberalismo francés del XIX,
derivado de forma directa de la Revolución de 1789 y concretado en
su Constitución, de fuerte arraigo en Europa, en concreto en la del
sur, y desde luego en España, representaba la apuesta por el
progreso colectivo y por la satisfacción de los derechos del hombre
y del ciudadano, uno de ellos importantísimo, el de la educación.
El Estado se erige así en el garante de esos derechos propios de
una sociedad en libertad.
Garantizar el cumplimiento de ese
derecho a la educación para todos precisaba (y sigue siendo
necesario hoy) invertir dinero en instrucción pública, organizar
una administración educativa solvente, y cuerpos de profesores bien
formados y seleccionados, que tengan garantía y continuidad en el
ejercicio de su función pública, fueran maestros de infantil y
primaria, profesores de secundaria o de universidad. Era, y nos
parece que sigue siendo, la mejor garantía del derecho a la
educación. Así lo escribió, y practicó, entre otros muchos
cualificados pensadores, Miguel de Unamuno. Cuando alguien le
preguntaba por qué enviaba a sus hijos a las escuelas públicas, el
respondía que porque el deseaba lo mejor para los suyos, y las
públicas eran las mejores. La razón es que los profesores eran
mejores, porque se habían formado y habían sido seleccionados en
concurso público abierto, y eso le merecía más garantía que la
elección o contratación directa por parte del respectivo jefe o
contratante.
Así se fueron conformando los
cuerpos de profesores funcionarios en la administración pública
española (como en otras mediterráneas), y nacieron los funcionarios
docentes (maestros, catedráticos de segunda enseñanza y de
universidad, inspectores, técnicos, orientadores, y otros). Hoy
continúan siendo vigentes, pero estos funcionarios se ven sometidos
a una constante presión, agobio, "bulling", por otro modelo y otros
intereses procedentes de la cultura económica y administrativa
anglosajona, de orientación liberal, pero en el otro sentido al ya
comentado.
Porque el liberalismo que se predica
y defiende en nombre de la libertad en la cultura anglosajona, es
el propio de la ley del más fuerte, del 'sálvese quien pueda", que
conduce de manera fácil a menor equidad e igualdad social. En los
países donde prevalece esta cultura liberal, de la competitividad,
del paraíso de la escuela o la sanidad privada, de la ausencia de
servicios sociales para todos, observamos los mayores índices de
desigualdad. Las imágenes que recibimos con frecuencia de los USA,
o de Reino Unido (no hablemos de los nuevos socios asiáticos de ese
modelo como Corea, China) nos ratifican en esta reflexión.
Lo que exponemos tiene mucho que ver
con la crisis profunda que ahora vive nuestra universidad pública
en España, cuando advertimos cómo día a día se aminora y desactiva
el número e importancia de los catedráticos y titulares en las
plantillas de profesores de facultades y departamentos. Es una
forma soterrada y constante de ir socavando el peso de las
universidades públicas, porque al perder los mejores profesores
(sin reponer las `lazas equivalentes) las instituciones van a
perder categoría y capacidad de ofrecer productos de calidad en la
docencia y en la investigación.
Siguiendo ese modelo del puro
liberalismo inglés y al aplicarlo a las plantillas de profesores,
se viene forzando una creciente presencia de contratos de
profesores de baja calidad en lo económico (contratos-basura), y
con frecuencia de dudosa fiabilidad científica, que sustituyen las
bajas de profesores catedráticos y titulares jubilados o
fallecidos. Esta perversa y sutil técnica sobre los recursos
humanos universitarios, tan cargada de perfidia administrativa, es
la que viene forzando a aplicar la actual administración del
partido en el gobierno a las universidades. Les impide a las
universidades transgredir la ominosa tasa de reposición del diez
por ciento, con lo que la muerte real de las universidades públicas
estará muy pronto la vista, si no cambian las circunstancias en
poco tiempo.
Y para mayor cinismo, se aduce que
este procedimiento de actuación del Ministerio de Educación viene
obligado por la crisis económica, y las presiones recibidas desde
la política económica de la Unión Europea.
A ello hay que añadir otra política
complementaria de fomento de creación de universidades privadas,
con criterios poco exigentes para su creación y funcionamiento, y
campañas intoxicadoras sobre la escasa productividad de los
profesores funcionarios, sobre la incorrecta gestión de los
recursos económicos de las universidades, y una sobreabundancia de
programas de control de calidad que forman arte de la retórica del
mareo, del despiste, del aburrimiento y del cansancio para la
mayoría de los profesores. De esa manera también se les obliga a
los profesores a detraer energía de la buena docencia y de la
investigación, para trasladarles de manera obligada y presionante
su esfuerzo a tareas burocráticas y puramente formalistas y
rutinarias. El trasfondo ideológico y deformante de la cultura
universitaria que arrastra el famoso proyecto Bolonia camina en
esta dirección, y nos constriñe a todos.
Ante este panorama tan escasamente
ilusionante nos permitimos recordar la propuesta que el ya
centenario Max Weber nos hacía ahora hace un siglo sobre la
honestidad intelectual del catedrático y funcionario en que el
creía, del científico sólido en cualquier ámbito del saber y de la
ciencia, bien formado, laborioso, pero también respetado por una
sociedad culta, civilizada y democrática, como proponía para la
Alemania de 1919. Lo escribe en su bella conferencia titulada "La
ciencia como profesión".