Crónica
La fiesta de la ciencia
El calendario
universitario vuelve, como cada año de forma periódica e
inexorable, a iniciarse en los primeros días del mes de
septiembre, aunque hasta hace bien escasas décadas el primero de
octubre era el punto de partida, y algo más atrás en el tiempo el
curso escolar comenzaba por la festividad de San Lucas, el 18 de
octubre. Había que combinar el ciclo temporal agrícola y ganadero,
con el calendario litúrgico del cristianismo.
Hoy la distribución del tiempo escolar universitario va más en
consonancia con los ritmos de la organización social y económica de
los países industrializados, o incluso los de la tercera ola (Alvin
Toffler dixit). Y de forma cada vez más coincidente entre países,
en Europa el inicio del curso universitario viene marcado por el
final de agosto y primeros días de septiembre. Para nosotros es ya
un día de la primera quincena de este mes que cierra el
verano.
En algo coinciden la totalidad de nuestras universidades, como es
marcar un día determinado del calendario para celebrar con
solemnidad, boato, oropeles, lectura de memorias, discursos
políticos, y un discurso especial. Este último se denomina ahora
lección inaugural del curso, discurso de apertura, discurso
inaugural, académico. Pues vamos a hablar un poco del mismo,
teniendo presente que es una actividad académica que forma parte
imprescindible del ser de una universidad.
Esta lección inaugural es pronunciada por un profesor, generalmente
catedrático, que ha sido previamente elegido por el equipo de
gobierno de la universidad, aunque previamente suele haber sido
propuesto por la comunidad académica de origen, teniendo en cuenta
sus méritos científicos, y casi siempre siguiendo un mecanismo de
rotación entre las diferentes áreas de la ciencia (humanidades,
ciencias sociales, ciencias experimentales, ciencias de la vida y
la salud y enseñanzas técnicas) y en ocasiones facultades más
específicas. El doctor finalmente elegido para pronunciar la
lección inaugural prepara su intervención con cuidado y celo para
que en el día señalado para la inauguración oficial del curso
académico él pueda subirse al estrado, una especie de púlpito, o
atril especial del salón de grandes actos o paraninfo, con la ayuda
e indicaciones del maestro de ceremonias. Es desde allí desde donde
lee su lección inaugural preparada al efecto.
Es la lección del día de la Fiesta de la Ciencia. Esta expresión
está tomada de la corriente positivista que ya en el siglo XIX,
cuando quería referirse al día de la inauguración de curso en la
universidad, buscaba superar el carácter casi religioso o
eclesiástico que venía adoptando desde siglos atrás el ceremonial
universitario, muy influenciado por la tradición litúrgica
cristiana. En la segunda mitad del siglo XIX son varios los
profesores que comienzan a hablar de la "Fiesta de la Ciencia",
como fiesta de la labor intelectual, siempre desde un cierto afán
secularizador, y para celebrar con otros colegas el inicio real de
una actividad gustosa y académicamente gratificante. Por esto tenía
que ser una celebración alegre y festiva, animosa.
Las temáticas que abordan estas lecciones inaugurales de la Fiesta
de la Ciencia son muy variadas, tanto como lo son las diferentes
ciencias y ámbitos a que pertenecen los profesores que las
pronuncian. El orador que procede las humanidades puede hablar al
público asistente (autoridades, colegas catedráticos, estudiantes y
familiares, además de público en general) de algún aspecto de
Cervantes y el Quijote, a manera de ejemplo real. El profesor de
matemáticas puede centrarse en descifrar algún teorema concreto. El
catedrático de derecho constitucional lo intenta sobre el
comentario a algún artículo de la Constitución. O el catedrático de
medicina general sobre la anatomía del corazón. Todo ello es
posible, porque ya ha sido hecho realidad.
Sin embargo, el sentido profundo de esta actividad académica, desde
su origen, iba más orientado a motivar a los estudiantes y
profesores para el desempeño comprometido de la actividad docente
durante la actividad habitual del curso. Así lo entendió Miguel de
Unamuno en su discurso de octubre del año 1900, pronunciado
en el acto académico de la Fiesta de la Ciencia de la Universidad
de Salamanca, que tituló precisamente "Exhortación a la juventud
estudiosa". Es todo un ejemplo arquetípico de lo que tal vez pueda
ser este tipo de lecciones para la ocasión.
Dentro de la liturgia, los trajes académicos, el bello ceremonial,
los cantos y música que suele conformar la estructura del acto de
inauguración del curso académico, además de los discursos
propiamente políticos que pronuncia el lector, o el representante
de la autoridad política, esta lección inaugural tiene un efecto
académico especial, más allá de lo emotivo. Y lo escribe aquí
alguien que leyó su lección inaugural en septiembre de 2016 en su
Universidad de Salamanca.
Desde el estrado o púlpito el profesor se siente representante de
una comunidad científica particular, a la que pertenece en el día a
día, y trata de ofrecer desde su ciencia una reflexión coherente y
lúcida a los asistentes al acto académico (que proceden de los más
variados sectores del saber y de la ciencia). De alguna forma el
orador trata de defender el espacio científico que debe tener su
especialidad en el contexto general de la comunidad científica más
amplia que es una universidad. Por ello muchas de estas lecciones
son altamente especializadas, y a veces incomprensibles para un
lector ajeno.
Dicho esto, más allá de que el orador que pronuncia la lección
inaugural en el día de la Fiesta de la Ciencia de su universidad
defienda su campo de especialización, pensamos que esa oportunidad
de exponer ante público selecto (y de editar un libro concreto
sobre su tema) puede ser aprovechada para difundir y proponer una
reflexión nueva y crítica sobre el papel de su ciencia y de
su docencia e investigacioón en el contexto de la sociedad y la
universidad donde se mueve. De lo contrario, como se observa en
muchos de estos discursos inaugurales, de estas llamadas lecciones,
asistimos a un ejercicio erudito, a veces engolado y sofisticado,
con frecuencia orientado al lucimiento personal, pero apenas de
interés para el avance real de la universidad y su inserción más
profunda en la sociedad a la que se debe, o al sentido de la
ciencia.
Cuando muchas universidades estos días dan inicio a sus actividades
académicas debemos felicitarnos por la celebración en ellas de la
Fiesta de la Ciencia, pero con un carácter secular, propositivo y
de mejora para la andadura anual que se inicia, y para su futura
actividad docente, investigadora y de proyección a la
sociedad.